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—No lo haré —prometió él. Fuera lo que fuera a lo que se refería.

Recorrió el pasillo de punta a punta, abriendo puertas. Aparte de la habitación donde Adam Sandoval reposaba inmóvil, en coma, únicamente encontró espacios de almacenaje vacíos, armarios sel ados de productos farmacéuticos, habitaciones para pacientes desocupadas y despachos a oscuras.

Su servidor comenzó a vibrar. Lo sacó del bolsillo y habló con Elaine, que le dijo que la enfermera de noche había l amado a seguridad y que el personal del turno estaba iniciando una búsqueda habitación por habitación.

—Pero también hay algo en marcha en el Ojo. He recibido una llamada de Ari Weingart que dice que el Paseo está siendo evacuado.

Chris miró el servidor en su mano: si funcionaba, ¿por qué no el de Marguerite o el de Tessa?

Si no aparecían, ¿significaba eso que estaban juntas? Y si no estaban en el edificio, ¿adonde habían ido?

Comenzó a bajar al vestíbulo, hacia las pesadas puertas de cristal. Si Marguerite hubiera dejado la clínica, habría cogido el coche. No había otra forma de moverse con aquel tiempo. Si el coche había desaparecido, quizás pudiera tomar otro vehículo prestado y seguirla.

Pero el pequeño coche de Marguerite estaba aparcado donde Chris lo había dejado, con las ruedas sobre la curva, bajo una capa fresca de nieve. Abrió la puerta y la nieve entró en el vestíbulo a lomos de una corriente fugitiva de viento, pequeños copos que se convertían en diamantes de agua sobre el suelo embaldosado.

Elaine estaba detrás de él, y le puso una mano sobre el hombro.

—Esto es extraño, pero necesitas calmarte un poco.

—¿Crees que Ray tiene algo que ver?

—Ya he pensado en eso. Ari dijo que había estado hablando con Shulgin, que a su vez habló con Charlie Grogan. Ray está en algún lugar del Ojo en este momento.

Chris dejó la puerta abierta una rendija, permitiendo al aire helado juguetear en su rostro.

—Estaba justo aquí, Elaine. Jugando con aquel puto camión de madera. La gente no desaparece sin más.

Pero sin embargo lo hace, pensó él. Se escapaban entre tus dedos como el agua.

—¿Señor Carmody? —Era Rosalie Bleiler, la enfermera de turno—. ¿Podría cerrar esa puerta, por favor? Elmo… Elmore Fisk, nuestro guardia nocturno… Le gustaría verlo en la entrada trasera.

—¿Ha encontrado a Tessa?

Rosalie retrocedió ante su voz.

—No, señor, pero ha encontrado algunas huel as de niño en la nieve, justo por allí.

Tess no estaba vestida para estar en el exterior.

—¿Ha seguido las huellas?

Ella asintió en silencio.

—Unos cincuenta metros más allá del aparcamiento. Pero ese es el problema. Dice que las huel as no van a ninguna parte. Simplemente se detienen.

30

Hasta la fecha había habido varios intentos serios de escapar de Blind Lake. Tres de el os habían acabado fatalmente a causa de los zánganos de bolsillo. Se trataba de personas que habían saltado la verja y entrado en la zona prohibida. Cuatro más habían sido detenidos en el intento por las fuerzas de seguridad de Blind Lake. El más reciente había sido el caso de un proveedor con agorafobia que había decidido escalar la verja, pero había perdido los nervios a la mitad de la subida. Para cuando Seguridad lo había encontrado y lo había convencido de que bajara, se le habían congelado los dedos de las dos manos.

Herb Dunn, un veterano de la Armada de cincuenta y dos años, había trabajado en seguridad civil desde que hubo un recorte de plantil a en FedEx hacía diez años. La cuarentena de Blind Lake había eliminado la comunicación con sus deudores (incluyendo dos ex-mujeres), algo que no le preocupaba nada. Echaba de menos poder ver películas modernas y acceder a redes eróticas, pero aquello era todo. Una vez que se dio cuenta de que no iba a contraer ningún tipo de enfermedad infecciosa, se las había arreglado para acomodarse bastante bien al bloqueo.

Excepto aquella semana. Aquella semana estaba en lo que la fuerza de seguridad llamaba Patrulla del Amanecer, un turno que no quería nadie. La idea de la Patrul a del Amanecer era enviar a una persona en un vehículo preparado para cualquier contingencia temporal y recorrer todo el circuito de la verja, presumiblemente para rescatar a todos los cabrones de sus propios intentos descaminados de huida. La Patrul a del Amanecer todavía no había encontrado a ninguno, pero Herb suponía que tenía un cierto efecto disuasorio. Aquel día, dada la mierda de tormenta que había caído sobre Blind Lake durante la noche, Shulgin le había dicho que recortara su ruta: tan solo conducir hasta el acceso principal y regresar. Pero aquel o ya era lo bastante malo.

La nieve había comenzado a remitir cuando salió del garaje, pero un fuerte viento del noroeste todavía complicaba las cosas. Aquellos vehículos de Seguridad eran unas máquinas decentes, unos Honda inteligentes con neumáticos todoterreno, pero un trineo a motor hubiera sido más eficiente, pensaba Herb.

La carretera principal del Plaza al centro de la ciudad había sido despejada de nieve durante la noche, pero tan solo hasta la zona residencial sur. De ahí hasta la verja la nieve caía en ráfagas y se amontonaba en el camino, sin l egar a cubrir lo suficiente como para ocultar la calzada, pero sí para hacer que el trayecto se ralentizara, incluso para aquel Honda. Herb se consoló diciéndose que no había absolutamente nada urgente o incluso necesario en aquella patrulla. Aquello hacía más fácil soportar los retrasos. Se reclinó en el calor húmedo de la cabina mientras intentaba imaginarse a su actriz favorita del momento completamente desnuda. En casa tenía un videoservidor que la desnudaba por él.

Para cuando se acercó al acceso principal, ya había amanecido. Había suficiente luz entonces como para fijar los límites de la visión: una burbuja de nieve agitada por el viento alrededor de la cabina del Honda, a través de la cual vislumbraba nubes pesadas en un cielo que parecía un río embarrado.

Alcanzó el punto final del trayecto en el acceso principal (ningún intento de huida en curso) y se detuvo, poniendo el motor en punto muerto. Estuvo tentado de cerrar los ojos y recuperar algo del sueño que había perdido después de medianoche, viendo algunas viejas grabaciones de video hasta las 3:30 para prepararse para aquella expedición sin ningún sentido. Pero si le pillaban durmiendo estaría haciendo la Patrulla del Amanecer durante el resto de su vida. En cualquier caso, el café del desayuno ya había hecho su trabajo a lo largo y ancho de su cuerpo, y lo empujaba a escribir su nombre en la nieve.

Salió de la cabina en aquel a gélida mañana justo cuando las nubes bajas se comenzaban a rasgar, y vio algo moviéndose más allá del acceso principal. Algo fuera, en aquella tierra de nadie. Algo grande. Al principio supuso que se trataba de otro de aquellos camiones autómatas con comida y suministros, pero cuando el viento cambió de nuevo pudo ver más de aquellas sombras inciertas. Máquinas enormes, justo al otro lado de la verja.

Se acercó con paso de pato unos pocos metros más cerca, tan solo para echar una mirada, se dijo. Llegó hasta donde había pensado cuando, sin previo aviso, la verja comenzó a abrirse. Hubo otro momento de pausa en el viento, un momento de calma casi supernatural, y reconoció los vehículos que esperaban en el exterior. Se trataba de tanques Powell y transportes acorazados de tropas. Decenas de el os, en hilera, en el exterior de Blind Lake.

Se giró y dio unos cuantos pasos torpes hacia el Honda, pero antes de alcanzarlo se vio rodeado por media docena de soldados con trajes de camuflaje blancos y máscaras antigás. Los soldados llevaban gafas de visión mejorada y blandían rifles de impulso sónico.