Выбрать главу

Y la cresta naranja en lo alto de la cabeza, cuyo propósito nadie había sido capaz de dilucidar… En la Tierra aquellos órganos tenían normalmente una función de atracción sexual, pero en la especie del Sujeto difícilmente podía ser un rasgo de género, ya que todos los individuos la tenían.

El rasgo más prominente (o más prominentemente extraño) del Sujeto era la cavidad dorsal que recorría el centro de su tórax. Se había l egado a la conclusión, ampliamente compartida, de que se trataba de un orificio respiratorio. Era tan largo como el antebrazo de Marguerite, y se abría y se cerraba periódicamente como una boca sin labios que buscara aire. Ray, en uno de sus momentos más vulgares, le había dicho que se parecía a «una vagina infectada». Cuando se abría podía ver un tejido poroso similar a un panal de abejas, húmedo y amaril o. Unos finos cilios grises formaban una franja que bordeaba la abertura.

Estoy totalmente a salvo, pensó, pero estaba sinceramente asustada del Sujeto, asustada de su obvio peso, de la sustancia y de su implícita fuerza animal. Asustada incluso de su olor, un leve olor orgánico que era empalagosamente dulce e intensamente desagradable, como el olor de la cáscara de un cítrico ya verde por el moho.

Bueno, pensó Marguerite, ¿y ahora qué? ¿Fingimos que esto es un encuentro real? ¿Hablamos?

¿Podía hablar? El miedo le había secado la boca. Su lengua estaba tan entumecida que le recordaba a una bola de algodón.

—Me l amo Marguerite —susurró—. Ya sé que no lo entiendes.

Quizás no comprendiera ni tan siquiera el concepto de lenguaje hablado. Ella se quedó de pie mirándolo durante un buen rato. Quizás sus silencios quisieran decir muchísimo. Quizás él hablaba un lenguaje de inmovilidad.

Pero no estaba totalmente inmóvil.

Su abertura respiratoria se ensanchó un poco más y emitió un sonido que recordaba a una respiración dificultosa, casi inaudible. ¿Podría ser aquel o un lenguaje? Se parecía más a una respiración nerviosa.

Pero qué absurdo, pensó Marguerite, era estar al í, cualquiera que fuera aquel lugar, y por la razón que fuese, únicamente para hacer frente una vez más a la imposibilidad de la comunicación. No puedo siquiera saber si me está hablando o se está muriendo.

El Sujeto terminó su discurso, si es que se trataba de eso, exhalando una bocanada de aire que olía a leche agria.

Aparte de esto, todavía no se había movido.

Si todo aquello era una oportunidad, pensó Marguerite, y no simplemente una alucinación, se trataba de una oportunidad malgastada. Su miedo se entrelazaba con la frustración. Estar tan increíble, tan imposiblemente cerca de él…, y aun así tan lejos como siempre. A pesar de todo seguía muda, seguía sorda.

En el exterior, las sombras se alargaban hacia la caída la noche. El cielo pálido había pasado a ser más oscuro, de un color blanco más azulado.

—No comprendo lo que dices —confesó Marguerite—. Ni siquiera sé si estás diciendo algo.

El Sujeto exhaló y aleteó sus cilios.

Sí, ha hablado, dijo una voz.

No era la voz del Sujeto. El sonido provenía de su alrededor. De los arcos de perla, o de las sombras que había más allá.

Pero aquello no era lo más extraño.

Lo más extraño de todo era que la voz era exactamente igual a la de Tessa.

32

Elaine Coster siguió de cerca de Chris cuando este se dirigió a la puerta de salida de la clínica.

—Eh —dijo—. Espera… ¿Adonde crees que vas?

Sabía que estaba muy agitado por la desaparición de Tess y Marguerite. La enfermera de turno había compartido con Elaine la historia de las huellas de la niña, cómo se habían desvanecido de la nieve. Elaine odiaba pensar que Tess, que le había parecido una niña bastante agradable, estuviera fuera con aquel tiempo horrible. Pero la luz del día se abría camino con rapidez y no se debería tardar demasiado en encontrar a la niña, pensó Elaine, si Chris hacía un razonable ejercicio de paciencia. En cuanto a Marguerite…

—Me voy al Ojo con el coche —dijo Chris.

—¿Al Ojo? Lo siento, pero ¿para qué coño vas a ir? Ari dice que está siendo evacuado.

—No puedo explicarlo.

Elaine lo sujetó del brazo antes de que pudiera abrir la puerta.

—Vamos, Chris, puedes hacerlo mejor. ¿Piensas que Tess y Marguerite están en el Ojo? ¿Cómo es eso posible?

Por favor, pensó Elaine, que este no sea otro caso más de locura de Blind Lake.

—Tess no estaba sin más vagabundeando por aquí fuera. Sus pisadas van tan rectas como una regla, y apuntan directamente al Ojo.

—Pero, ¿las pisadas no se detienen?

—Sí.

—Entonces quizás haya vuelto a la puerta de la clínica. Ya sabes, volviendo sobre sus propias pisadas.

—¿Caminando de espaldas en la nieve? ¿En la oscuridad?

—Bueno, ¿y tú qué piensas? Si está en el Ojo, ¿cómo ha llegado allí? ¿Le salieron alas, Chris? O quizás se teletransportó. Quizás haya viajado en cuerpo astral.

—No pretendo comprenderlo. Pero la última vez que desapareció del colegio, es allí a donde fue.

—¿De verdad crees que ha caminado hasta al í con este tiempo?

—Caminar, no sé. Pero creo que está al í, creo que está en problemas, y creo que Marguerite querría que fuera a buscarla.

—¿También puedes leer mentes? Ari y Shulgin y un buen montón de personas están buscando a Tess y a Marguerite. Dejémosles hacer su trabajo. Son mejores en eso que tú. Chris, escucha, ¡escúchame! Tengo una llamada de uno de mis contactos de la fuerza de seguridad. Un puto batallón de equipo y personal militar acaba de aparecer en el acceso principal y se está acercando. ¿Lo entiendes? ¡El bloqueo se ha terminado! No sé qué es lo que viene después, pero con toda probabilidad Blind Lake será evacuada antes de esta noche. Tú, yo, Tess, Marguerite, todos. Yo me voy a la carretera principal, y quiero que vengas conmigo. Todavía somos periodistas. Aquí tenemos una historia.

Él le sonrió de una forma que a Elaine no le gustó nada, lastimosa y triste. Decidió que odiaba a todos los hombres jóvenes altos de ojos tristes.

—Quédatela tú, Elaine —le dijo—. Es tu historia. Tú eres la que la va a contar.

Elaine lo vio inclinarse para meterse dentro del coche, vio cómo se alejaba conduciendo a velocidad peligrosa a través de la nieve, que continuaba cayendo.

Sebastian Vogel estaba encajado en su sil a del vestíbulo, como un Buda en el asiento de un avión de pasajeros.

—Creo que al final lo he entendido.

Elaine estaba sentada a su lado, con aspecto cansado.

—Por favor. No más chorradas metafísicas. —Había cosas que necesitaba hacer: recoger su servidor y sus notas y l evarlas consigo, aunque algún burócrata quisiera confiscárselas; considerar enfrentarse con el mundo exterior, fuera lo que fuera en lo que se había convertido, con sus peregrinos y sus aeroplanos derribados, con sus bloqueos de carreteras al este de Mississippi.

—Desde Crossbank —dijo Sebastian— me he estado preguntando por qué te decidiste a aceptar este encargo. Una periodista científica veterana, contratada por una revista de Nueva York de clara segunda fila, para trabajar en un tema condenado a morir, compartiendo escenario con un teólogo extravagante y un chismoso desacreditado. Nunca me había parecido que aquel o tuviera ningún sentido. Pero creo que ya lo entiendo. Es por Chris, ¿no es cierto?