No es que él no tuviera nada que hacer allí. La muerte de Porry le había enseñado que las buenas intenciones podían ser tan letales como la malicia; el amor era una herramienta torpe y poco fiable. O eso pensaba. Y aun y todo, ahí estaba él, a muchos kilómetros de Vil amierdahastaelculo, intentando desesperadamente proteger a la hija de la mujer por la cual se preocupaba profundamente (y que también había desaparecido; pero el temor que sentía por Tess no era extensible a Marguerite. Creía que Marguerite estaba a salvo. Una vez más, aquel o era un conocimiento sin fuentes comprobables).
El edificio gimió de nuevo. Las sirenas de emergencia tartamudearon y enmudecieron, y en el repentino silencio pudo escuchar voces que llegaban de la galería: la voz de una niña, probablemente la de Tessa; y la de un hombre, quizás la de Ray.
El universo entero está contando una historia, explicó la Chica del Espejo.
Tess se puso de cuclillas detrás de un enorme carrito con ruedas que contenía un cilindro blanco vacío de helio de dos veces su tamaño. La Chica del Espejo no estaba físicamente presente, pero podía escuchar su voz. La Chica del Espejo estaba respondiendo a preguntas que Tess apenas había comenzado a formular.
El universo era una historia como cualquier otra, le dijo la Chica del Espejo. El héroe de la historia se l amaba «complejidad». Complejidad nacía en la página uno, como una fluctuación en la primera simetría. Los detal es de su gestación (la síntesis de los quarks, su condensación para dar forma a la materia, la fotogénesis, la creación del hidrógeno y del helio) tenían menos importancia que el patrón: una cosa l egaba a ser dos, dos se convertían en muchas, muchas se combinaban de formas fundamentalmente impredecibles.
Como un niño, pensó Tess. Había aprendido aquella parte en la escuela. Una célula fertilizada pasaba a ser dos células, cuatro células, ocho células; y las células se convertían en corazón, pulmones, cerebro, persona. ¿Era aquel o «complejidad»?
Una parte importante, sí, dijo la Chica del Espejo. Era parte de una larga, larguísima cadena de nacimientos. Las estrel as se formaban en el frío universo en expansión; los antiguos corazones estelares enriquecían las nubes galácticas con calcio, nitrógeno, oxígeno, metales; las nuevas estrel as precipitaban aquellos elementos en planetas rocosos; los planetas rocosos, bombardeados de hielo por el disco creciente de su estrel a, formaban océanos; la vida surgía y comenzaba otra historia: células únicas se agrupaban en extraños colectivos, formaban criaturas multicelulares y después seres pensantes, seres lo suficientemente complejos como para contener la historia del universo dentro de sus cráneos calcificados…
Tess se preguntó si aquello era el final de la historia.
Ni de lejos, dijo la Chica del Espejo. Ni por asomo. Las criaturas pensantes creaban máquinas, dijo la Chica del Espejo, y sus máquinas se iban haciendo más y más complejas, y con el tiempo construían máquinas que pensaban y que hacían más que pensar: máquinas que debían su complejidad a una estructura de estados cuánticos potenciales. Culturas de organismos pensantes generaban aquellos nodos de una complejidad profundamente densa de la misma manera que las estrel as gigantes se desintegraban en singularidades.
Tess preguntó si esto iba a suceder allí, en los pasillos en penumbra del Paseo Globo Ocular.
Sí.
—¿Y qué sucede después?
Sobrepasa la comprensión.
—¿Cómo termina la historia?
Nadie puede decirlo.
—¿Es aquel a la voz de mi padre? —Era una voz que parecía venir del nivel de observación de la galería de los O/CBE, a donde Tess quería ir pero adonde le daba un miedo terrible acercarse.
Sí.
—¿Qué está haciendo aquí?
Pensar en morir, dijo la Chica del Espejo.
La galería de observación de los O/CBE era circular, al estilo de un anfiteatro quirúrgico, y Chris entró en el a por el lado opuesto de Ray. Pudo ver a Ray y a Tess tan solo como formas borrosas distorsionadas por los paneles de cristal que contenían la enorme cámara de los O/CBE.
El cristal debería haber sido más claro. Sin embargo, estaba oscurecido por lo que parecían cuerdas o columnas de escarcha. Algo catastróficamente extraño estaba sucediendo allí abajo, en el corazón de los tanques.
Se agazapó y comenzó a moverse lentamente a lo largo del perímetro de la galería. Podía escuchar la voz de Ray, suave y modulada, acunada en los ecos provocados por los muros circulares:
—Yo no la odio. ¿Por qué iba a hacerlo? Me ha enseñado una lección. Algo que la mayoría de la gente nunca llega a aprender. Vivimos en un sueño. Un sueño sobre superficies. Amamos tanto nuestra piel que no podemos ver nada bajo ella. Pero tan solo es una historia.
La voz de Tessa era antinaturalmente tranquila.
—¿Y qué más podría ser?
En aquel momento Chris pudo verlos a los dos a lo largo de la curvatura del muro de cristal. Se acuclilló inmóvil, observando.
Ray estaba sentado en el suelo con las piernas extendidas y la vista fija hacia delante. Tess estaba sentada en su regazo. Su mirada se encontró con la de Chris y le sonrió. Le brillaban los ojos.
Ray tenía un cuchillo en la mano derecha. La hoja descansaba sobre la garganta de Tessa.
Pero, por supuesto, no era Tess.
Ray se sentía como si se hubiera caído de un precipicio y como si cada impacto que sufría en la caída le provocara una herida irreparable; pero aquel era el golpe final, el duro encuentro con el suelo, la conciencia de que aquella cosa que había tomado por su hija no era Tess, sino el síntoma de su enfermedad. De las enfermedades de todos, quizás.
Aquel o era la Chica del Espejo.
—Has venido para matarme —dijo la Chica del Espejo.
Ray sostuvo el cuchil o contra la garganta. Tenía la voz de Tessa y el cuerpo de Tessa, pero sus ojos la traicionaban. Sus ojos y aquel conocimiento de su intimidad.
—Tú piensas que lo único que existe verdaderamente es el dolor —susurró el a—, pero estás equivocado.
Aquel o era demasiado. Apoyó el cuchillo en el hueco de la garganta en un acto imposible, un asesinato que no podía tener éxito, la ejecución de una fuerza primordial en la forma de su única hija, y apretó con fuerza para atravesar la piel pálida.
Esperaba sangre. Pero no la hubo. El cuchillo no encontró resistencia.
Ella se desvaneció como una burbuja que acabara de explotar.
Hubo otro temblor en la profundidad de la tierra, y las paredes de cristal de la galería de los O/CBE comenzaron a desmoronarse.
Pero no es realmente Tess, pensó Chris, y escuchó el sonido de unas pisadas corriendo presas del pánico a su espalda, y una pequeña voz gritando… No, aquel a sí que era Tess, corriendo hacia su padre.
Chris se volvió a tiempo de cogerla de los hombros y levantarla del suelo.
Tess pataleó y se revolvió en sus brazos.
—¡Suéltame!
Las paredes de cristal se vinieron abajo, abriendo el recinto de los O/CBE a la galería. Zarcil os de una sustancia nacarada comenzaron a serpentear a través del suelo, disponiéndose de forma simétrica. El aire apestaba a ozono. Chris observó a Ray, que luchaba por incorporarse y parpadeaba como un hombre que despertara de una pesadil a… o que despertara a el a.
Ray se acercó tambaleándose hasta la cámara de los O/CBE, en aquel momento un vacío abierto.
Agujas de materia cristalina se alzaban hasta el techo y lo atravesaban, desprendiendo a su paso una nieve de yeso. Las barras fosforescentes del techo se oscurecieron.