«Rescate» significaba una espantosa concentración y un traslado propio del ganado, iniciado en cuanto el Ojo de Blind Lake comenzó a transformarse en la familiar estructura simétrica en forma de estrella de mar. «Cuarentena» significaba seis meses más de detención bajo los recientes Protocolos de Seguridad Pública. «Interrogados» significaba una serie de entrevistas con personal gubernamental bien vestido y de buenas maneras, que lo grababa todo y a menudo realizaba dos veces las mismas preguntas.
La mayoría de la población de Blind Lake había cooperado voluntariosa. Todos los que habían vivido el bloqueo tenían una historia que contar.
La última y más reciente de las revistas de Chuck Hauser no contenía titulares llamativos, tan solo un editorial de una fuente externa en las últimas páginas.
Lo que sabemos y lo que no:
la perspectiva de un superviviente
…y conforme el miedo va remitiendo, podemos comenzar a tomar nota de lo que hemos aprendido y de lo que todavía nos queda por comprender.
Ha sucedido algo trascendental, que todavía desafía cualquier intento simple de comprensión. Nos han dicho que hemos creado, con nuestras computadoras más complejas, lo que es esencialmente una nueva forma de vida. O que hemos colaborado en el alumbramiento de una forma de vida muy antigua, una forma de vida quizás más antigua que la propia Tierra. Tenemos pruebas, gracias a las ahora extintas instalaciones de Crossbank y Blind Lake, de que este proceso ya había tenido lugar en dos mundos con vida en zonas cercanas del espacio, y quizás por toda la galaxia.
Pero las «estrellas de mar» (¿no podríamos elegir algún nombre más elegante para estas hermosísimas estructuras?) parecen poco interesadas en contactar con nosotros, y mucho menos en intervenir en nuestros asuntos. Tenemos el ejemplo de UMa47/E, donde una cultura inteligente ha coexistido con las estrellas de mar durante (probablemente) siglos, sin ninguna interacción significativa.
Esto otorga credibilidad a aquel os que sugieren que las estrel as de mar representan no solo una forma de vida totalmente nueva, sino una forma de conciencia completamente novedosa que solo guarda un mínimo parecido con la nuestra. En otras palabras, hemos observado la profundidad del firmamento y hemos encontrado al fin los límites de la inteligibilidad.
Pero hay un contraejemplo en HR8832/B, un planeta donde aquellos que construyeron el núcleo cuántico de la estrella de mar han desaparecido sin dejar rastro. Quizás sucediera de forma natural, en una extinción, o quizás no. Quizás se nos haya ofrecido una elección. Quizás las especies que persiguen una genuina comprensión de la estrella de mar puedan alcanzar esa meta únicamente convirtiéndose en algo más. Quizás, para comprender totalmente el misterio, tengamos que abrazarlo y convertirnos en él. ¿No era Heisenberg el que señaló que lo predicho y lo observado l egaban a estar inextricablemente interconectados?
Seguía durante una página y media, y era un buen artículo. Profundo y cuidadosamente razonado. La firma pertenecía a Elaine Coster, «una respetada periodista científica que ha abandonado recientemente el campo de cuarentena en Utah».
Chris echó una mirada a Tess, que estaba bostezando, estirada a lo largo de los cojines tapizados del sofá de su abuelo.
Tess no había hablado de la Chica del Espejo a las autoridades. Ni lo habían hecho tampoco Marguerite y Chris.
No habían acordado de antemano aquella conspiración de silencio. Fue una decisión que cada uno había tomado por separado, y que estaba motivada, al menos por parte de Chris, por la opinión de que aquella información tan solo podría ser malinterpretada.
Un cuento inenarrable. ¿Podía creer un periodista en un concepto como aquel? Pero lo que él había sentido era algo más que simple temor al ridículo. Habían sucedido cosas que no podía explicarse satisfactoriamente ni siquiera a sí mismo. Cosas que nunca deberían escribirse en los titulares de un periódico.
—Estoy un poco cansada —dijo Tess sin apartar la mirada del panel de video.
—Es que queda poco para irse a la cama —dijo Chris.
La condujo al pequeño dormitorio de invitados de la casa de su abuelo. Tess dijo que quizás leería un poco hasta que su madre fuera a arroparla. Chris le dijo que era buena idea.
Ella se estiró bajo el edredón de la cama.
—Esta es la misma habitación en la que estuve la última vez que vinimos —dijo—, hace tres años. Cuando mi padre estaba con nosotros.
Chris asintió.
La ventana estaba abierta unos pocos centímetros, dejando entrar los aromas del final del verano. Dejó la ventana entreabierta pero bajó el estor del todo, ocultando el cristal.
—No la has visto desde Blind Lake, ¿verdad? —dijo Chris.
A el a. A la Chica del Espejo.
—No —dijo Tess.
—¿Crees que todavía está por aquí?
Tess se encogió de hombros.
—¿Piensas mucho en ella, Tess? ¿Alguna vez te preguntas quién era?
—Ya sé quién era. Era… —Pero las palabras parecieron trabarse en su lengua; se detuvo y frunció el ceño por un momento.
En Blind Lake, Tess había identificado a la Chica del Espejo con los procesadores O/CBE. Como si los O/CBE, despertados a una nueva consciencia, hubieran querido abrir una ventana al mundo humano en el cual habían nacido.
Y tanto Crossbank como Blind Lake habían elegido a Tess. ¿Por qué a ella? Quizás no hubiera una verdadera respuesta, pensó Chris, como les sucedería a los investigadores de Blind Lake si les preguntaran por qué habían elegido al Sujeto entre incontables individuos idénticos. Podría haber sido cualquiera. Tenía que ser alguien.
Tess dio con la idea que se estaba esforzando por encontrar.
—Era el Ojo —dijo Tess solemne—, y yo era el telescopio.
Marguerite siguió a su padre hasta la fría noche de verano en el jardín trasero de la casa en Butternut Street. Solo estaban encendidas las luces del jardín, barras luminiscentes plantadas entre los setos, y se detuvo un momento para dejar que sus ojos se ajustaran a la oscuridad reinante.
—Doy por supuesto que sabes qué es esto —dijo Chuck Hauser. Se hizo a un lado y esbozó una amplia sonrisa.
Marguerite casi se atragantó.
—¡Un telescopio! ¡Dios mío, es precioso! ¿Dónde lo has conseguido?
Los telescopios ópticos para aficionados no se comercializaban desde hacía años. Por aquel entonces, si uno quería observar el firmamento nocturno acoplaba unas lentes de aumento a su servidor doméstico. O aún mejor, se conectaba a uno de los rastreadores celestiales de acceso público. Los viejos telescopios Dobson como aquel alcanzaban precios muy altos en el mercado de antigüedades.
Y aquel era genuinamente viejo, observó Marguerite en cuanto se acercó a examinarlo: en maravillosas condiciones, pero definitivamente anterior al milenio. No había dispositivos de rastreo digital, tan solo órbitas manuales y relés de tornillos sin fin, perfectamente engrasados.
—Los instrumentos han sido restaurados y ajustados —dijo su padre—. Le han cambiado la óptica por si acaso. El resto es auténtico.
—¡Te debe de haber costado una fortuna!
—Una fortuna no —sonrió tristemente—. No tanto.
—¿Cuándo has comenzado a interesarte por la Astronomía?
—No seas tonta, Margie. No lo he comprado para mí. Es un regalo. ¿Te gusta?
Realmente le gustaba mucho. Abrazó a su padre. No sabía cómo se lo había podido permitir. Debe de haber pedido una segunda hipoteca, pensó Marguerite.