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—Cuando eras niña —dijo Chuck Hauser—, todo esto era un misterio para mí.

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes. Estrel as y planetas. Todo aquel o que te interesaba tanto. Ahora tengo la impresión de que me debería haber detenido un poco y prestado algo más de atención. Esta es mi forma de decir que admiro lo que has logrado. Quizás esté comenzando a comprenderlo. Así que, ¿crees que podrás empaquetar esta cosa y meterla en ese pequeño coche vuestro?

—Encontraremos el modo.

—Me he dado cuenta de que has puesto tu equipaje en la misma habitación que Chris.

Ella se sonrojó.

—¿Ah, sí? Lo hice sin pensar… En realidad…, es solo la costumbre…

Cada vez peor.

Él sonrió.

—Vamos, Marguerite. No soy un baptista de cabeza dura. Por lo que has dicho y por lo que he visto, Chris es un buen hombre. Estáis claramente enamorados. ¿Habéis hablado de matrimonio?

Su rubor se hizo aún más intenso. Esperó que su padre no pudiera advertirlo con aquella luz tan tenue.

—No tenemos planes inmediatos. Pero no te sorprendas.

—¿Es bueno con Tess?

—Muy bueno.

—¿A ella le gusta?

—Mejor aún. Se siente segura con él.

—Entonces me alegro por ti. Pero dime: ¿el que te haya hecho este regalo me permite ofrecer un pequeño consejo?

—Cuando quieras.

—No voy a preguntar qué es lo que habéis pasado los tres en Blind Lake, pero sé que ha sido especialmente duro para Tess. Ya era un poco cal ada, y no parece que eso haya cambiado.

—No.

—Sabes, Marguerite, tú eras exactamente igual. Densa como un ladrillo cuando algo no te interesaba. Siempre se me hizo difícil poder hablar contigo.

—Lo siento.

—No tienes por qué. Lo único que estoy diciendo es que es fácil dejar pasar esas cosas. Las personas pueden llegar a ser casi invisibles las unas para las otras. Te quiero y sé que tu madre te quería, pero no creo que te viéramos siempre con mucha claridad, si sabes a qué me refiero.

—Lo sé.

—No dejes que eso te suceda con Tess.

Marguerite asintió.

—Ahora —dijo su padre—, antes de que empaquetemos esta cosa, ¿quieres enseñarme cómo funciona?

Le encontró Ursa Majoris 47 con el telescopio óptico. Una estrella indistinguible, no más que un punto de luz entre muchos, menos bril ante que las luciérnagas parpadeantes entre los arbustos en la parte trasera del jardín.

—Eso es, ¿eh?

—Eso es.

—Supongo que la conoces muy bien, casi debes de sentirte como si hubieras estado al í.

—Así es exactamente como me siento. —Y añadió—: Yo también te quiero, papá.

—Gracias, Marguerite. ¿No deberías acostar a esta niña tuya?

—Chris se puede ocupar de eso. Estaría bien quedarnos sentados aquí fuera, charlando un poco.

—Hace un poco de frío para ser agosto.

—No me importa.

Cuando volvió por fin a la casa, encontró a Chris en la cocina, murmurando a su servidor de bolsillo, tomando notas para su nuevo libro. Llevaba trabajando en aquel o desde hacía semanas, en ocasiones con un ritmo febril.

—¿Se ha ido Tess a la cama?

—Está leyendo en el cuarto.

Marguerite subió a echar un vistazo.

Lo más inquietante de todo lo acontecido en Blind Lake, pensó Marguerite, era que implicaba una conexión entre distancias inmensas a través de un medio que resultaba incomprensible, una conexión que le había hecho posible tocar al Sujeto, y ser tocada por él; el Sujeto, que había sabido durante todo aquel tiempo, de alguna forma, que estaba siendo observado.

El observar cambia a los que son observados. ¿Había sido Tess observada de la misma manera? ¿Y Marguerite? ¿Las conduciría aquel o, entonces, al final de alguna peregrinación inimaginable, a uno de aquellos lugares enigmáticos vinculados con las estrel as, donde intercambiarían la muerte por una zambul ida en el infinito?

Todavía no, pensó Marguerite. Quizás nunca. Pero desde luego todavía no.

Encontró a Tess completamente vestida, dormida sobre el cubrecamas, con el libro abierto y el pelo revuelto. La despertó con dulzura y la ayudó a ponerse el camisón.

Para cuando Tess estuvo bien arropada en la cama, volvía a estar completamente despierta.

—¿Quieres algo? ¿Un vaso de agua? —dijo Marguerite.

—Una historia —respondió Tess con presteza.

—La verdad es que no me sé muchas.

—Sobre él —dijo Tess.

¿Quién? ¿Chris, Ray, su abuelo?

—Sobre el Sujeto —dijo Tess—. Todas las cosas que le pasaron.

Aquel o la cogió por sorpresa. Era la primera vez que Tess había mostrado algún interés en el Sujeto.

—¿De verdad quieres que te hable de eso?

Tess asintió. Se recostó y golpeó rítmicamente la cabeza contra la almohada, con suavidad. El aire del verano agitaba el estor.

Bien. ¿Por dónde empezar? Intentó recordar las páginas que había escrito teniendo en mente a Tess. Las páginas que había escrito pero que nunca había compartido. Historias sin contar.

Pero no las necesitaba.

—Lo primero de todo —dijo Marguerite— es que tienes que entender que era una persona. No exactamente como tú y como yo, pero tampoco diferente del todo. Vivía en una ciudad a la que quería muchísimo, situada sobre una planicie seca, bajo un cielo polvoriento, en un mundo no tan grande como este.

Hace mucho. Muy lejos.

FIN