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Capítulo 42

Aún subsiste un espacio vacío en el registro de mi memoria. Existen los dos días siguientes, pero confusos y no sincronizados, un incoherente collage de imágenes y sensaciones que van y vienen, aunque sin pautas racionales.

Un reloj con números siempre diferentes. Dolor. Manos que tiraban, tanteaban, me levantaban los párpados. Voces. Una ventana iluminada, otra oscura.

Rostros: Claudel en chillona fluorescencia; la silueta de Jewel Tambeaux recortándose contra un sol al rojo vivo; Ryan a la luz de la lámpara amarilla pasando páginas lentamente; Charbonneau dormitando y con un televisor azul destellando sobre su rostro.

Me suministraron sedantes para inmovilizar a un ejército, por lo que me resulta difícil distinguir los sueños de la realidad. Sueños y recuerdos se revuelven y confunden vertiginosamente como un ciclón que gira en torno a su ojo. Por mucho que me esfuerce en reconstruir lo sucedido aquellos días no logro ordenar las imágenes.

El viernes recobré la coherencia.

Al abrir los ojos me saludó la brillante luz del sol, vi a una enfermera que preparaba un suero por vía intravenosa y comprendí dónde me encontraba. A mi derecha alguien producía suaves sonidos. Volví la cabeza, y me inundó una oleada de dolor. Un sordo latido en el cuello me hizo comprender que no era aconsejable realizar movimientos.

Ryan estaba sentado en una silla haciendo anotaciones en una agenda de bolsillo.

– ¿Viviré? -le pregunté con voz confusa.

– Mon Dieu! -repuso sonriente.

Tragué saliva y repetí la pregunta. Tenía los labios entumecidos e hinchados.

La enfermera me cogió la mano y me tomó el pulso mientras consultaba su reloj.

– Eso dicen -repuso Ryan.

Guardó la agenda en el bolsillo de su camisa, se levantó y se acercó al lecho.

– Conmoción, desgarro en la zona derecha del cuello y en la zona de la garganta, con importante pérdida de sangre. Treinta y siete puntos aplicados por un experto en cirugía plástica. Pronóstico: vivirá.

La enfermera le dirigió una mirada de desaprobación.

– Diez minutos -le dijo.

Y se marchó.

Un repentino recuerdo disparó el temor entre las capas de drogas.

– ¿Y Katy?

– Tranquila. En breve estará aquí. Vino antes, pero usted se hallaba inconsciente.

Lo miré inquisitiva.

– Apareció con una amiga poco antes de que se la llevase la ambulancia. Se trata de una compañera de McGill. Aquella tarde había pasado por su casa sin llave, pero consiguió cruzar la puerta exterior. Al parecer sus vecinos no son muy estrictos con la seguridad.

Se metió el pulgar en el cinturón.

– Pero no logró entrar en el piso. La llamó al despacho sin éxito. Por lo tanto dejó la mochila como señal de que estaba en la ciudad y se puso de nuevo en contacto con su amiga.

»Se proponía regresar a la hora de cenar, pero estalló la tormenta y las muchachas se refugiaron en Hurleys' y tomaron unas bebidas. Intentó llamar, mas no consiguió establecer contacto. Cuando llegó, estuvo a punto de sufrir un infarto, pero logré tranquilizarla. Una agente especializada permanece en estrecho contacto con ella y la mantiene al corriente de la situación. Varias personas le han ofrecido su casa, pero ha preferido seguir con su amiga. Acude aquí cada día y está ansiosa por verla.

No pude contener unas lágrimas de alivio. Ryan me ofreció amablemente un pañuelo. Me resultaba extraña mi mano sobre la manta verde del hospital, como si perteneciera a otra persona. En la muñeca llevaba una pulsera de plástico. Distinguí motas de sangre bajo las uñas.

Nuevos retazos de recuerdos acudieron a mi memoria. El relámpago: la empuñadura de un cuchillo.

– ¿Y Fortier?

– Más tarde hablaremos de ello.

– No, ahora.

Se intensificaba el dolor de cuello. Sabía que no podría seguir conversando mucho rato: Florence Nightingale no tardaría en regresar.

– Aunque perdió mucha sangre, los avances de la medicina salvaron a ese canalla. Según tengo entendido la hoja atravesó la órbita pero luego se desvió por el etmoides sin penetrar en el cráneo. Perderá un ojo, pero tendrá senos más grandes.

– Es usted un provocador, Ryan.

– Entró en su edificio por la puerta mal asegurada del garaje y luego forzó su cerradura. Como no había nadie en la casa desarticuló el sistema de seguridad, desconectó la electricidad y, por último, el teléfono. Luego aguardó. Probablemente estaba allí cuando Katy llamó y dejó su mochila.

Otro carámbano de temor. Una mano demoledora, un collar asfixiante.

– ¿Dónde se encuentra ahora?

– Aquí.

Intenté incorporarme y sentí que se me revolvía el estómago. Ryan me empujó con suavidad contra la almohada.

– Se halla sometido a intensa vigilancia, Tempe. No irá a ninguna parte.

– ¿Y qué hay de Saint Jacques? -inquirí con voz temblorosa.

– Más tarde.

Me quedaban cientos de preguntas que formularle, pero era demasiado tarde. Volvía a sumirme en el vacío donde había permanecido los dos últimos días. La enfermera regresó y dirigió a Ryan una fulminante mirada. No lo vi marcharse.

La siguiente vez que desperté Ryan y Claudel charlaban quedamente junto a la ventana. Había oscurecido. Acababa de soñar con Jewel y Julie.

– ¿Ha estado aquí Jewel Tambeaux?

Se volvieron hacia mí.

– Vino el jueves -dijo Ryan.

– ¿Y Fortier?

– Ha superado el estado crítico.

– ¿Ha hablado?

– Sí.

– ¿Es él Saint Jacques?

– Sí.

– ¿Y qué ha declarado?

– Tal vez esto debería aguardar hasta que recobre usted las fuerzas.

– Cuéntemelo.

Cambiaron una mirada y se aproximaron. Claudel se aclaró la garganta…

– Se llama Leo Fortier, tiene treinta y dos años, vive cerca de la isla con su esposa y dos hijos. Cambia constantemente de trabajo: no tiene empleo fijo. Grace Damas y él tuvieron una aventura en 1991. La conoció en una carnicería donde ambos trabajaban.

– La Boucherie Sainte Dominique.

– Oui

Claudel me dirigió una extraña mirada.

– Las cosas comenzaron a ir mal. Ella lo amenazaba con contárselo a su mujer y comenzó a apremiarlo para que le diera dinero. Él la citó en la tienda para entregárselo fuera de horas. Entonces la mató y la descuartizó.

– Muy arriesgado.

– El propietario estaba fuera de la ciudad y el establecimiento cerrado durante quince días. Allí tenía todo el equipo necesario. Pues bien, la descuartizó, condujo sus restos a Saint Lambert y los enterró en los jardines del monasterio del que, al parecer, se encarga su tío. O el anciano le dio la llave o la consiguió él por sus medios.

– Emile Roy.

– Oui.

De nuevo la mirada.

– Eso no es todo -intervino Ryan-. Utilizó el monasterio para desembarazarse de Trottier y Gagnon. Las condujo allí, las mató y las descuartizó en el sótano. Después lo limpió todo para que Roy no sospechase. Pero esta mañana, cuando Gilbert y los chicos han tirado Luminol en el sótano, ha brillado tanto como la Orange Bowl.

– De igual modo tuvo acceso al Gran Seminario -comenté.

– Sí. Dice que se le ocurrió la idea cuando seguía a Chantale Trottier. El piso de su padre se encuentra al volver la esquina. Roy tiene todas las llaves de la iglesia colgadas de un tablón, claramente marcadas. Fortier se limitó a coger la que deseaba.

– ¡Ah! Y Gilbert tiene una sierra de cocinero para usted. Dice que resplandece -intervino Ryan.

Debió de advertir alguna expresión especial en mi rostro.

– Cuando se encuentre mejor.

– Estoy impaciente.

Trataba de esforzarme, pero mi dolorido cerebro volvía a resentirse.

En aquel momento entró la enfermera.

– Es asunto policial -dijo Claudel.

Ella cruzó los brazos y negó con la cabeza.