– Lo obliga a actuar con precipitación -intervino Ryan.
– Hasta Adkins nunca había utilizado objetos robados. Tal vez usó su tarjeta de crédito después para reafirmar su control.
– O acaso se encontrara con problemas financieros, necesitaba hacer algún gasto extraordinario y carecía de poder adquisitivo -dijo Claudel.
– Es extraño. No se reserva nada acerca de las otras, pero se convierte en un pozo cerrado cuando se refiere a Adkins -observó Ryan.
Permanecimos un rato en silencio.
– ¿Y Pitre y Gautier? -inquirí evitando lo que realmente tenía que saber.
– Pretende que no ha tenido nada que ver.
Ryan y Claudel intercambiaban palabras que yo no escuchaba. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, una pregunta que se iba conformando. Se fundió, persistió su fuego y luego se deslizó por lo labios transformándose en palabras.
– ¿Y Gabby?
Claudel bajó los ojos.
Ryan se aclaró la garganta.
– Ha tenido usted un…
– ¿Y Gabby? -repetí con los ojos henchidos de lágrimas.
Ryan asintió.
– ¿Por qué?
Nadie respondió.
– Fue por mí, ¿verdad? -Me esforzaba por mantener tranquila la voz.
– Ese condenado está loco -dijo Ryan-. Está obsesionado por el control. Apenas mencionó su infancia, pero se expresó con tanta rabia acerca de su abuela que nos rechinaban los dientes al salir de la habitación. Le atribuye todos sus problemas. Insiste en que arruinó su vida. Según tenemos entendido era muy dominante y fanáticamente religiosa. Los sentimientos de impotencia de Leo probablemente proceden de lo que sucediera entre ellos.
– Significa que era un verdadero perdedor con las mujeres y culpa de ello a la anciana -añadió Claudel.
– ¿Qué tiene eso que ver con Gabby?
Ryan parecía reacio a continuar.
– Al principio conseguía una sensación de control mirando. Podía observar a sus víctimas, seguirlas, enterarse de cuanto les concernía, y ellas ni siquiera eran conscientes de su presencia. Tenía sus agendas y recortes y elaboraba mentalmente un espectáculo fantástico. Por añadidura, no existía ningún riesgo de rechazo. Pero más adelante ello no le bastó. Mató a Damas, descubrió que disfrutaba con ello y decidió ir más adelante. Y comenzó a secuestrar y asesinar a sus víctimas. El control definitivo: vida y muerte. Domina la situación y es imparable.
Fijé mis ojos en sus azules iris.
– Entonces aparece usted y desentierra a Isabelle Gagnon.
– Soy una amenaza -dije previendo lo que seguiría.
– Su perfecto modus operandi está en peligro, se siente amenazado. Y la causa es la doctora Brennan. Usted puede derrumbar el fantástico mundo del que es supremo actor.
Revisé mentalmente los acontecimientos de las últimas seis semanas.
– Desenterré e identifiqué a Isabelle Gagnon a comienzos de junio. Tres semanas después Fortier mató a Margaret Adkins, y al día siguiente nos introdujimos en la rue Berger. Tres días más tarde encontré el esqueleto de Grace Damas.
– Eso es.
– Y ello lo enfurece.
– Exactamente. La caza es su sistema de exteriorizar su ira hacia las mujeres…
– O su odio hacia la abuela -intervino Claudel.
– Tal vez. De todos modos entiende que usted lo obstaculiza.
– Y soy una mujer.
Ryan buscó un cigarrillo pero renunció al recordar dónde estaba.
– Y asimismo comete un error. Adkins fue un caso chapucero. Utilizar su tarjeta le costó muy caro.
– Por lo que necesita inculpar a alguien -acoté.
– El tipo no puede admitir que lo están acorralando. Y en modo alguno aceptará que una mujer lo pueda descubrir.
– ¿Pero por qué Gabby? ¿Por qué no yo?
– ¿Quién sabe? ¿Oportunidad? ¿Coincidencia? Quizás ella apareció antes que usted.
– No lo creo -respondí-. Es evidente que me estaba acechando desde hacía algún tiempo. ¿Acaso no puso el cráneo en mi jardín?
Señales de asentimiento.
– Podría haber esperado y luego capturarme como hizo con las demás.
– Es un jodido enfermo -dijo Claudel.
– Gabby no era como las demás, no fue la muerte de una desconocida escogida al azar. Fortier sabía dónde vivía yo, sabía que se alojaba conmigo.
Hablaba más para mí que con Ryan o Claudel. Un aneurisma emocional formado durante las últimas seis semanas y controlado por una fuerte voluntad amenazaba con estallar.
– Lo hizo adrede. El maldito psicópata deseaba hacérmelo saber. Era un mensaje, como el cráneo.
Elevaba mi tono de voz sin poder evitarlo. Recordé el sobre en mi puerta, un óvalo de ladrillos, el rostro hinchado de Gabby con sus pequeños ídolos de plata. Una foto de mi hija.
El pequeño mundo de mi globo emocional estalló, y semanas de dolor reprimido y tensiones se precipitaron por el pinchazo.
– ¡No, no! -grité, arañada la garganta por el dolor-. ¡Maldito hijo de perra!
Ryan cruzó unas breves palabras con Claudel, noté que me sujetaba los brazos, y apareció la enfermera, que me inyectó algo. A continuación perdí el sentido.
Capítulo 43
Ryan acudió a visitarme a casa el miércoles. La tierra había girado siete veces desde aquella noche pasada en el infierno y había tenido tiempo de elaborar una versión oficial para mí misma. Pero había agujeros que deseaba llenar.
– ¿Ha sido ya acusado Fortier?
– El lunes. Cinco cargos de primer grado.
– ¿Cinco?
– Pitre y Gautier probablemente no están relacionados.
– Dígame algo. ¿Cómo sabía Claudel que Fortier aparecería aquí?
– En realidad no lo sabía. Por sus preguntas acerca de la escuela comprendió que Tanguay no podía ser el culpable. Comprobó, descubrió que los alumnos entran a las ocho y salen a las tres y cuarto, y que Tanguay no había dejado de asistir a ninguna de su clases. No había faltado un solo día desde que comenzó ni habían sido fiestas escolares los días que usted le hizo comprobar. Asimismo se enteró de lo sucedido con el guante.
»Comprendió que usted se hallaba en peligro y se apresuró a venir a su casa para vigilar hasta que llegara una brigada a montar guardia. Llegó en el mismo instante en que se apagaba la luz. Intentó telefonear y comprobó que también estaba interrumpida la línea; saltó por la verja del jardín y encontró que las puertas ventanas no tenían pasado el cerrojo. Ustedes dos estaban demasiado ocupados con su danza para oírlo. Hubiera roto el cristal, pero usted debía de haber abierto el pestillo cuando trató de huir.
Claudeclass="underline" de nuevo mi rescatador.
– ¿Ha aparecido algo nuevo?
– Encontraron una bolsa deportiva en el coche de Fortier con tres cadenas para el cuello, unos cuchillos de caza, una caja de guantes quirúrgicos y un traje de calle.
Yo hacía mi equipaje mientras él hablaba apoyado en los pies de mi cama.
– Su equipo.
– Sí. Estoy seguro de que el guante de la rue Berger y el de Gabby coincidirán con la caja que llevaba en su coche.
Lo imaginé aquella noche, vestido como Spiderman, las manos enguantadas con los nudillos blancos en la oscuridad.
– Siempre vestía el traje de ciclista y llevaba los guantes puestos cuando salía a actuar. Incluso en Berger. Por ello siempre nos quedábamos con las manos vacías: sin cabellos, sin fibras, sin pruebas.
– Ni rastro de esperma.
– ¡Ah, sí! ¡También llevaba una caja de condones!
– Perfecto.
Fui al armario en busca de mis viejas zapatillas de lona y las metí en la bolsa.
– ¿Por qué lo hacía?
– Dudo que lleguemos a saberlo. Al parecer su abuela lo obligó a purificarse centenares de veces.