Aguardó a que prosiguiera. Al ver que no lo hacía, me preguntó:
– ¿Qué significa todo eso?
– Creo que nos encontramos con una sierra manual de dentado alterno, probablemente de unos cuatro dientes por centímetro, es decir, con una separación entre los dientes de dos milímetros y medio. El dentado es en bisel y la sierra corta hacia adelante.
– Comprendo.
– La deriva de la hoja es extrema y aparecen muchas mellas de salida, pero la hoja parece cortar de modo eficaz y limpiamente el material. Creo que debe de tratarse de un instrumento diseñado como una gran sierra alternativa. Las islas significan que el dentado tiene que ser muy ancho, para evitar ribetes.
– ¿A qué nos conduce esto?
Estaba casi segura de saber qué había producido los cortes, pero aún no estaba dispuesta a compartir mis pensamientos.
– Deseo consultar con alguien antes de llegar a una conclusión.
– ¿Algo más?
Volví a la primera página de mis notas y resumí las observaciones que había hecho.
– Los falsos comienzos se encuentran en las superficies anteriores de los huesos largos; las esquirlas aparecen en las caras posteriores. Eso significa que el cuerpo probablemente estaba tendido de espaldas cuando fue mutilado. Los brazos fueron separados en los hombros, las manos cortadas, las piernas amputadas en las caderas y las rodillas cercenadas en las articulaciones. La cabeza la separaron a nivel de la quinta vértebra cervical. En cuanto al tórax, se le practicó un corte vertical que profundizó hasta la columna vertebral.
– El tipo era un verdadero prodigio con la sierra -comentó Ryan.
– Es más complicado que eso.
– ¿Más complicado?
– También utilizó una navaja.
Ajusté el cubito y volví a enfocarlo.
– Eche otra mirada.
Se inclinó sobre el microscopio y no pude menos que reparar en que tenía un trasero bonito y apretado. «¡Por Dios, Brennan!, ¿en qué estarías pensando?»
– No es necesario apretarse tanto contra el ocular.
Se relajó un poco y cambió de posición.
– ¿Distingue las hendiduras de que hemos hablado?
– Sí.
– Bien, ahora fíjese en la izquierda y encontrará un tajo estrecho.
Permaneció en silencio unos momentos y ajustó el enfoque.
– Más bien parece una cuña. No es cuadrado ni tan ancho.
– Cierto: ha sido producido por un cuchillo.
Se levantó, de nuevo con sus gafas submarinas.
– Las marcas del cuchillo siguen una pauta diferente. Muchas de ellas son paralelas a los falsos inicios de la sierra; otras, incluso las cruzan. Asimismo son las únicas que he visto en la articulación de la cadera y en las vértebras.
– ¿Y a qué lo atribuye?
– Algunas marcas de cuchillo se encuentran sobre las marcas de la sierra y otras están debajo, de modo que probablemente el arma intervino antes y después de la sierra. Creo que el asesino cortó la carne con el cuchillo, separó las articulaciones con la sierra y concluyó con el cuchillo, tal vez para cortar los músculos o tendones que aún mantuvieran unidos los huesos. Salvo en el caso de las muñecas, atacó directamente a las articulaciones. Por la razón que fuera sólo aserró las manos por encima de las muñecas y pasó seguidamente a los huesos inferiores del brazo.
El hombre asintió.
– Decapitó a Isabelle Gagnon y le abrió el pecho valiéndose tan sólo del cuchillo. No aparecen señales de sierra en ninguna vértebra.
Guardamos silencio unos momentos mientras reflexionábamos en ello. Esperaba que asumiera todo aquello antes de dejar caer la bomba.
– También examiné a la Trottier.
Fijó en los míos sus brillantes ojos azules. Su enjuto rostro estaba tenso, estirado, como si se preparara a asimilar lo que me disponía a decirle.
– Es idéntico.
Tragó saliva y aspiró profundamente. Luego me habló con voz muy queda.
– Ese tipo debe de tener gas freón en las venas.
Ryan se apartó del mostrador al tiempo que el conserje asomaba la cabeza por la puerta. Nos volvimos a mirarlo y, ante nuestras sombrías expresiones, el hombre se marchó rápidamente. Ryan fijó de nuevo sus ojos en los míos y relajó los músculos de las mandíbulas.
– Transmítaselo todo a Claudeclass="underline" ya tiene la comprobación.
– Antes debo comprobar un par de cosas más. Luego abordaré al capitán Amable.
Se marchó sin despedirse y yo concluí de recoger los huesos. Dejé las cajas en la mesa y salí del laboratorio. Cuando pasaba por la zona principal de recepción reparé en el reloj que estaba sobre los ascensores: eran las seis y media. En la calle comenzaban a parpadear las luces ante la llegada del crepúsculo. De nuevo estaba yo sola y el equipo de limpieza. Sabía que era demasiado tarde para llevar a cabo ninguna de las dos últimas cosas que me proponía, pero decidí intentarlo de todos modos.
Pasé ante mi propio despacho y por el pasillo hasta la última puerta de la derecha. En una plaquita se leía «Informática» y debajo aparecía claramente impreso el nombre de Lucie Dumont.
Había tardado mucho en conseguirse pero por fin estaban conectados el LML y el LSJ. En otoño del 93 se había logrado una completa informatización y se suministraban continuamente datos al sistema. Podían localizarse los casos corrientes, y los informes de todas las divisiones se hallaban coordinados en archivos originales. Los casos de años precedentes se incorporaban gradualmente a la base de datos. L'Expertise Judiciaire había entrado estrepitosamente en la era del ordenador, y Lucie Dumont se encontraba al frente de todo ello.
La puerta estaba cerrada. Llamé aun a sabiendas de que no habría respuesta. A las seis y media de la tarde hasta Lucie Dumont se había marchado.
Regresé cansinamente a mi despacho, y en mi directorio como miembro de la Academia Norteamericana de Ciencias Forenses encontré el nombre que estaba buscando. Consulté el reloj en rápido cálculo. Allí serían sólo las cinco menos veinte. ¿O las seis menos veinte? No estaba segura del meridiano en que se encontraba Oklahoma.
– ¡Diablos! -exclamé mientras marcaba el prefijo y el número locales.
Cuando me respondieron pregunté por Aarón Calvert. Con acento nasal y amistoso me informaron que hablaba con el servicio nocturno pero que gustosamente le transmitirían el mensaje. Dejé mi nombre y número telefónico y colgué sin saber todavía a qué hora había efectuado la llamada.
Aquello no marchaba bien. Permanecí unos instantes inmóvil lamentando no haber reaccionado antes. Descolgué de nuevo el teléfono y marqué el número de Gabby sin obtener respuesta. Al parecer ni siquiera su contestador se hallaba en funcionamiento. Intenté localizarla en su despacho de la universidad. El timbre sonó varias veces sin que nadie atendiera mi llamada: me disponía a colgar cuando llegó una voz a mis oídos. En efecto, eran las oficinas del departamento; no, no la habían visto. Asimismo llevaba varios días sin recoger su correspondencia. No, no era insólito puesto que estábamos en verano. Les di las gracias y colgué.
– Eliminado -dije hablando al vacío.
No había encontrado a Lucy, a Aarón ni a Gabby. «¡Dios, Gabby!, ¿dónde te encuentras?» No quería pensar en ello.
Di unos golpecitos en el bloc con el bolígrafo.
– Alta y afuera.
Seguí dando golpecitos.
– Cuarta y larga -añadí haciendo caso omiso de la metáfora.
Tiré el bolígrafo en el aire y le hice dar la vuelta.
– Doble falta.
Lo cogí y volví a tirarlo.
– Falta personal.
Otro lanzamiento.
– Hay que cambiar a otra estrategia.
Cogida. Lanzamiento.
– Hora de mantenerse firme y defender la posición.
Cogí el bolígrafo y lo retuve. Mantenerse firme. Miré el bolígrafo. Eso era: defender la posición.
– De acuerdo -exclamé.