– ¿De qué trataba el proyecto?
Basta de hablar de él.
Sonrió secamente al tiempo que ladeaba la cabeza.
– Concernía al lenguaje. La adquisición de lenguaje en los primates del Nuevo Mundo. De ahí tomó su nombre el animaclass="underline" aprendizaje de la lengua del mono americano: ALMA. Marie Lise debía representar la respuesta de Quebec a Penny Patterson, y Alma sería el KoKo de los monos sudamericanos.
Hizo una floritura con el bolígrafo sobre su cabeza, profirió una risita burlona y por último dejó caer bruscamente el brazo con un leve golpe sobre la mesa. Observé su rostro. No pude discernir si parecía cansado o desanimado.
– ¿Quién era Marie Lise?
– Mi alumna.
– ¿Iba bien el proyecto?
– ¿Quién sabe? Lo cierto es que ella no tuvo tiempo suficiente. La mona desapareció a los cinco meses de iniciarse el proyecto.
Con más sequedad añadió:
– Y poco después también desapareció Marie Lise.
– ¿Dejó los estudios?
El hombre asintió.
– ¿Conoce la razón?
Se tomó una larga pausa para responder.
– Marie Lise era buena estudiante. Aún tenía que comenzar su tesis, pero no me cabía duda alguna de que podría realizarla perfectamente y licenciarse. Le gustaba lo que hacía. Sí, cuando Alma fue asesinada, se quedó desolada. Pero no creo que fuera por eso.
– ¿A qué lo atribuye entonces?
Dibujó pequeños triángulos en uno de los libros. Aguardé a que se tomara su tiempo.
– Su novio la agobiaba constantemente y le insistía para que dejara los estudios. Ella sólo me lo había confesado en una o dos ocasiones, pero creo que la preocupaba mucho. Me lo encontré en un par de fiestas de curso y me pareció un tipo escalofriante.
– ¿En qué sentido?
– Pues… no sé. Antisocial, cínico, hostil, grosero. Como si nunca hubiera asimilado los modales básicos. Me recordaba constantemente a un mono de Harlow, ¿sabe? Como si hubiera sido criado de manera aislada y nunca hubiese aprendido a tratar con sus semejantes. Dijera uno lo que le dijera sonreía despectivo con aire de suficiencia. Resultaba odioso.
– ¿Sospechó que él hubiera matado a Alma para sabotear el proyecto de Marie Lise e impulsarla a dejar los estudios?
Su silencio me hizo comprender que así había sido.
– Se suponía que en aquellos momentos se encontraba en Toronto.
– ¿Pudo demostrarlo?
– Marie Lise le creyó y nosotros no hicimos averiguaciones. ¿Con qué finalidad? Ella estaba demasiado afectada, y Alma había muerto.
No sabía si atreverme a formular la siguiente pregunta.
– ¿Vio usted en algún momento notas del proyecto de Marie Lise?
Dejó de divagar y me miró con dureza.
– ¿Qué quiere decir?
– ¿Existe alguna posibilidad de que ella deseara encubrir algo? ¿Alguna razón por la que quisiera abandonar?
– No, en absoluto.
Se expresaba con una convicción que sus ojos desmentían.
– ¿Sigue en contacto con usted?
– No.
– ¿Es eso corriente?
– Algunos mantienen relación; otros, no.
Seguía dibujando triángulos. Cambié de táctica.
– ¿Quién más tenía acceso al… es un laboratorio?
– Muy pequeño. En el campus tenemos muy pocos animales para estudio. Carecemos de espacio y cada especie debe mantenerse en lugares separados.
– ¿Sí?
– Sí. El CCPA ha establecido pautas específicas en cuanto a control de temperatura, espacio, dieta, parámetros sociales y de comportamiento, en fin, ya sabe.
– ¿El CCPA?
– El Consejo Canadiense para la Protección Animal publica una guía sobre la protección y utilización de animales con fines experimentales que constituye nuestra biblia y a la que debemos atenernos cuantos trabajamos con ellos: científicos, criadores e industriales, y asimismo comprende la sanidad y seguridad del personal que trabaja con ellos.
– ¿Y qué especifica en cuanto a seguridad?
– Las normas son muy concretas.
– ¿Qué medidas seguía usted en ese sentido?
– Ahora trabajo con picones, peces.
Se volvió y señaló el pescado de la pared con el bolígrafo.
– No requieren grandes exigencias. Algunos colegas se dedican a los ratones que tampoco son complicados. Los defensores de animales no suelen ponerse nerviosos con los peces y los roedores.
Su rostro expresaba una extraordinaria sequedad.
– Alma era mamífera, por lo que la seguridad era muy estricta. Disponía de una pequeña habitación que manteníamos cerrada. Y, desde luego, cerrábamos la jaula y la puerta del laboratorio.
Se interrumpió.
– He pensado en ello muchas veces. No logro recordar quién fue el último que salió aquella noche. Me consta que mi clase no era nocturna por lo que no creo que fuese muy tarde. Probablemente algún alumno realizó la última comprobación. La secretaria no comprueba las puertas a menos que se le pida de manera específica.
Hizo una nueva pausa.
– Supongo que debió de entrar alguna persona ajena al proyecto. No es imposible que se dejen las puertas abiertas. Algunos estudiantes son menos fiables que otros.
– ¿Y qué me dice de la jaula?
– La jaula, desde luego, no constituía un problema. Sólo disponía de un candado que nunca encontramos. Supongo que debieron de arrancarlo.
Intenté abordar la siguiente cuestión con delicadeza.
– ¿Llegaron a encontrarse las partes que faltaban?
– ¿Las partes que faltaban?
– Alma había sido… -De nuevo busqué la palabra adecuada-: mutilada. Algunas partes de ella que no estaban en el bulto no se encontraron. Me preguntaba si apareció algo de ello por aquí.
– Como, por ejemplo, ¿qué faltaba?
Su pálido rostro reflejaba el mayor asombro.
– Su mano derecha, doctor Bailey. La diestra había sido cortada por la muñeca. No estaba allí.
No tenía por qué hablarle de las mujeres que habían sufrido recientemente la misma violación, la verdadera razón que me llevaba allí.
Guardó silencio. Uniendo las manos tras la cabeza, se recostó hacia atrás en su asiento y se centró en algo que estaba por encima de mí. Sus mejillas enrojecieron aún más. Un pequeño reloj de radio sonó quedamente dentro de su archivador.
– De modo retrospectivo, ¿qué cree usted que sucedió? -insistí tras prolongado silencio.
No respondió en seguida. Cuando ya estaba convencida de que no lo haría, exclamó:
– Creo que probablemente fue una de las formas de vida mutante que se han desarrollado en el pozo negro alrededor de este campus.
Creí que había acabado. La fuente de su respiración parecía haberse sumido en la profundidad de su pecho. Entonces añadió algo, casi en un susurro, que yo no capté.
– ¿Cómo dice? -le pregunté.
– Marie Lise merecía algo mejor.
Me pareció un comentario extraño. También Alma, pensé, pero me abstuve de expresarlo. De improviso una campanilla interrumpió el silencio agitando todo mi sistema nervioso. Consulté el reloj: eran las diez de la noche.
Esquivé su pregunta acerca de mi interés por una mona muerta hacía cuatro años y, tras agradecerle el tiempo que me había dedicado, le rogué que me llamase si recordaba algo más sobre el particular. Y allí se quedó sentado, otra vez centrado en lo que podía haber flotado sobre mi cabeza. Imaginé que se remontaba en el tiempo, no en el espacio.
Como no me resultaba familiar el territorio, aparqué en la misma calle que la noche en que había deambulado por el Main. Hay que insistir en lo que funciona. Había llegado a considerar aquella excursión como el Gran Tanteo de Gabby. Parecía que hubieran pasado eones y sólo hacía dos días de ello.