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– ¿Qué hay de aquel nuevo amor que me mencionaste el año pasado?

– Desaparecido.

– Lo siento, John. Aquí tenemos unos asesinatos que creo que están vinculados. Si te doy una visión general del conjunto, ¿podrás opinar si se trata de crímenes en serie?

– Puedo opinar sobre cualquier cosa.

Era una de nuestras frases favoritas de antaño.

Le describí los escenarios de Adkins y Morisette-Champoux y subrayé lo que se había hecho a las víctimas. Le expliqué cómo y cuándo se habían encontrado los restantes cadáveres y cómo los habían mutilado. Luego añadí mis teorías sobre el metro y los anuncios por palabras.

– Tengo dificultades para convencer a la policía de que estos casos se hallan relacionados. Ellos se obstinan en decir que no existe ninguna pauta. Hasta cierto punto, tienen razón. Las víctimas son todas diferentes: una murió de un disparo, y las otras no; vivían en distintos lugares. Nada parece tener conexión.

– Bien. Bien. Tranquilízate. Lo enfocas de un modo equivocado. En primer lugar la mayor parte de lo que dices tiene que ver con un modus operandi.

– Sí.

– Las similitudes del modus operandi pueden ser útiles, no me interpretes mal, pero son en extremo comunes las disparidades. Un asesino puede amordazar o atar a su víctima con un cordón telefónico en una ocasión y, la próxima, ir provisto de una cuerda. Acaso apuñale o destripe a una persona y mate de un tiro o estrangule a la siguiente. Puede robar a unas, y a otras no. Te hablo de un tipo que utiliza diferente clase de armas cada vez. ¿Me sigues?

– Sí.

– El modus operandi de un criminal nunca es estático. Como todo lo demás, siempre existe una curva de aprendizaje. Esos tipos mejoran con la práctica. Aprenden qué es lo que funciona y mejoran continuamente su técnica. Algunos más que otros, desde luego.

– Muy consolador.

– Asimismo existen múltiples acontecimientos azarosos que pueden afectar los actos de un criminal, con independencia de sus planes mejor conformados. Suena un teléfono, aparece un vecino, se rompe una cuerda y tiene que improvisar.

– Comprendo.

– No lo interpretes erróneamente. Las pautas del modus operandi son útiles, y las utilizamos, pero las variaciones no significan gran cosa.

– ¿Y qué es lo que utilizáis?

– El ritual.

– ¿El ritual?

– Algunos de mis colegas lo llaman la firma o tarjeta de visita, y sólo se descubre en algunos escenarios. La mayoría de los criminales desarrollan un modus operandi porque, cuando un plan funciona un par de veces, sienten crecer su confianza en él y creen que reduce su riesgo de ser descubiertos. Pero en los elementos violentos y repetitivos hay algo más que funciona. Esa gente está impulsada por la ira. Su ira los induce a fantasear sobre violencia y, al final, ejecutan tales fantasías. Pero la violencia no basta. Implica rituales para expresar la ira. Esos rituales son los que por fin los descubren.

– ¿Qué clase de rituales?

– Por lo general consisten en controlar, tal vez humillar a la víctima. Verás, la persona no es lo realmente importante. Su edad, su aspecto acaso sean irrelevantes. Lo importante es la necesidad de desencadenar la ira. Yo encontré a un tipo cuyas víctimas oscilaban de siete a ochenta y un años.

– Así, pues, ¿qué buscarías?

– ¿Cómo encuentra a su víctima? ¿La asalta? ¿Utiliza un acercamiento verbal? ¿Cómo la controla una vez establecido el contacto? ¿La asalta de modo sexual? ¿Lo hace antes o después de asesinarla? ¿La tortura? ¿Mutila su cuerpo? ¿Deja algo en el escenario? ¿Se lleva algo?

– ¿Pero tales cosas no pueden verse asimismo afectadas por contingencias inesperadas?

– Desde luego. Pero lo más crítico es si él hace tales cosas como parte de la representación de su fantasía, del ritual de disipación de su ira, o sólo como tapadera.

– ¿Qué crees, entonces? ¿Lo que te he descrito tiene una firma?

– ¿Con carácter no oficial?

– Desde luego.

– Sin duda alguna.

– ¿De verdad?

Yo había comenzado a tomar notas.

– Me apuesto la cabeza.

– Tus rizos están a salvo, John. ¿Crees que se trata de un sádico sexual?

Percibí un tintineo mientras él cambiaba el teléfono.

– Los sádicos sexuales se excitan con el sufrimiento de sus víctimas. No sólo desean matar: quieren que sufran. Y (esto es crítico) ello los excita sexualmente.

– ¿Y?

– Las pautas que me has expuesto en parte así lo afirman. La inserción de objetos en la vagina o en el recto es algo muy frecuente en esos tipos. ¿Estaban esas mujeres vivas cuando lo hizo?

– Por lo menos una de ellas. Es difícil determinarlo en las otras dos porque los cadáveres se hallaban muy descompuestos.

– Parece posible que se trate de sadismo sexual. Lo que realmente interesaría saber es si el asesino se excitó con estas acciones.

No podía responder a eso. No se había encontrado semen en ninguno de los cadáveres. Así se lo dije.

– Es útil, pero eso no descarta el sadismo sexual. Yo conocí a un tipo que se masturbaba en la mano de su víctima y luego se la cortaba y la trituraba en una licuadora. En esos escenarios nunca se encontró semen.

– ¿Cómo lo cazasteis?

– En una ocasión su puntería no fue tan buena.

– Tres de esas mujeres fueron descuartizadas. Eso lo sabemos con certeza.

– Lo que puede demostrar una pauta, pero no constituye prueba de sadismo sexual. A menos que se realizara antes de la muerte de la víctima. Los asesinos en serie, sean o no sádicos sexuales, son muy astutos y planean ampliamente sus crímenes. La mutilación posmórtem no significa de modo necesario que exista un componente sexual ni sádico. Algunos lo hacen simplemente para deshacerse con más facilidad del cadáver.

– ¿Y qué me dices de la mutilación? ¿De las manos?

– La misma respuesta. Es una pauta, una exageración, pero puede ser o no sexual. A veces sólo es un medio de dejar indefensa a la víctima. Sin embargo advierto algunos indicadores. Dices que esas personas eran desconocidas para su asesino, que fueron golpeadas de manera brutal, que sufrieron inserción de objetos, probablemente ante mórtem. Esa combinación es característica.

Yo anotaba precipitadamente.

– Comprueba si los objetos fueron llevados al escenario del crimen o si ya se encontraban allí. Eso podría formar parte de la firma del tipo: planear las cosas en lugar de mostrar una crueldad circunstancial.

Lo anoté y contemplé lo escrito con ojos encandilados.

– Dime otras características de sadismo sexual.

– Un modus operandi establecido. Utilizar un pretexto para establecer contacto. La necesidad de dominar y humillar a la víctima. Crueldad excesiva. Excitación sexual por el temor y el dolor de la mujer. Conservar recuerdos de ella. El…

– ¿Qué has dicho últimamente?

Escribía tan deprisa que se me agarrotaba la mano.

– Recuerdos.

– ¿Qué clase de recuerdos?

– Elementos del escenario del crimen: retales de ropa de la víctima, joyas, esas cosas.

– ¿Recortes de periódicos?

– A los sádicos sexuales les encanta que la prensa hable de ellos.

– ¿Suelen guardar constancias?

– Mapas, diarios, calendarios, dibujos, lo que quieras. Algunos graban cintas. La fantasía no consiste sólo en matar. El asedio previo y la representación posterior acaso constituyan gran parte de la excitación.

– Si son tan hábiles para evitar que los descubran, ¿por qué guardan todo ese material? ¿No resulta arriesgado?

– La mayoría se creen superiores a los policías. Demasiados inteligentes para ser capturados.