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El cadáver semidesnudo y muy descompuesto de Constance Pitre fue descubierto en una casa abandonada de Khanawake, una reserva india río arriba de Montreal. A Marie Claude Gautier la encontraron tras el metro de Vendóme, una estación de transbordo con los trenes de los suburbios de la parte oeste. Ambas habían sido brutalmente golpeadas y degolladas. Gautier tenía veintiocho años; Pitre, treinta y dos. Las dos eran solteras y vivían solas. Se había interrogado a los sospechosos habituales y se habían seguido las pistas existentes, que en ambos casos concluyeron en punto muerto.

Pasé tres horas examinando los archivos que, comparados con los que había revisado durante las últimas seis semanas, eran relativamente escasos. Las dos habían sido prostitutas. ¿Era aquélla la razón de que las investigaciones fueran tan limitadas? ¿Explotadas en vida y desdeñadas en la muerte? ¡Adiós y viento fresco! Me negué a profundizar en ello.

Miré las fotos de las víctimas. Sus rostros eran distintos pero a la vez inquietantemente similares: la extraordinaria palidez, el exagerado maquillaje, la mirada fría e indiferente. Sus expresiones me recordaron la noche pasada en el Main, cuando contemplaba la actividad callejera desde un asiento de primera fila con resignación y desesperación. Allí las había visto vivir; aquí aparecían en instantáneas.

Extendí las fotos del escenario del crimen sabiendo de antemano la historia que expresarían. Pitre: el patio, el lecho, el cadáver. Gautier: la estación, los matorrales, el cuerpo. A Pitre le habían cercenado casi por completo la cabeza; a Gautier también le habían cortado la garganta, y el ojo derecho había sido apuñalado y convertido en una masa pulposa. El extremo salvajismo de los ataques había impulsado a incluirlas en nuestra investigación.

Leí la autopsia y los informes policiales y de toxicología, y analicé minuciosamente cada entrevista del resumen del investigador. Extraje todos los detalles de las idas y venidas de las víctimas, todos los pormenores de sus vidas y sus muertes, y los trasladé a una sencilla hoja de cálculo electrónico. No era gran cosa.

Oía cómo los demás se movían alrededor de mí, arrastraban sus sillas y bromeaban, pero no les prestaba atención. Cuando por fin cerré los archivos eran más de las cinco. Sólo quedaba Ryan. Al levantar la mirada descubrí que me estaba observando.

– ¿Quiere ir a ver a los Gitanos?

– ¿Cómo?

– Tengo entendido que le gusta el jazz.

– Sí, pero el festival ha terminado, Ryan.

¿Quién se lo había dicho? ¿Cómo lo sabía? ¿Era aquélla una invitación social?

– Cierto. Mas la ciudad sigue en marcha. Los Gitanos actúan en el antiguo puerto. Es un grupo estupendo.

– No lo creo, Ryan.

Sí lo creía: había pensado en ello. Por eso me negaba. En aquellos momentos no. No hasta que la investigación hubiera concluido y hubieran cazado a aquel animal.

– De acuerdo. -Me miró con sus electrizantes ojos-. Pero tiene que comer.

Aquello era cierto. Otra cena sola y a base de congelados sin duda era poco atractiva. No, ni siquiera daría a Claudel la apariencia de algo impropio.

– Probablemente no es una…

– Mientras damos cuenta de una pizza podríamos cambiar impresiones sobre lo que opina sobre este asunto.

– Una reunión de negocios.

– Certainement.

De nuevo percibí el sonido del reloj.

¿Deseaba yo comentar los casos? Desde luego. Había algo en aquellas dos víctimas añadidas que no me parecía auténtico. Aún más, sentía curiosidad acerca del destacamento de fuerzas. Ryan nos había dado la versión oficial, ¿cuál sería la dinámica real? ¿Dónde estarían los hilos de la maraña que yo debería conocer o evitar?

De nuevo el zumbido del reloj.

¿Lo pensarían los demás dos veces? Desde luego que no.

– De acuerdo, Ryan. ¿Adonde quiere ir?

Un encogimiento de hombros.

– ¿Qué tal Angelas? -sugirió.

Estaba cerca de mi apartamento. Recordé la llamada a las cuatro de la mañana efectuada el mes anterior, el «amigo» que me había acompañado. «Estás paranoica, Brennan. Ese hombre quiere una pizza. Sabe que puedes aparcar en tu casa.»

– ¿A usted le queda cómodo?

– Sí, está de camino.

¿Hacia adonde? No quise preguntar.

– Estupendo. Nos encontraremos dentro de… -Consulté el reloj-. ¿Treinta minutos?

Me detuve en casa, di de comer a Birdie y me abstuve de mirarme en el espejo. No me peiné ni me compuse el maquillaje: era cuestión de negocios.

A las seis y cuarto Ryan se tomaba una cerveza fresca y yo una coca cola mientras aguardábamos una pizza suprema, sin queso de cabra en la porción de Ryan.

– Comete un error.

– No me gusta.

– Qué inflexible.

– De acuerdo conmigo mismo.

Charlamos un rato de minucias y luego cambiamos de tema.

– Hábleme de esos otros casos. ¿Por qué Pitre y Gautier?

– Patineau me hizo buscar todos los homicidios sin resolver de la SQ que se ajustaran a determinado perfil, remontándonos hasta el 85. Básicamente, según las pautas en que usted ha estado trabajando. Mujeres, mutilaciones, muertes aparatosas. Claudel ha investigado los casos del CUM. En cuanto a la policía local, le pedimos que hiciera lo mismo. Hasta el momento han aparecido estas dos.

– ¿Sólo en la provincia?

– No exactamente.

Guardamos silencio cuando llegó la camarera y sirvió la pizza. Ryan encargó otra cerveza, algo que yo rehusé con cierto resentimiento. «Es culpa tuya, Brennan.»

– No piense en tocar mi parte.

– No me gusta. -Apuró su copa-. ¿Sabe lo que pasa con las cabras?

Lo sabía, pero procuré no pensar en ello.

– ¿Qué quiere decir con «no exactamente»?

– En principio Patineau pidió que buscara en Montreal y sus alrededores. Cuando llegó el perfil de Quantico, envió a la Policía Montada una descripción de los componentes según nuestro material y el de ellos, para que comprobaran si tenían casos similares en sus archivos.

– ¿Y?

– Negativo. Al parecer se trata de un individuo local.

Comimos un rato en silencio.

– ¿Cuál es su opinión? -inquirió finalmente.

Me tomé algún tiempo para responder.

– Sólo he pasado tres horas con los nuevos archivos, pero en cierto modo no me parecen similares.

– ¿Porque se trata de prostitutas?

– Sí, pero hay algo más. Las muertes han sido violentas, no cabe duda de ello, pero son asimismo demasiado…

Durante toda la tarde había tratado inútilmente de expresar aquella sensación en una palabra. Dejé caer un pedazo de pizza en mi plato y observé cómo rezumaba el tomate y la alcachofa de la empapada masa.

– … desorden.

– ¿Desorden?

– Sí, desorden.

– ¡Cielos, Brennan!, ¿qué esperaba? ¿Vio el apartamento de Adkins o de Morisette-Champoux? Parecían el Árbol Herido.

– Rodilla.

– ¿Cómo?

– Rodilla: era Rodilla Herida.

– ¿Se refiere a los indios?

Asentí.

– No me refiero a la sangre. Los escenarios de Pitre y Gautier parecían como… -De nuevo traté de encontrar la palabra adecuada-. Desorganizados, improvisados. Con las restantes se tiene la sensación de que ese tipo sabía muy bien lo que estaba haciendo. Entró en sus casas previamente armado y se llevó su arma consigo. En los restantes escenarios nunca se encontró, ¿no es cierto?

Asintió.

– En cambio, recuperaron el cuchillo de Gautier.

– Sin huellas. Lo que podría sugerir planeamiento.

– Era invierno. Es probable que el tipo llevase guantes.

Hice girar mi bebida.

– Los cadáveres estaban como si acabaran de dejarlos, como si se hubieran dejado precipitadamente. Gautier se hallaba de bruces; Pitre yacía de costado con las ropas desgarradas y las bragas en los tobillos. Eche otra mirada a las fotos de Morisette-Champoux y Adkins. Los cadáveres están bien colocados; ambos yacen de espaldas, con las piernas extendidas y los brazos bien puestos. Parecen muñecas o bailarinas. ¡Por Cristo! Se diría que Adkins ha sido sacrificada cuando realizaba una pirueta. Sus ropas no están destrozadas sino pulcramente abiertas. Es como si el asesino deseara exhibir lo que les ha hecho.