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– C'est ça. Eso es.

Lacroix señaló una columna del extremo derecho que se levantaba desde el fondo hasta lo alto de la pantalla, donde se truncaba su parte superior. Un pico más reducido a su derecha se remontaba hasta un cuarto de su altura. Ambos estaban marcados con las letras «Zn».

– Zinc. Es un elemento estándar que aparece en todos estos guantes.

Señaló un par de picos en el extremo izquierdo, uno bajo, el otro que se levantaba a tres cuartos de distancia hacia lo alto de la pantalla.

– Este punto más bajo es magnesio. «Mg». El alto, marcado con «Si», es silicio.

Más lejos, a la derecha, un doble pico mostraba la letra S.

– Azufre.

Un pico con «Ca» se remontaba hasta la mitad de la pantalla.

– Una pizca de calcio.

Más allá del calcio aparecía un hueco y luego una serie de montículos bajos, estribaciones del pináculo del zinc: «Fe».

– Un poco de hierro.

Se recostó en su silla y resumió.

– Un combinado bastante corriente. Mucho zinc, con silicio y calcio son los restantes y más importantes componentes. Imprimiré éstos y luego probaremos otro punto.

Hicimos diez pruebas y todas mostraron igual combinación de elementos.

– Ahora examinaremos el otro guante.

Repetimos el sistema con el guante hallado en la cocina de Tanguay.

Los picos que revelaban la presencia de zinc y azufre eran similares, pero éste contenía más calcio y no contaba con hierro, silicio ni magnesio. Una pequeña punta indicaba la presencia de potasio. Sucedió de igual modo en cada serie.

– ¿Qué significa eso? -pregunté, aunque ya creía conocer la respuesta.

– Cada fabricante utiliza una fórmula algo distinta para el látex. Incluso se producen variaciones entre ejemplares de la misma empresa, pero ello dentro de unos límites.

– ¿De modo que esos guantes no son de la misma pareja?

– Ni siquiera proceden del mismo fabricante.

Se levantó para retirar el guante. Yo centraba mis pensamientos en nuestro hallazgo.

– ¿Facilitaría más información la difracción de rayos equis?

– Con lo que hemos hecho, la microfluorescencia de rayos equis, se revelan los elementos presentes en un objeto. La difracción por rayos equis puede describir la real mezcla de elementos, la estructura química. Por ejemplo, con microfluorescencia podemos saber si algo contiene sodio y cloruro; con la difracción averiguamos si está confeccionado de cristales de sodio-cloruro.

«Para simplificar, en el difractómetro de rayos equis se hace girar una muestra y se la somete a rayos equis, que rebotan en los cristales y cuya pauta de difracción indica la estructura de tales cristales.

»La única limitación en la difracción consiste en que sólo puede realizarse con materiales que cuenten con estructura cristalina, aproximadamente el ochenta por ciento de todo cuanto llega. Por desdicha el látex no es de estructura cristalina y la difracción probablemente no añadirá gran cosa. En definitiva, esos guantes proceden de diferentes fabricantes.

– ¿Y si sólo han salido de distintas cajas? Sin duda deben de variar los lotes individuales de látex.

Guardó silencio unos momentos.

– Aguarde -dijo-. Voy a mostrarle algo.

Desapareció en el laboratorio principal y lo oí hablar con el técnico. A continuación regresó con un montón de impresos, cada uno compuesto por siete u ocho páginas, que mostraban la familiar sucesión de agujas. Desplegó cada serie y observamos las variaciones de las pautas.

– Cada uno de ellos muestra una secuencia de pruebas realizadas en guantes de un solo fabricante pero extraídos de distintas cajas. Existe variación, pero las diferencias nunca son tan grandes como las de los guantes que acabamos de analizar. Examiné varias series. El tamaño de los picos variaba, pero los componentes aparecían con regularidad, de modo coherente.

– Ahora, fíjese en esto.

Desplegó otra serie de impresos. De nuevo surgían algunas diferencias, pero en general la mezcla era la misma.

De pronto algo llamó mi atención: la configuración parecía familiar. Observé los símbolos: «Zn, Fe, Ca, S, Si, Mg.» Gran contenido en zinc, silicona y calcio. Rastros de otros elementos. Deposité el impreso del guante de Gabby sobre aquella serie: la pauta era casi idéntica.

– ¿Serán estos guantes del mismo fabricante, señor Lacroix?

– Sí, sí, ésa es mi idea. Y probablemente proceden de la misma caja. Lo recuerdo muy bien.

– ¿De qué caso se trata?

El corazón me latía tumultuosamente.

– Llegó hace pocas semanas.

Hojeó hasta la primera hoja de la serie. Numero d'événement: 327468.

– Puedo sacarlo en la pantalla del ordenador.

– Hágalo, por favor.

La pantalla se llenó de datos en unos segundos. Los revisé. Numero d'événement: 327468. Número del LML: 29427. Agencia solicitante: CUM. Investigadores: L. Claudel y M. Charbonneau. Lugar de localización: 1422 de la rue Berger. Fecha de recuperación: 24 de junio de 1994.

«Un viejo guante de caucho. Tal vez al tipo le preocupaban sus uñas», había dicho Claudel. Y yo había pensado que se refería a un guante para limpieza doméstica. ¡Saint Jacques tenía un guante quirúrgico que coincidía con el hallado en la tumba de Gabby!

Le di las gracias al señor Lacroix, recogí los impresos y me marché. Devolví los guantes al departamento mientras en mi mente se debatían las últimas informaciones recibidas. El guante de la cocina de Tanguay no coincidía con el enterrado junto al cadáver de Gabby. Las manchas externas correspondían a sangre animal. El guante encontrado con Gabby estaba limpio, sin sangre ni huellas. Saint Jacques tenía un guante quirúrgico que coincidía con el hallado junto a Gabby. ¿Estaría Bertrand en lo cierto? ¿Serían Tanguay y Saint Jacques la misma persona?

Sobre mi mesa me aguardaba una nota de color rosado. Había llamado identificación del CUM. Las fotos del piso de Berger se habían archivado en un CD Rom. Podía verlas allí o revisarlas afuera. Llamé para solicitar lo último y les indiqué que acudiría en breve.

Me dirigí al cuartel general del CUM maldiciendo el embotellamiento de la hora punta y los turistas que atestaban la zona del puerto antiguo. Dejé el coche aparcado en doble fila, subí disparada la escalera y acudí directamente al despacho del sargento que se encontraba en la tercera planta. De modo sorprendente tenía en su poder el disquete. Firmé por su recepción, regresé precipitadamente al coche y lo metí en mi cartera.

Durante el camino de regreso estuve vigilando hacia atrás, temerosa de que me siguieran Tanguay o Saint Jacques. No podía detenerme.

Capítulo 37

Llegué a casa sobre las cinco y media y me instalé entre el silencio del apartamento, calculando qué más podía hacer. Nada. Ryan tenía razón: Tanguay podía estar afuera, en espera de una oportunidad para atacarme. No pensaba facilitarle las cosas.

Pero tenía que comer y mantenerme ocupada.

Al salir a la puerta principal escudriñé la calle. Allí estaban, en la izquierda, junto al puesto de pizzas. Saludé con una inclinación de cabeza a los dos guardias uniformados y señalé en dirección a Ste. Catherine. Los vi conferenciar y uno de ellos se dispuso a acompañarme.

Mi calle cruza con Ste. Catherine no lejos de Le Faubourg. Mientras me dirigía al mercado sentí la molestia de verme seguida por un policía. No importaba. El día era magnífico. En el laboratorio no había reparado en ello. El calor se había impuesto e inmensas nubes blancas flotaban en un cielo de un azul deslumbrante, proyectando islas de sombras sobre el entorno y los transeúntes. Se estaba a gusto al aire libre.

En La Plantation palpé los aguacates, examiné el color de las bananas y escogí brécoles, coles de Bruselas y patatas con la concentración de una neurocirujana. Compré una barra de pan en la panadería, una mousse de chocolate en la pastelería, escogí chuletas de cerdo, filetes de ternera y una tourtiére en la carnicería.