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– ¿Vecino? -preguntó Ryan.

– Parece ser.

– ¿ReMax?

– Eso creo. Se distinguen la R y parte de la E. Podemos hacer ampliar la foto.

– Sería fácil seguir la trayectoria. La inscripción sólo tiene cuatro meses de antigüedad. ¡Diablos, en este tipo de negocios probablemente aún esté en vigor! -comentó Ryan, que tomaba notas.

– ¿Y qué hay acerca de Damas?

– No lo sé.

Me abstuve de responder que no había querido molestar a la familia de la víctima.

– ¿Y Trottier?

– No. Hablé con la madre de Chantale y me dijo que no pensaba vender, que nunca había ofrecido la propiedad.

– Podría tratarse del padre.

Nos volvimos hacia Claudel, que me miraba; en esta ocasión no se había expresado con altivez.

– ¿Cómo? -repuso Ryan.

– Pasaba mucho tiempo con su padre. Tal vez él se propusiera vender. ¿Lo confirmamos?

– Lo comprobaré -asintió Ryan sin dejar de tomar notas.

– Ella iba allí el día que fue asesinada -dije.

– Iba un par de días por semana.

Claudel se mostraba paternalista, pero no despectivo: hacíamos progresos.

– ¿Dónde vive?

– En Westmount. Un condominio multimillonario en Barat, cerca de Sherbrooke.

Traté de situarlo. Aquello debía de encontrarse en los límites del centro de la ciudad, no lejos de mi apartamento.

– ¿Por encima del Forum?

– Eso mismo.

– ¿Cuál es la estación de metro más próxima?

– Debe de ser Atwater. Se encuentra a un par de manzanas de allí.

Ryan consultó su reloj, procuró atraer la atención de Janine y le hizo señas como si firmara en el aire. Pagamos, y Antoine nos obsequió con puñados de caramelos.

En cuanto llegué a mi despacho saqué el mapa, localicé la estación de Atwater y conté las paradas que había desde Berri-UQAM. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis. En aquel momento sonó el teléfono y me apresuré a responder a la llamada.

Capítulo 28

El apartamento de Robert Trottier había sido puesto a la venta durante un año y medio.

– Debe de haberse demorado por causa del precio.

– No lo sé, Ryan. Nunca he estado allí.

– Yo lo he visto por televisión.

– ¿Remax?

– Royal LePage,

– ¿Anuncios?

– Así lo cree él. Estamos comprobando.

– ¿Letrero exterior?

– Sí.

– ¿Y Damas? -me interesé.

Ella, su marido y sus tres hijos vivían con los padres de él, que poseían la casa desde que se creó la tierra y en ella morirían. Medité unos instantes sobre el tema.

– ¿Qué hacía Grace Damas?

– Criaba niños, hacía tapetes de ganchillo para la iglesia, realizaba algún trabajo a tiempo parcial. ¿Está preparada para esto? En una ocasión trabajó en una carnicería.

– Perfecto. ¿Y el marido?

– Limpio. Conduce un camión. -Pausa-. Como anteriormente hacía su padre. Silencio.

– ¿Cree que esto significa algo? -pregunté.

– ¿El metro o los anuncios?

– Ambos.

– ¡Diablos, Brennan, no lo sé! -Nuevo silencio-. Déme un escenario.

Había tratado de ingeniar algo.

– Bien. Saint Jacques lee los anuncios de ofertas inmobiliarias, escoge una dirección. Luego se aposta hasta que detecta a su víctima. La sigue, aguarda su oportunidad y por fin provoca la emboscada.

– ¿Qué tiene que ver aquí el metro?

Medité unos momentos.

– Es como un juego para él. Es el cazador y ella la presa. El escondrijo de Berger es su madriguera. La aborda con los anuncios por palabras, la sigue y luego se prepara para asesinarla. Sólo utiliza algunas zonas de caza.

– La salida de la sexta estación.

– ¿Tiene alguna idea mejor?

– ¿Por qué anuncios de fincas inmobiliarias?

– ¿Por qué no? Un objetivo vulnerable, una mujer sola en casa. Imagina que, si vende, la encontrará para mostrar la propiedad. Tal vez llama. El anuncio le facilitara el acceso.

– ¿Por qué seis estaciones?

– No lo sé. El tipo está loco.

Brillante, Brennan.

– Debe de conocer la ciudad a la perfección.

Meditamos sobre ello.

– ¿Empleado del metro?

– ¿Taxista?

– ¿Servicio Público?

– ¿Policía? -dije.

Se produjo un intervalo de tenso silencio.

– Brennan, no pue…

– No.

– ¿Qué me dice de Trottier y Damas? Éstas no encajan.

– No.

Silencio.

– Gagnon fue encontrada en el centro de la ciudad; Damas en Saint Lambert; Trottier en Saint Jerome. Si nuestro sujeto es una persona que se desplaza diariamente a su trabajo ¿cómo hacer frente a esto?

– No lo sé, Ryan. Pero son tres de cada cinco, tanto en los anuncios como en las paradas de metro. Fíjese en Saint Jacques o quienquiera que sea esa rata. Tiene su madriguera precisamente en Berri-UQAM y coleccionaba anuncios por palabras. Esto merece algún seguimiento.

– Sí.

– Podríamos comenzar con la colección que poseía Saint Jacques, ver qué había recogido.

– Sí.

Se me ocurrió otra idea.

– ¿Y qué tal acerca de esbozar su retrato? Ya contamos con suficientes datos para intentarlo.

– Muy moderno.

– Podría ser útil.

Interpreté su pensamiento a través de la línea telefónica.

– Claudel no tiene por qué enterarse. Yo podría fisgonear de modo no oficial, descubrir si vale la pena profundizar en ello. Contamos con los escenarios del crimen de Morisette-Champoux y Adkins, el modo en que se produjo la muerte y cómo se dispuso del cadáver en cuanto a las restantes. Creo que podrían funcionar con esto.

– ¿Se refiere a Quantico?

– Sí.

Profirió un resoplido.

– De acuerdo. Estarán tan saturados que no le devolverán la llamada hasta el siglo que viene.

– Conozco a alguien allí.

– No me sorprende. -Suspiró-. ¿Por qué no? Pero sólo una consulta en ese sentido. No nos comprometa en absoluto. La solicitud debe proceder de Claudel o de mí.

Al cabo de unos momentos marcaba el prefijo de Virginia y pedía por John Samuel Dobzhansky. Aguardé. El señor Dobzhansky estaba ilocalizable. Dejé un mensaje.

Intenté hablar con Parker Bailey. Otra secretaria, otro mensaje.

Llamé a Gabby para saber sus planes para la cena. Me respondió mi propia voz en el contestador. Lo intenté con Katy. Nuevo mensaje. ¿Acaso nadie se hallaba jamás en su lugar?

Dediqué el resto de la mañana a la correspondencia y a revisar trabajos de los alumnos mientras aguardaba a que sonara el teléfono. Deseaba hablar con Dobzhansky y con Bailey. Parecía sonar un reloj en mi cabeza que me impedía concentrarme. Cuenta atrás. ¿Cuánto tardaría en aparecer la próxima víctima? A las cinco renuncié y me fui a casa.

El apartamento estaba en silencio. Ni rastro de Birdie ni de Gabby.

– ¿Gab? Tal vez estuviera durmiendo.

La puerta de la habitación de invitados seguía cerrada. Birdie dormitaba en mi lecho.

– Sois tal para cual vosotros dos -dije mientras le acariciaba la cabeza-. Vamos. Es hora de que te limpie la lata.

El olor a suciedad era intenso.

– Tengo demasiadas cosas en la cabeza, Bird. Lo siento.

No recibí ninguna muestra de reconocimiento.

– ¿Dónde está Gabby?

Me devolvió una mirada inexpresiva mientras se desperezaba.

Le cambié la arena. Birdie me lo agradeció utilizándola y vertiendo parte en el suelo.

– Vamos, Bird, trata de no echarla fuera. Gabby no es una compañera de baño muy limpia. Procura esmerarte tú.

Contemplaba su revoltijo de lociones limpiadoras y cosméticos.

– Parece que lo ha recogido un poco.

Busqué una coca cola light y me puse unos pantalones cortos. ¿Qué plan tenía para cenar? ¿A quién intentaba engañar? Saldría a la calle.

El contestador automático se encendió. Había un mensaje. Era yo misma que había llamado sobre la una. ¿Acaso Gabby no lo había oído o no le había hecho caso? Tal vez había desconectado el teléfono, o quizás estuviera enferma o no se encontrara en casa. Fui hasta su habitación.