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– ¿Y?

– Negativo. Al parecer se trata de un individuo local.

Comimos un rato en silencio.

– ¿Cuál es su opinión? -inquirió finalmente.

Me tomé algún tiempo para responder.

– Sólo he pasado tres horas con los nuevos archivos, pero en cierto modo no me parecen similares.

– ¿Porque se trata de prostitutas?

– Sí, pero hay algo más. Las muertes han sido violentas, no cabe duda de ello, pero son asimismo demasiado…

Durante toda la tarde había tratado inútilmente de expresar aquella sensación en una palabra. Dejé caer un pedazo de pizza en mi plato y observé cómo rezumaba el tomate y la alcachofa de la empapada masa.

– … desorden.

– ¿Desorden?

– Sí, desorden.

– ¡Cielos, Brennan!, ¿qué esperaba? ¿Vio el apartamento de Adkins o de Morisette-Champoux? Parecían el Árbol Herido.

– Rodilla.

– ¿Cómo?

– Rodilla: era Rodilla Herida.

– ¿Se refiere a los indios?

Asentí.

– No me refiero a la sangre. Los escenarios de Pitre y Gautier parecían como… -De nuevo traté de encontrar la palabra adecuada-. Desorganizados, improvisados. Con las restantes se tiene la sensación de que ese tipo sabía muy bien lo que estaba haciendo. Entró en sus casas previamente armado y se llevó su arma consigo. En los restantes escenarios nunca se encontró, ¿no es cierto?

Asintió.

– En cambio, recuperaron el cuchillo de Gautier.

– Sin huellas. Lo que podría sugerir planeamiento.

– Era invierno. Es probable que el tipo llevase guantes.

Hice girar mi bebida.

– Los cadáveres estaban como si acabaran de dejarlos, como si se hubieran dejado precipitadamente. Gautier se hallaba de bruces; Pitre yacía de costado con las ropas desgarradas y las bragas en los tobillos. Eche otra mirada a las fotos de Morisette-Champoux y Adkins. Los cadáveres están bien colocados; ambos yacen de espaldas, con las piernas extendidas y los brazos bien puestos. Parecen muñecas o bailarinas. ¡Por Cristo! Se diría que Adkins ha sido sacrificada cuando realizaba una pirueta. Sus ropas no están destrozadas sino pulcramente abiertas. Es como si el asesino deseara exhibir lo que les ha hecho.

Ryan no respondió. La camarera apareció de nuevo para asegurarse de que habíamos comido a gusto y preguntarnos si deseábamos algo más. Nos limitamos a pedir la cuenta.

– Estos dos casos me producen una sensación distinta. Aunque podría estar equivocada.

– Eso se supone que debemos imaginar.

Ryan cogió la nota y levantó la mano en un ademán tajante.

– En esta ocasión me toca a mí. La próxima vez invitará usted.

E interrumpió mi naciente protesta acercando un dedo a mi labio superior. Lentamente pasó el índice por la comisura de mi boca y luego lo exhibió.

– Cabra -dijo.

Me sentí enrojecer hasta las orejas.

Al llegar a casa la encontré vacía, algo que no me sorprendió. Pero comenzaba a sentirme inquieta por Gabby y confiaba en que diera señales de vida, sobre todo para poder enviarle su equipaje.

Me tendí en el sofá y conecté los juegos de la Expo. Martínez acababa de dar un cabezazo al bateador. El locutor se volvía loco.

Estuve viendo la competición hasta que la voz del locutor se disipó en un murmullo y se impuso mi confusión mental. ¿Cómo encajaban allí Pitre y Gautier? ¿Qué significaba Khanawake? Pitre era una mohawk; todas las demás habían sido blancas. Hacía cuatro años los indios se habían atrincherado en el puente Mercier y hecho la vida imposible a quienes se dirigían a sus trabajos. Los sentimientos entre la reserva y sus vecinos seguían siendo muy poco cordiales. ¿Tendría que ver con aquello?

Gautier y Pitre eran prostitutas. Pitre había sido pillada varias veces por la policía, pero ninguna de las restantes víctimas tenía antecedentes policiales. ¿Significaría algo aquello? Si aquellas mujeres habían sido escogidas al azar, ¿era de extrañar que dos de las siete fuesen prostitutas?

¿Los escenarios del crimen de Morisette-Champoux y Adkins mostraban realmente premeditación? ¿Imaginaba yo la puesta en escena o era accidental?

¿Y qué había acerca de una perspectiva religiosa? Aquello no lo había explorado realmente. De ser así, ¿qué significaba?

Por fin me sumí en un incómodo sueño. Estaba en el Main y Gabby me hacía señas desde la ventana del piso superior de un hotel ruinoso. Aunque la habitación en que se encontraba estaba escasamente iluminada, distinguí unas figuras que se movían en el fondo. Intenté cruzar la calle para reunirme con ella, pero unas mujeres que se encontraban ante el hotel me lanzaron piedras con aire enfurecido. Apareció un rostro tras Gabby, iluminado por la espalda: se trataba de Constance Pitre, que trataba de ponerle algo por la cabeza, un vestido o una especie de bata. Gabby se resistía, y sus ademanes se volvían cada vez más frenéticos.

Una piedra me acertó en el vientre y me devolvió bruscamente a la realidad. Birdie estaba en mi estómago con el rabo en posición de descanso y la mirada fija en mi rostro.

– Gracias.

Me lo quité de encima y me senté.

– ¿Qué diablos significaba eso, Bird?

Mis sueños no son en modo alguno intrascendentes. Mi subconsciente asume experiencias recientes, que suele devolverme en forma de acertijos. A veces me siento como Arturo, frustrada con las crípticas respuestas de Merlin. ¡Dime! ¡Piensa, Arturo, piensa!

El lanzamiento de piedra; evidente: el cabezazo de Martínez. Gabby; evidente: no dejo de pensar en ella. El Main, las prostitutas, Pitre. Pitre que trata de vestir a Gabby. Gabby me hace señas pidiendo ayuda. Comenzaba a sentir un hormigueo de temor.

Prostitutas. Pitre y Gautier eran prostitutas y ambas estaban muertas. Gabby trabajaba con prostitutas, se veía acosada y había desaparecido. ¿Existiría alguna relación? ¿Se encontraría en dificultades?

«No. Ella te ha utilizado, Brennan. Suele hacerlo y tú siempre caes en ello.»

Mi temor no se extinguía.

¿Y qué había del tipo que la perseguía? Parecía realmente asustada.

Se ha largado sin dejar una nota. «Gracias, tengo que irme.» Nada.

¿Acaso no es demasiado, incluso tratándose de Gabby? El temor se intensificaba.

– De acuerdo, doctora Macaulay, descubrámoslo.

Fui a la habitación de invitados y miré en torno. ¿Por dónde comenzar? Ya había recogido sus pertenencias y las había amontonado en el fondo del armario. Odiaba tener que revisarlas.

Examinar la basura parecía menos entrometido. Vacié el contenido de la papelera en el escritorio: pañuelos de papel, envoltorios de caramelos, papel de plata, un comprobante de compra de Limité, un recibo del cajero automático, tres bolas de papel arrugado.

Alisé una de ellas, de color amarillo. Con la letra de Gabby se leía:

«Lo siento. No puedo enfrentarme a esto. Nunca me perdonaré si…»

Se interrumpía. ¿Me estaría destinado aquel escrito? Abrí la siguiente, también amarilla:

«No quiero sucumbir a este acoso. Eres tan irritante que debería…»

De nuevo renunciaba. O la habían interrumpido. ¿Qué trataba de decir? ¿A quién?

La última bola de papel era blanca y de mayor tamaño. Cuando la extendí, el miedo me invadió como un caballo desbocado, evaporando toda clase de pensamientos desagradables que había estado alimentando. Alisé el papel con manos temblorosas y lo examiné.

Aparecía un dibujo a lápiz, una figura central claramente femenina con los senos y los genitales minuciosamente detallados. El torso, brazos y piernas, estaban abocetados con torpeza y el rostro era un óvalo de rasgos indefinidos. La mujer tenía el vientre abierto y sus órganos internos surgían del interior rodeando la figura central. En el ángulo inferior izquierdo, en una letra desconocida se leía:

«Todos los movimientos que haces, todos los pasos que das. No me cortarás.»

Capítulo 30

Me quedé helada de la cabeza a los pies. «¡Oh, Dios, Gabby! ¿En qué lío te has metido? ¿Dónde te encuentras?» Contemplé el desorden que me rodeaba. ¿Era el caos normal de Gabby o la consecuencia de una huida por causa del pánico?