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– ¿Dónde has trabajado, cariño?

– En ningún lugar en especial -replicó la muchacha con la boca repleta de comida.

– Últimamente no te he visto.

– He estado enferma.

– ¿Te sientes mejor ya?

– Hum.

– ¿Has trabajado por el Main?

– Un poco.

– ¿Aún te ves con ese cerdo del camisón? -inquirió con aparente despreocupación.

– ¿A quién te refieres? -Pasó la lengua por el borde de la hamburguesa como un niño con un helado de crema.

– El tipo del cuchillo.

– ¿Del cuchillo? -repitió con aire ausente.

– Ya sabes a quién me refiero, querida: a ese fulano que se masturba mientras que tú te exhibes con el camisón de su mamá.

Julie masticó más despacio y por fin se interrumpió, pero no dijo palabra. Su rostro era como una máscara, inexpresivo, grisáceo y hierático.

Jewel repiqueteó las uñas sobre la mesa.

– ¡Vamos, querida, haz un esfuerzo! ¿No sabes de quién te hablo?

La joven tragó saliva, alzó la mirada y concentró de nuevo su atención en la hamburguesa.

– ¿Qué pasa con él? -dijo al tiempo que daba un bocado.

– Sólo te preguntaba si lo sigues viendo.

– ¿Quién es ella? -inquirió confusa.

– Tempe Brennan, una amiga de la doctora Macaulay, a quien ya conoces, ¿no es así, cariño?

– ¿Sucede algo malo con ese tipo, Jewel? ¿Tiene gonorrea, sida o algo por el estilo? ¿Por qué te interesas por él?

Era como interrogar a una bola negra mágica. Las respuestas flotaban al azar, sin vincularse a preguntas específicas…

– No, cariño. Sólo me preguntaba si sigue apareciendo.

Julie me miró a los ojos, imperturbable.

– ¿Trabajas con ella? -me preguntó con la barbilla brillante de grasa.

– Algo parecido -respondió Jewel por mí-. Le gustaría hablar con el tipo del camisón.

– ¿Acerca de qué?

– De cosas corrientes -repuso Jewel.

– ¿Acaso es sordomuda o algo parecido? ¿Por qué no responde ella misma?

Me disponía a hacerlo, pero Jewel me hizo señas de que callara. Julie no parecía esperar respuesta. Dio el último bocado y se chupó los dedos uno tras otro.

– ¿Qué pasa con ese tipo? -dijo por último-. ¡Jesús, él también hablaba de ella!

El miedo hizo vibrar todos los nervios de mi cuerpo.

– ¿Hablar de quién? -repliqué.

Julie me miró. De nuevo le pendía la mandíbula y tenía la boca entreabierta como antes. Cuando no hablaba ni comía parecía incapaz, o no deseosa, de mantenerla cerrada. Observé restos de comida en sus dientes.

– ¿Por qué quieres ahuyentarme a ese tipo? -preguntó.

– ¿Ahuyentarlo?

– Es el único cliente fijo que tengo.

– No le interesa ahuyentar a nadie; sólo quiere hablar con él -afirmó Jewel.

Julie tomó un trago de su vaso. Lo intenté de nuevo.

– ¿Qué quieres decir con eso de que también él habla de ella? -inquirí-. ¿De quién habla, Julie?

Su rostro expresó desconcierto, como si ya hubiera olvidado sus palabras.

– ¿De quién hablaba tu cliente, Julie? -El tono de Jewel reflejaba cansancio.

– Ya sabes, la mujer mayor que merodea por aquí, un poco marimacho, con el anillo en la nariz y los cabellos tan raros.

Se recogió un lacio mechón detrás de la oreja.

– Aunque es agradable: a veces me ha comprado donuts. ¿No hablabais de ella?

Hice caso omiso del guiño de advertencia de Jewel.

– ¿Qué comentarios hacía sobre ella?

– Estaba enfadado o algo parecido. No lo sé. No escucho lo que dice esa gente. Follo con ellos y mantengo la boca y los oídos cerrados: es más saludable.

– Pero ese individuo es un cliente regular.

– Más o menos.

– ¿En ocasiones especiales? -inquirí sin pensarlo.

Jewel hizo un gesto expresivo como si me dejara actuar por mi cuenta.

– ¿Qué es esto, Jewel? -se quejó Julie-. ¿Por qué me pregunta estas cosas? -De nuevo se expresaba como una criatura.

– Tempe quiere hablar con éclass="underline" eso es todo.

– No puedo seguir adelante si molestáis a ese tipo. Es un cerdo, pero me proporciona unos ingresos periódicos que necesito muchísimo.

– Lo sé, querida.

Julie agitó el resto de su bebida y la apuró de golpe al tiempo que evitaba mi mirada.

– Y no pienso dejar de trabajarlo. No me importa lo que diga nadie. Por raro que sea el tipo, no va a matarme ni nada parecido. ¡Diablos, ni siquiera tengo que follar con él! ¿Y qué otra cosa haré los jueves? ¿Tomar clases de algo? ¿Ir a la ópera? Si no lo hago con él, lo hará cualquier otra.

Era la primera emoción que demostraba: una bravuconería de adolescente en contraste con su anterior apatía. Lo sentí por ella, pero temía por Gabby y no renunciaría.

– ¿Has visto a Gabby últimamente? -inquirí procurando expresarme con suavidad.

– ¿A quién?

– A la doctora Macaulay. ¿La has visto recientemente?

Las arrugas de su entrecejo se intensificaron, y me recordó a Margot, aunque la perra probablemente disfrutaba de mejor memoria a corto plazo.

– La mujer mayor con el anillo en la nariz -le aclaró Jewel acentuando el indicador de la edad.

– ¡Ah! -Julie cerró la boca y luego volvió a quedarse boquiabierta-. No, he estado enferma.

«Tranquilízate, Brennan. Ya casi has acabado.»

– ¿Estás mejor ahora? -le pregunté.

Se encogió de hombros.

– ¿Estarás bien?

Asintió.

– ¿Quieres algo más?

Negó con la cabeza.

– ¿Vives cerca de aquí?

Me dolía utilizarla de aquel modo, pero deseaba conseguir algo más.

– En casa de Marcela. Ya sabes dónde está, Jewel, en Sainte Dominique. Muchas de nosotras vamos a parar allí.

Seguía sin mirarme.

Sí. Tenía lo que necesitaba. O lo tendría en breve.

La hamburguesa y el alcohol -o lo que ella hubiese tomado- producían sus efectos en Julie. Desaparecía su jactancia y retornaba la apatía. Estaba desplomada en el rincón de la cabina con los ojos clavados en el vacío, como los oscuros círculos de un mimo de rostro agrisado. Los cerró y aspiró profundamente mientras inflaba su huesudo pecho bajo el vestido de algodón. Parecía agotada.

De pronto se apagó la iluminación navideña. El resplandor de los fluorescentes inundó el bar, y Banco anunció a gritos su inminente cierre. Los escasos clientes que quedaban marcharon hacia la puerta gruñendo descontentos. Jewel se metió los Player en el escote y nos indicó que debíamos irnos. Consulté mi reloj: eran las cuatro de la mañana. Miré a Julie, y el sentimiento de culpabilidad que me había atormentado toda la noche resurgió con plena intensidad.

Bajo la implacable iluminación Julie estaba casi cadavérica, como alguien que avanza lentamente hacia la muerte. Sentí el deseo de abrazarla estrechamente, de llevarla a Beaconsfield, Dorval o North Hatley, donde tomaría una comida rápida, iría al baile de gala de la escuela y se encargaría pantalones tejanos del catálogo de Land's End. Pero sabía que no era posible. Me constaba que Julie sería un dato estadístico y que, antes o después, se encontraría en los sótanos del Parthenais.

Pagué la cuenta y salimos del bar. El aire precursor de la mañana era húmedo y frío y transmitía olores del río y de la fábrica de cerveza.

– Buenas noches, señoras -dijo Jewel-. No os vayáis a bailar.

Agitó los dedos, se volvió y se marchó taconeando rápidamente por la callejuela. Julie partió en dirección opuesta sin decir palabra. La perspectiva del hogar y del lecho me atraían como un imán, pero aún tenía que conseguir más información.

Aguardé unos instantes y vi escabullirse a Julie. Supuse que me sería fácil seguirla, pero me equivoqué. Cuando me asomé, ya había desaparecido por la esquina siguiente, y me vi obligada a correr para alcanzarla.