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Y eso había hecho. Andreas había visto seis meses antes todo lo que había comprado su hermano… o quizá se había encargado de hacerlo alguna de las amantes de éste. Andreas se había reído al ver todo aquello y había pensado que quizá fuera divertido utilizarlo.

Pero no había sido así. La vida sin Christina era mucho más fácil, pero seguía sin atraerle la idea de seducir mujeres sólo por afición.

Aunque si se trataba de Holly… La observó. enfundada en aquel vestido, con los ojos brillantes y burlándose de él como no se había atrevido a hacer ninguna otra mujer… y pensó que la idea de seducirla le resultaba muy atrayente.

No. Tenía una misión que cumplir, e intentar algo con Holly en contra de su voluntad no era buena idea.

De hecho, podría incluso ser peligroso. Aquella mujer tenía garras y sabía bien cómo utilizarlas.

Aquella mujer era increíblemente sexy.

– Entonces vas a venir a cenar -concluyó, a falta de algo mejor que decir, pero lo que realmente deseaba decirle era «Vente a la cama conmigo. Aquí y ahora».

– Si no hay más remedio… -respondió ella con aparente calma.

– No lo hay.

– Está bien -dijo, y salió de la habitación antes que él pudiera decir nada.

Andreas no tuvo más remedio que seguirla y pensar qué iba a hacer a continuación.

Capitulo 4

Cenaron envueltos en un silencio ensordecedor.

Andreas estaba acostumbrado al silencio. Christina y él apenas se habían dirigido la palabra durante años, pero el protocolo de palacio exigía que comieran juntos, así que lo hacían sin hablar.

Sin embargo el de ahora era un silencio distinto, estaba cargado de una tensión que se podía palpar, de ira y de… ¿deseo?

Sí, deseo, decidió Andreas a lo largo de la cena, porque, por mucho que lo intentaba, no podía apartar los ojos de Holly.

Comía bien, no de una manera selectiva como Christina, sino dispuesta a disfrutar cada bocado de la magnífica comida que les había preparado Sophia, que parecía encantada con el proceder de Holly. El ama de llaves siempre había sido muy formal con Christina; sin embargo cuando a Holly se le escapó la pinza de partir la langosta y cayó al suelo, Sophia lo recogió y se lo devolvió riéndose. Holly se rió también.

– Tienes que ser más dura -le dijo el ama de llaves.

Andreas creyó ver que dirigía una mirada de aviso hacia él. Holly intercambió con ella una sonrisa de complicidad. Parecía que se habían hecho amigas; Holly llevaba allí sólo unos días y ya había surgido entre ellas una inesperada amistad. Ahí estaba otra vez la punzada del deseo. Le gustaba la sonrisa de Holly y le encantaba que Sophia sintiera tanta simpatía por ella.

¿Podría él también convertirse en su amigo? pensó de inmediato. Él quería mucho más que una amistad.

Quería casarse con ella.

Sólo sería un matrimonio formal, nada más.Las palabras de Sebastian no habían dejado lugar dudas.

– El país necesita saber que has hecho lo que debías Andreas. Pero no será para siempre. Te casa con ella, le das al pueblo una boda de cuento de hadas que nos saque de la crisis porque te verán como un hombre honrado que hizo lo correcto en cuanto se enteró de que había tenido un hijo. Y después podemos decir que ella echaba de menos su tierra, podrá volver a casa de manera secreta dando la impresión de que tú irás a verla cuando las obligaciones te lo permitan. La cosa se irán apagando de manera natural. Problema resuelto.

Pero eso que le había parecido tan lógico antes, ahora le resultaba imposible.

Quizá había sido un error ir a la isla. ¿Cómo iba a proponerle un matrimonio de conveniencia sabiendo que se pondría como una fiera? Y sabiendo que lo que él deseaba realmente… Pero bueno, eso también era imposible. No podía llevársela a la cama en contra de su voluntad; Sophia sería capaz de marcarlo con un hierro candente. Y conseguir que Holly accediese… Por el modo en que reaccionaba con él, era más probable que los cerdos volaran.

La cena terminó por fin. Sophia les llenó las copas de vino, aunque Holly apenas había bebido. y los dejó solos.

Hacía una noche maravillosa. Las luciérnagas sobrevolaban la piscina y se sentía la brisa del mar. El cielo estaba inundado de estrellas, cuya luz era como el brillo de las luciérnagas. El ambiente resultaba increíblemente romántico, una noche perfecta para la seducción.

– Bueno, ahora que ya me tienes aquí -dijo Holly, rompiendo el silencio-, ¿qué piensas hacer conmigo?

– ¿Perdón?

– Querías información sobre Adam -le tembló la voz al pronunciar el nombre de su hijo, pero enseguida se repuso-. Podría habértelo contado todo por teléfono, pero preferiste cometer un delito por el que podrías ir a la cárcel…, cualquier tribunal internacional me daría la razón. Por muy príncipe que seas, no estamos en la Edad Media. Me has traído hasta aquí en contra de mi voluntad. O dejas que me marche inmediatamente, o iré directamente a la prensa.

– No harás nada de eso.

– ¿Por qué no habría de hacerlo?

– Por tu reputación…

– ¿Mi reputación? -repitió enarcando una ceja incredulidad-. ¿Qué podría temer, que se sepa que fui madre soltera? ¡Qué escándalo, qué horror! ¿Acaso crees que he ocultado la existencia Adam? Todo el mundo sabe que tuve un bebé y jamás me he avergonzado de ello. Si tú, o alguno tus hombres, os hubierais puesto en contacto conmigo, os lo habría contado abiertamente. Era un niño absolutamente perfecto, un niño que creamos tú y yo…

Se quedó en silencio un segundo, pero enseguida volvió a levantar la vista hacia él y lo miró actitud desafiante.

– ¿Me estás diciendo que la prensa podría crucificarme si se enteraran de la existencia de Adam?- No lo creo, Andreas, a mí no. Quizá a ti.

Él asintió con preocupación.

– Es cierto. Crucificarían a mi familia.

Holly volvió a enarcar la ceja.

– Debes estar de broma. Las familias reales del mundo entero llevan toda la vida teniendo hijos fuera del matrimonio; tengo entendido que hasta se enorgullecen de ello.

– Yo no me enorgullezco del nacimiento de Adam.

– Pues deberías -replicó de inmediato-. No te pusiste en contacto conmigo, así que te perdiste la oprtunidad de ver a tu hijo, y ni siquiera puedo explicarte cuánto te perdiste, Andreas.

No podía pensar en eso. Resultaba demasiado doloroso. Sólo hacía un mes que sabía de la existencia de Adam, pero el mero hecho de saber que había existido había cambiado algo dentro de él. No sabía muy bien cómo afrontarlo, ni siquiera sabía si podría hacerlo. Tenía que concentrarse en lo que estaba viviendo en ese momento.

– Holly, tengo que ir al grano -dijo después de tomar un buen trago de vino-. El caso es que Adam existió. Alguien vio la tumba. Deduzco que han ido a ver la propiedad compradores de fuera de Australia.

– Sí -respondió ella con recelo.

– Tu agente inmobiliario sabía que yo había estado allí hace años -dijo él-. Lo está utilizando como incentivo para los posibles compradores:«hágase con la finca donde se alojó un príncipe de carne y hueso».

– Yo nunca le dije… -comenzó a decir.

– Los vendedores aprovechan todo lo que les pueda servir para cobrar la comisión -tenía que seguir adelante, olvidarse de lo personal-. Tengo entendido que el mes pasado visitó la finca un grupo de empresarios árabes. Uno de ellos vio la lápida, leyó el nombre y, al ver las fechas, se preguntó qué relación tendría conmigo, y se lo conté a su primo, que es un periodista de Calista. Así empezaron las preguntas. Y ahora me dices que se puede comprobar que era hijo mío.