Holly abrió la boca.
– No -se apresuró a decir Andreas al ver el gesto de indignación de su rostro-. No estoy poniendo en duda lo que tú me has dicho, Holly acepto que Adam era mi hijo -qué doloroso era decirlo en voz alta. «Mi hijo». Era difícil decir de un eso de un niño al que no había conocido… Pero tenía que continuar, aunque para ello tuviera que ser muy brusco-. Me refiero a otra gente. Si se puede demostrar ante el mundo que Adam era mío, es posible que la noticia haga que mi familia pierda el trono de Aristo.
Algo cambió en el gesto de Holly. La indignación y la rabia dejaron paso a la confusión. -¿Cómo…?
– Tú tenías diecisiete años cuando te dejé embarazada -explicó Andreas-. Eso lo cambia todo.
– ¿Por qué?
– Eras menor de edad. El rey… mi padre… era un libertino y todo el mundo lo sabía. Hubo mucha corrupción y muchos escándalos en los últimos días de su reinado, lo que nos está causando muchos problemas.
– ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
– Los enemigos de mi padre están dispuestos a cualquier cosa con tal de derrocarnos.
– ¿Los enemigos de tu padre?
– Te lo explicaré -dijo e hizo una pausa para pensar cómo hacerlo.
La única luz que había era la de las estrellas, la de las velas y las de las luciérnagas. Se oía el sonido de las olas al romper en la playa. Era el escenario perfecto para el romance, la seducción y la pasión y, sin embargo, tenía que hablar sobre cosas tan duras y frías como la conspiración.
– Ya sabes que el reino de Adamas está dividido en dos islas, Calista y Aristo -comenzó a decir por fin-. El diamante Stefani, una piedra de valor incalculable, es fundamental para conservar el trono. Las reglas de la coronación establecen que nadie gobernará Adamas sin la bendición de la joya Stefani. Cuando se separó el reino en dos islas, se dividió también el diamante -continuó. empeñado en no desviarse de una explicación que debía conseguir que Holly comprendiera-. Hay dos familias reales: la de Aristo, que formamos mis hermanos, mis hermanas y yo, y la de Calista. Cada familia tiene una mitad del diamante Stefani.
– ¿Entonces?
– Resulta que poco antes de que muriera mi padre, descubrimos que nuestra mitad del diamante no es más que una copia. El matrimonio de mis padres no funcionaba… por decirlo con suavidad. Había otras mujeres y todo tipo de intrigas y tejemanejes financieros. En algún momento alguien se deshizo del diamante, lo cual significa la ruina para nosotros.
– Comprendo -pero luego meneó la cabeza-. No, la verdad es que no lo comprendo.
Estamos a merced del pueblo -dijo él-. O algo peor. El que tenga ambas mitades gobernará las dos islas, eso quiere decir que si el rey Zakari Al'Farisi de Calista encontrara el diamante, podría hacerse con todo el poder. Pero, si como parece ser que ocurrió, mi padre se apostó el diamante en el juego o se lo regaló a una de sus amantes, el pueblo recuperaría el poder y la opinión pública tendría todo el dominio de Aristo. Los rumores sobre las conquistas extramatrimoes de mi padre eran incesantes. Puede que mis hermanos y yo… en el pasado… no hayamos sido perfectos. Mi hermano Alex se ha casado hace poco, pero eso no es suficiente para aplacar la indignación del pueblo. La noticia de que tuve un hijo con una muchacha de diecisiete años…, mi hermano cree que podría hacernos perder el trono. Zakari podría acabar gobernándonos a todos.
– Es un grave problema -Holly levantó la copa vino y perdió la mirada en su interior-. Pero no es mi problema, Andreas -añadió susurrando-. Tú te alejaste de mí sin mirar atrás.
– Nunca quise hacerte daño.
– Lo supongo -reconoció ella-. Mis padres nos juntaron con la esperanza de que nos viéramos obligados a casarnos, o al menos sirviera para conseguir una fortuna. Tú… tú nunca me mentiste. Yo sabía desde el principio que estabas prometido con Christina… y también lo sabían mis padres; lo que ocurre es que nunca pensaron que tu sentido de la obligación sería más fuerte que tu decencia.
– Mi decencia…
– Sí -replicó ella-. Tu obligación moral con una chica que se había enamorado de ti. Puede que aún fueras joven, Andreas, pero tenías experiencia, yo sin embargo no tenía modo de defenderme.
– Pero…
– Pero nada -lo interrumpió de inmediato-. Por inmoral que fuera lo que ocurrió hace años, ya no tiene nada que ver conmigo. Dame un papel y firmaré una declaración en la que te redimo de cualquier obligación. Quiero irme a casa cuanto antes.
– ¿A un triste apartamento en el que das clase a niños que están a cientos de kilómetros?
– Veo que has hecho averiguaciones.
– Sí. No puedes irte a casa, Holly. Lo único que podría salvarme… y salvar a mi familia, es una declaración que afirmara que Adam no era mi hijo. Y eso es algo que no puedes darme.
– No -dijo tajantemente con la mirada clavada en él.
Había madurado mucho en aquellos diez años, pensó Andreas. Aquellos ojos eran los de una mujer inteligente, reflexiva e incluso compasiva.
– Yo no te pediría…
– ¿No me pedirías que firmara esa declaración? -Holly soltó una triste carcajada-. ¿Lo dice la misma persona que organizó un secuestro internacional? Puede que no lo hicieras, pero tampoco es tan sencillo. Mi madre tiene copias de las pruebas de ADN de Adam.
– Tu madre…
– Ya ves -dijo, cerrando lo ojos como si le doliera-. Aún me queda algo de familia. Mi madre volvió cuando había nacido el niño. Por supuesto, sabía quién era el padre así que, mientras yo me recuperaba del pidió al médico que tomara muestras de e Adam para demostrar la paternidad. Pero yo imaginé lo que iba a hacer y se lo impedí.
– ¿Qué le impediste?
– Que te chantajeara -respondió fríamente-. Tú acababas de casarte; para mi madre era la oportunidad perfecta de conseguir dinero.
Dios. Seguramente habría pagado, pensó Andreas acordándose de Christina. Su esposa había estado celosa desde el principio, por lo que la noticia del bebé de Holly habría acabado con su matrimonio.
– No pasó nada -dijo Holly-. Mi madre acababa de conocer a otro hombre que tenía mucho dinero y con el que estaba bien. Pero yo sabía que había ciertas cosas de su pasado que… -meneó la cabeza -. No importa. El caso es que le dije que si ella revelaba algo sobre ti, yo revelaría algo sobre ella. Sabía que eso acabaría con su relación, así que no le quedó más remedio que cerrar la boca y olvidarse del chantaje.
– Vaya
– Sí vaya -respondió con tristeza-. Pero si tus reporteros empiezan a investigar, la situación de mi madre ha cambiado y no tardará en acordarse de esas pruebas. ¿Crees que la prensa pagaría por ellas?
Sin duda. O la prensa o el rey Zakari. Pagarían muchísimo.
– Ella no dudará en contarlo -aseguró Holly, apesadumbrada-. Lo siento, Andreas, pero no puedo ayudarte.
– Entonces no hay más remedio -dijo él, volviendo al plan de Sebastian-. Damos la cara, decimos que sí, que éramos unos críos. Le decimos a la opinión pública que yo no sabía lo del bebé, pero que ahora que lo sé voy a actuar en consecuencia. Saldremos con la cabeza bien alta, Holly. Pero, como ya te he dicho en la playa, tendremos que hacerlo como marido y mujer.
Capitulo 5
Silencio. Silencio, silencio y más silencio.
Quizá debería haberse puesto de rodillas, pensó Andreas mientras se prolongaba el silencio Quizá debería haberle dado un anillo con un diamante tan grande como el Stefani.
O quizá no. Vio todas las emociones que pasaron por el rostro de Holly y se dio cuenta de que debía ser franco y directo. Y mejor no moverse de su lado de la mesa porque una de esas emociones era sin duda la ira, y no quería llevarse otra bofetada.
– Es una proposición en toda regla -dijo cuando la tensión empezaba a ser ya insoportable-. Me casaría contigo con todas las de la ley.