– No, no puedes ni imaginarlo -dijo con cansancio-. Era tu hijo y no lo conociste.
Andreas no la soltó del todo, pero dejó que se separara lo suficiente para poder mirarla a los ojos
– Lo siento -repitió, porque era lo único que podía decir. Pero eso no bastaba, lo supo en cuanto las palabras abandonaron sus labios.
¿Por qué no me escribiste? -preguntó ella.
Iba a casarme con otra mujer…, aunque eso no quiere decir que no pensara en ti todos los días.
– Eso lo dices tú.
– Tienes que creerme, Holly.
– ¿Tengo que creerte y así haré lo que tú quieras?
– Holly, este matrimonio… La necesidad de hacer bien las cosas… no es sólo por mí y por mi familia
– ¿No? -su voz estaba llena de desprecio-. Supongo que el rey Zakari sería un buen rey para las dos islas, que volverían a estar unidas en un solo reino. Y seguro que tu familia y tú conservarías vuestra increíble fortuna. ¿Qué problema hay entonces?
– La mitad de los habitantes de nuestra isla perderían su sustento -respondió Andreas, aún agarrándola de las muñecas-. Mi padre vinculó de tal modo el dinero de la isla a nuestra imagen que, si nosotros no estamos ahí, la mitad de la industria de Aristo se vendría abajo -continuó antes de que Holly pudiera rebatirle-. Es una situación muy complicada; si tuviéramos tiempo, encontraríamos la manera de solucionarlo. Pero el tiempo no está de nuestra parte. Tenemos que celebrar la coronación, y pronto. Si no encontramos el diamante, el pueblo podrá decidir quién debe gobernar. Ellos pensarán lo mismo que tú, pero no es cierto, Holly; tenemos que quedarnos allí para mantener la estabilidad económica de la isla.
– Y pretendes que me crea todo eso hasta el punto de casarme contigo.
Muchas mujeres… -le dijo con ternura-. Muchas mujeres darían su brazo derecho a cambio de convertirse en princesas.
– ¿Estás loco? -dio un paso atrás, soltándose de él-. Andreas, yo no sé nada de tu mundo. ¿Cómo puedes pedirme algo semejante?
– Conócelo. Ven conmigo a Aristo y conoce a mi familia.
– ¿Y dejar que me fotografíen y digan que soy la mujer a la que sedujiste hace años? ¿Y que todo el país diga que debería casarme contigo? No, gracias.
– Entonces toma la decisión ahora -sugirió él-. Cásate conmigo y ven a Aristo convertida en mi esposa. Tienes que casarte conmigo.
– No tengo por qué hacer nada. Yo no gano nada con esto.
¿Cómo puedes decir eso? -no tenía ni idea de que decirle. El instinto le aconsejaba que cerrara la boca y se rindiera, pero no podía hacerlo-. Piensa en la corona, en el dinero.
– Me las he arreglado muy bien toda mi vida sin corona y sin dinero.
– Entonces piensa en mí-insistió Andreas, pues sabía que había algo más que los fríos hechos- Te lo pregunto otra vez, ¿te las has arreglado bien sin mí?
– No me ha quedado más remedio -respondió ella entre dientes-¿Crees que no he intentado olvidarlo?
– Pero no lo has conseguido -susurró Andreas y volvió a acercarse a ella, pero muy despacio para que tuviera tiempo de apartarse si quería-. Del mismo modo que no lo he conseguido yo -le agarró las manos de nuevo, suavemente, sin presión. Pero enseguida tiró de ella, no con fuerza física, sino dejándose llevar por una especie de atracción magnética que los obligaba a unirse.
Llevaba tanto tiempo deseando hacerlo, desde que la había visto en el avión, enfadada y asustada. Quizá desde que la había dejado años atrás, cuando ella era poco más que una chiquilla.
Ya no era una chiquilla, ni estaba asustada. Pero sí que seguía furiosa y confundida. Lo percibía en la rigidez de su cuerpo, sin embargo se dejó abrazar. Como si necesitara saber si aún quedaba algo entre ellos.
Claro que quedaba, al menos por parte de Andreas. Sintió la reacción de su cuerpo al tenerla entre los brazos. Bajó las manos y sintió la suavidad de la seda, que se ajustaba a sus curvas como una segunda piel. Ninguna otra mujer había llevado puesto ese vestido, a ninguna le quedaría como a ella. Sentía el calor de su cuerpo en las manos La estrechó con más fuerza de manera involuntaria y, después de un titubeó, ella se dejó.
Holly.
Había olvidado que una mujer pudiera ser tan hermosa.
– ¿Te acuerdas de la primera noche que te besé? -le preguntó en un susurro.
Ella negó con la cabeza.
– Mentirosa -dijo Andreas, sonriendo.
Él lo recordaba como si acabara de suceder había sido la noche de su llegada. Los padres de Holly habían celebrado un baile en su honor. Ella vestida de blanco. Cuando todos los invitados habían marchado, Andreas se había quedado en enorme salón y a ella la habían mandado a ayudar a retirar las copas. Se le había caído una y, al acharse ambos a recoger los pedazos, habían estado a punto de chocarse. Se habían quedado tan cerca el uno del otro que Andreas había sentido que besarla era lo más natural del mundo. Igual que ahora. Le levantó la barbilla suavemente para poder hacerlo. Ella no se resistió. Por aIgún motivo, había desaparecido la ira, había dejado de luchar. Sintió sus manos en las caderas, las manos que tiraban de él de un modo maravilloso.
Cuando sus bocas se encontraron, se esfumaron todos los años que habían pasado separados. Siempre había pensado que había idealizado lo que había compartido con Holly debido a la distancia. Cuando hacía el amor con su mujer,siempre pensaba en lo que había sentido con Holly y eso le provocaba una tremenda angustia. Finalmente había desechado esos recuerdos, pensando que eran producto de las fantasías románticas de un muchacho y que estaba siendo injusto con Christina.
Pero no era así. Lo supo en el momento que volvió a tocarla.
Porque aquello no era un beso. Era la unión absoluta de dos cuerpos que habían estado separados demasiado tiempo, dos cuerpos destinados a estar juntos.
Unidos a fuego… Eso era lo que sentía realmente. No estaba imaginando aquel fuego, era de verdad, una llama que lo consumía todo, que lo impulsaba a estrecharla contra sí, a devorar su boca, incitándola a hacer lo mismo. La necesitaba del mismo modo que necesitaba todas las partes de su ser.
Holly. Su corazón, su hogar. Aquellas palabras le hicieron recuperar la conciencia. ¿Cómo había podido olvidar el deseo que sentía por ella? Lo había arrinconado en su memoria y, sin embargo, allí estaba ella: exquisita, sexy… y libre.
Él también era libre. «Arréglalo», le había dicho Sebastian y podía hacerlo simplemente casándose con aquella mujer.
Holly. Su esposa cautiva. Estaba saboreándola, amándola, deseándola. Era toda suya, su cuerpo se amoldaba al de él. Deslizó las manos hasta sus caderas y la apretó contra sí. Pero aún no estaba lo bastante cerca. Sin dejar de besarla, la levantó del suelo, contra su corazón.
Durante un maravilloso instante sintió que se rendía a él. Le echó los brazos alrededor del cuello y se entregó aún más al beso. Era suya. ¡Suya!
Pero entonces… Andreas se giró ligeramente,sólo para abrazarla mejor, pero el movimiento hizo que perdieran el contacto. Fue sólo un momento, una décima de segundo. Sin embargo, bastó para que Holly pusiera las manos entre ambos cuerpos y lo apartara de sí.
¡No! Andreas tiró de ella, pero no había nada que hacer.
– Andreas, para.
Comprendió de inmediato a que se refería porque él ya había empezado a girarse hacia la habitación, dejándose llevar por el deseo, la necesidad de estar tan cerca de ella como fuera posible.
Quería hacerla suya.
Se trataba de Holly y, bajo el deseo arrollador de un príncipe, estaba aún el joven que se había enamorado de aquella mujer. De manera instintiva, involuntaria, titubeó y la miró a los ojos. Ella tenía los suyos oscurecidos por la pasión, pero había algo más. Esperaba encontrar ira, pero no fue eso lo que vio. En su lugar había…
Duda.
– Agapi mu… -le susurró-. ¿Qué ocurre, corazón?