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– Yo… no es esto lo que deseo.

– ¿No me deseas a mí?

– Eso no es lo que he dicho -matizó-. Creo que te deseo tanto como a la vida misma, siempre ha sido así, pero tienes que darme tiempo para pensar, Andreas -parecía costarle un verdadero esfuerzo pronunciar aquellas palabras.

– Pero si piensas, me rechazarás -dijo él.

– Entonces es que quizá tenga que rechazarte -respondió Holly-. Suéltame, Andreas, por favor.

– ¿Y si no lo hago? -no quería soltarla. Malditos escrúpulos. Después de todo, él era el príncipe y ella era la mujer a la que deseaba. Era la madre de su hijo y la deseaba tanto que le ardía el cuerpo entero.

Después de todo, él era el príncipe y ella era la mujer a la que deseaba. Era la madre de su hijo y la deseaba tanto que le ardía el cuerpo entero.

– Si eres el hombre que creo que eres, no harás nada en contra de mis deseos -dijo ella susurrando.

Lo dijo con tal certeza que Andreas soltó una especie de rugido y la soltó, pero fue como si se le desgarrara el corazón.

– Me deseas tanto como yo a ti -gruñó-. Admítelo.

– Mi cuerpo te desea -respondió con total seguridad-. Pero el sentido común me dice que estás loco. Que la última vez acabé embarazada porque las precauciones no funcionaron, ¿quiero correr el riesgo de acabar con otro hijo… y quizá con otra pérdida y con más dolor… sólo por una noche de pasión?

Aquellas palabras bastaron para que Andreas recuperara la claridad mental, para que la mirara a los ojos y viera la verdad que había en ellos; un dolor que él no había vivido, un dolor que la había roto por dentro.

Se apartó de ella.

– Yo… necesito un poco de espacio -dijo Holly al tiempo que se dirigía a la habitación casi tambaleándose.

– Pero, ¿vas a pensar en lo que te he dicho?

– Sí -respondió Holly-. ¿Andreas?

– ¿Qué?

– Voy a pensar en ello porque me has dejado cuando te lo he pedido, porque has demostrado algo de decencia. A pesar de todo lo que ha sucedido, confío en ti. Si dices que necesitas casarte conmigo por tu país, te creo, pero eso no significa que acceda a hacerlo. Antes tengo que pensarlo detenidamente. Tienes que darme tiempo.

– Yo…

– No digas nada más. No quiero oírlo.

– Holly…

– No -se tapó los oídos y esbozó una sonrisa maliciosa e infantil. Con las manos en los oídos, se dio media vuelta-. Lalalalalá -canturreó mientras se retiraba-. Lalalalalá.

Y, aún cantando, desapareció.

Cuando Andreas se dio la vuelta se encontró con Sophia. Llevaba una bandeja en la mano como si se dispusiera a retirar las cosas de la mesa, pero Andreas sabía que había estado allí, escuchando.

– ¿Estabas a punto de pegarme con una botella de vino? -le preguntó él, fingiendo estar atribulado. Ella sonrió de inmediato.

– Te conozco bien, Andreas. Tú no le harías más daño.

– Yo jamás le haría daño.

– Ya lo hiciste.

– ¿Te lo ha dicho ella?

– He oído rumores -dijo-. Han llegado incluso hasta aquí. He oído que cierta mujer ha tenido un hijo tuyo.

– Y…

– Y sé que ésta perdió un bebé. Le he hablado de mis hijos y he visto el dolor que sentía.¿Qué vas a hacer?

Andreas miró a su antigua niñera, una mujer de más de sesenta años, mandona y matriarcal. Su criada. Sus hermanos habrían enarcado una ceja y se habrían dado media vuelta. Él no.

– No lo sé -admitió.

– Quieres estar con ella.

– Había olvidado hasta qué punto.

– Entonces tendrás que cortejarla -dijo Sophia con gran sabiduría-. Tienes que ser amable y darle tiempo.

– No hay tiempo. Tengo que solucionar esta situación.

– Si te apresuras, acabarás sin nada.

– Pero ella tiene que…

– No tiene ninguna, obligación. Es una mujer inteligente y no va a consentir ningún tipo de imposición -Sophia esbozó una cálida sonrisa-. Será una magnífica esposa para ti. Christina y tú… no, no y no. Pero Holly y tú…

– Sophia, déjalo.

– Lo dejo -convino y, para sorpresa de Andreas, se acercó y le dio un beso, algo que no había hecho desde hacía veinte años-. Confío en tu sentido común. Piensa con la cabeza, no con ninguna otra parte de tu cuerpo. Eso fue lo que te metió en este lio. Tú, tus hermanos y tu padre, líos por todas artes. Pero la cabeza te sacará de todo esto.

Le dio un golpecito en el pecho y se echó a Iír, después se puso a retirar las cosas de la mesa.

Holly oyó las voces en el exterior. No entendía las palabras, sólo sabía que Andreas estaba hablando. Debía de ser con Sophia.

Estaba apoyada en la puerta de la habitación, que había cerrado con llave. Pero parecía demasiado fina. No serviría de mucha protección.

Sophia la protegería.

Pero no de sí misma.

Se trataba de Andreas, del hombre con el que había soñado durante años. Estaba ahí, al otro lado de la puerta, y la deseaba. Sólo tenía que caer en sus brazos y convertirse en princesa.

Ahí estaba el problema. El miedo que sentía era aún más fuerte que el modo en que su cuerpo reaccionaba a él. Le había oído hablar de su familia: de su brutal padre, de lo aristocráticas que eran su madre y sus hermanas, de sus hermanos…, unos hombres sexys y poderosos que tomaban todo lo que deseaban.

Holly no sabía nada de aquel mundo. Si cedía al chantaje de Andreas, porque de eso se trataba, tendría que entregarse a ese estilo de vida y renunciar a todo lo que siempre había conocido.

Perdería para siempre la esperanza de volver a casa. A Munwannay

Allí no había nada para ella.

Estaba la tumba de su hijo. Era su hogar.

Pero su hogar podría estar también en Aristo.

¿Cómo mujer objeto? Porque eso era lo que sería para Andreas. Estaba haciendo un esfuerzo por recuperar el aliento y razonar con sensatez. Andreas no había hecho ninguna declaración de amor, sólo le había dicho que necesitaba casarse con ella para solucionar el problema político al que se enfrentaban su familia y él. A cambio, pagaría las deudas de su padre. Estupendo. ¿Qué significaba eso para ella?

Esa noche deberían haber hablado. Debería haber sido una conversación de negocios, pensó Holly mientras se llevaba la mano a los labios, aún sensibles por el beso. Quizá pudieran encontrar una solución. Pero ¿cómo iban a encontrar una solución si se interponía de ese modo lo que sentía por Andreas? Allí estaba él, charlando tranquilamente con Sophia, mientras ella temblaba como una muchacha virgen. Una muchacha que tendría que quedarse ahí, porque no podría abrir la puerta. Porque en cuanto lo viera, sentiría…

Deseo.

Era así de simple.

O quizá no.

Las voces se callaron y se empezó a oír un tintinear de vasos; Sophia debía de estar recogiendo la mesa y Andreas debía de haberse marchado. ¿Adónde? ¿A la cama?, ¿a idear otras maneras de obligarla a casarse con él?

Casarse con Andreas…

La idea era como ver cómo el sol se abría paso entre las nubes… Le costaba mucho pensar en que eso significaba también entregarse a lo desconocido, pero tenía que hacerlo. Debía irse a la cama y reflexionar con calma sobre si le sería posible casarse con él. Andreas le había dicho que su país dependía de aquel matrimonio. Muy bien, él estaba cuidando de su país y tenía todo un reino cuidando de él; ella estaba sola.

Se apartó de la puerta y se acercó a la ventana que daba a la piscina. Retiró un poco una de las cortinas para ver lo que había al otro lado.

Sí, ahí estaba Sophia, retirando las cosas de la mesa. Levantó la mirada al sentir la luz que salía por la ventana, miró a Holly a los ojos y sonrió. Le guiñó un ojo, dejó la bandeja sobre la mesa, levantó ambas manos y cruzó los dedos.

Después siguió recogiendo tranquilamente. Holly sonrió.

No, no estaba sola del todo. Tenía una aliada. Quizá…

Quizá una aliada no fuese suficiente. Tenía que pensar. No podía entrar en la jaula de la realeza sin saberlo todo.