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Andreas y ella debían guardar las distancias y heablar.

Hablar no serviría de nada. ¿Cómo iba a convncerla de que hiciera algo a lo que ni siquiera él le encontraba sentido? Sólo podía pensar en que se trataba de Holly y que la deseaba tanto que todo su cuerpo parecía estar en llamas.

Lo habían educado para entender el matrimonio como una obligación. En la realeza, los matrimonios eran instrumentos políticos; la pasión era algo que uno encontraba fuera del matrimonio. En la relación de sus padres no había habido amor. Ni siquiera cuando se había enamorado de Holly, años atrás, y habían hablado de huir juntos. En la mente de Andreas siempre había podido más la obligación de casarse con la mujer a la que lo habían prometido, la obligación que le habían inculcado desde su nacimiento.

Pero ahora… de pronto se encontraba con que le habían ordenado que se casara con una mujer que lo volvía loco de deseo.

«Cálmate. Actúa con precaución». Aquello era demasiado importante como para meter la pata.

El problema era que no disponía de tiempo. Si no hacía algo rápido, Sebastian no tardaría en presentarse allí a casarlos y Andreas conocía a su hermano lo bastante como para saber que estaría dispuesto a utilizar la fuerza. Sebastian se preocupaba por su país de un modo que jamás lo había hecho su padre. Sería un buen rey y lo único que se interponía entre el trono y él era una chiquilla…

Dios.

Salió del pabellón y se dirigió a la playa. Tenía poco tiempo. Holly le había dicho que necesitaba pensar y Andreas lo comprendía, pero no podía permitirse el lujo de esperar sentado a que ella tomara una decisión.

¿Qué debía hacer entonces? Podría despedir a Sophia, tirar abajo la puerta de la habitación de Holly y hacer que ocurriera lo inevitable. Pero seguramente no funcionaría si tenía que ir en contra de los deseos de Holly. Diez años atrás ya era una muchacha orgullosa, fuerte e independiente, y no había perdido ninguna de esas cualidades; de hecho, las había desarrollado aún más.

Era una mujer entre un millón. Y Andreas la deseaba con todas sus fuerzas.

Debía decírselo. Y hacerle el amor.

Pero ¿por qué habría de confiar en él? Había estado casado con Christina y no se había puesto en contacto con ella durante años. ¿Cómo podría convencerla de lo que sentía si ni siquiera él lo sabía?

Sí, sí que lo sabía. Se detuvo y miró el mar, iluminado por la luna.

Deseaba a aquella mujer más que a su propia vida. Si hubiera tenido tiempo, la habría cortejado como se merecía, la habría colmado de atenciones.

Tendría que ver qué podía hacer con el tiempo del que disponía. «Piensa, hombre». Debía convencerla para que aceptara, al menos, un matrimonio a corto plazo. Así ganaría tiempo.

La había llevado allí como a una prisionera. ¿Qué la retendría?

Siguió caminando y pensando en todo lo que sabía de la Holly que había amado. Una mujer salvaje y libre. La recordó aquella primera mañana, cuando salió a recibirlo a la terraza acompañada de su viejo perro.

Volvió a detenerse en seco.

Era una idea estúpida y sentimental, pero se trataba de una situación especial. Necesitaba un gesto.

Ya había comenzado a caminar de nuevo hacia el pabellón. Tenía muchas cosas que hacer. Gracias a Dios, por Internet y por los empleados que tenía en Aristo. Tendría que despertar a medio palacio para conseguir lo que necesitaba.

Tenía tan poco tiempo…

Debía actuar con rapidez.

Capitulo 6

Eran más de las diez de la mañana cuando Holly se aventuró a abrir la puerta de su dormitorio. Sophia estaba barriendo alrededor de la piscina, una tarea que solía hacer Nikos. Holly llevaba más de una hora oyéndola cantar, por lo que había llegado a la conclusión de que el ama de llaves trataba de decirle que podía salir tranquilamente. Holly no se sentía nada tranquila, pero empezó a estarlo en cuanto abrió la puerta.

– Se ha ido -anunció Sophia.

– ¿Se ha ido?

– Ha dicho que seguramente vuelva esta noche y ha ordenado que no te preocupes.

– Que no me preocupe… ¿Qué clase de orden es ésa?

– Dice que vayas a nadar y que disfrutes del día. Pero antes, desayuna.

– Creo que no tengo hambre.

– Claro que tienes hambre -aseguró Sophia con una sonrisa-. A las mujeres siempre se nos despierta el apetito cuando nos cortejan. Cuando un hombre así te mira con esos ojos, se despiertan todos los sentidos. El olfato, el tacto, el gusto… Recuerda que yo también he sido joven.

– Esto no tiene nada que ver con ningún tipo de cortejo -respondió Holly, intentando no parecer molesta.

Se había puesto uno de los atuendos más recatados del increíble armario de Andreas: un kimono de seda que la tapaba, pero no demasiado. Claro que si él se había ido… Miró a su alrededor como si creyera que Sophia podría haberle mentido. Como si Andreas fuera a aparecer en cualquier momento.

– De verdad, se ha ido -dijo Sophia sonriendo. -¿Adónde?

– Quién sabe. Los príncipes están aquí… allí… en todas partes. Se ha armado tanto lío con la muerte del viejo rey, que tienen un millón de cosas que hacer. Puede que su madre quiera que esté en casa -el gesto de Sophia se suavizó aún más-. Está siendo muy duro para la reina, por mucho que se esfuerce en parecer fuerte.

– No tengo ni idea.

– Es verdad. No la conoces. Tienes mucho por delante -le dijo Sophia con una enorme sonrisa.

Por si necesitaba algo que la hiciera sentir más tranquila.

– Pero antes tienes que alimentarte -insistió Sophia después de observarla unos segundos y darse cuenta de que necesitaba distraerse-. ¿Quieres que hablemos mientras cocino?

– Puedo prepararme yo el desayuno.

– Vas a ser princesa -respondió Sophia con seriedad-. Tienes que acostumbrarte. Si te preparas el desayuno, ofenderás a toda una legión de empleados de las cocinas.

– ¿De verdad?

– De verdad -aseguró-. A mí no me importa, porque todavía no eres princesa, pero cuando lo seas… -miraba a Holly fijamente, como si lo que tenía que decirle fuera realmente importante y tuviera que hacerlo aun a riesgo de disgustarla-. Cuando lo seas, tendrás un papel totalmente nuevo, representas a nuestro país. Eres parte de la realeza.

– No lo soy.

– Por lo que he visto en los ojos de Andreas…, lo serás.

Ella no era de la realeza.

Hizo un esfuerzo por desayunar y luego escapó a la playa. Sophia le preparó una comida para llevar, para que pudiera esta allí el tiempo que quisiera.

– Haré que te avisen si vuelve Su Alteza -le dijo.

Y Holly pensó que sonaba a advertencia.

No había modo de escapar. Estaba en la isla de Andreas; no tenía más remedio que aceptar sus reglas, esperarlo y pensar, pensar y pensar.

No volvió. Se habría enterado porque, si se había ido en avión, volvería en avión, pero cuando el sol se ocultaba ya en el horizonte, aún no había señales de él.

¿Sería seguro volver a la casa? Estaba cansada de estar tumbada en la arena pensando, de flotar en el agua mientras intentaba no recordar el beso de la noche anterior o de tratar de leer y no ver otra cosa que la imagen de Andreas en las hojas del libro.

Lo único claro era el miedo que le provocaba el futuro y cuánto añoraba el pasado.

Volvió al pabellón caminando lentamente. Sophia y Nikos estaban en la cocina; los oyó discutir, como hacían a menudo cuando estaban solos. Discutían en voz muy alta y con mucha pasión sobre quién sabía qué. Sophia le había contado que llevaban cuarenta años casados. Cuarenta años y cinco hijos. ¿Cómo era posible que aún fueran tan apasionados?

¿Por qué se sentía así ella? Estaba tan sola que le daban ganas de llorar. Siempre lo había estado. Durante los últimos años sus únicas compañías habían sido su padre y… su trabajo, pero sus alumnos no eran más que unas voces distorsionadas al otro lado de la radio. Ahora estaba con gente y, sin embargo, seguía sintiéndose tan aislada que tenía miedo de no poder soportarlo.