Выбрать главу

Tendría que comprar ganado, pensó Holly. Un buen ganado, el que siempre había soñado tener en la granja. Podría arreglar el jardín y los suelos de la casa. Quizá pudiera incluso poner en marcha el plan que siempre había querido para la granja:dar alojamiento a huéspedes que quisieran experimentar lo que era vivir en una explotación ganadera del desértico interior australiano.

Así, además, no estaría tan sola.

Aún no había soltado a Deefer, que parecía encantado en su regazo después de un largo día. Mientras, ella degustaba la maravillosa cena que le había preparado Sophia.

Cada poco rato, Andreas la miraba con aquellos ojos oscuros e insondables.

– ¿Es esto lo que quieres? -preguntó él por fin después de que Sophia los dejara solos, ya con el café servido.

– ¿Tengo elección? -respondió Holly, sorprendida.

– No puedo coaccionarte, ya lo sabes. Pero creo que es un acuerdo justo.

– Lo es -y por supuesto que lo quería. Adam descansaba en Munwannay y ahora ella podría volver allí para siempre…

– No podremos divorciamos hasta que mi hermano haya sido coronado -le recordó Andreas y consiguió apartar los pensamientos de Holly de aquella diminuta tumba-. Resulta presuntuoso hablar de divorcio antes siquiera de habernos casado, pero creo que es mejor si tenemos un plan.

Eso sonaba bien, porque lo que ella tenía en la cabeza era sólo una maraña de confusión. Si Andreas pudiese deshacer esa maraña en pequeños trozos que ella pudiera comprender, quizá llevara mejor la situación.

– Dime qué tenemos que hacer a continuación -le pidió Holly, y el perrillo levantó la mirada hacia ella como si estuviese preocupado. Ella lo abrazó fuerte para sentir esa presencia que parecía ayudarla a enfrentarse al caos que reinaba en su interior.

– Tenemos que celebrar una boda real -dijo él-. No tiene por qué ser enorme, dejaremos los grandes fastos para Sebastian, pero a la gente le gustará ver una boda en condiciones.

– No puedo ir de blanco -apuntó Holly, frunciendo el ceño.

– Claro que puedes. El hijo que tuviste era mío -afirmó con vehemencia.

– Sí -murmuró ella.

– Eso quiere decir que puedes ser una novia de verdad si lo deseas. Y quizá sea mejor así. Por todo el país corre el rumor de que te seduje y luego te abandoné, que tu hijo murió porque eras muy pobre. Lo sé -dijo al ver el horror reflejado en su rostro-. No te preocupes, lo aclararemos todo. Lo cierto es que el hecho de que vivieras en un sitio tan aislado ha hecho que la gente sienta lástima por ti, y quizá debamos aprovecharlo. Como no ha habido ningún otro hombre en tu vida…, por lo que sabemos, la gente de Aristo creerá que mereces ser una verdadera novia.

– Estupendo -consiguió decir a pesar de la rabia que sentía-. Entonces si hubiera tenido algún otro novio, o los que hubiera querido, habría sido…

– Mejor -dijo él bruscamente-. Si el pueblo creyera que eras una mujerzuela, quizá no tuviera que casarme contigo.

– No tienes por qué hacerlo.

– Claro que sí -replicó-. Estoy tan atrapado como tú.

De pronto el café le supo a barro. Dejó la taza sobre la mesa y la apartó.

– Entonces, aquí estamos -dijo ella-. Dos personas obligadas a celebrar una boda real de conveniencia.

– Es un buen resumen -respondió Andreas con un suspiro y la miró a los ojos-. No pongas esa cara. Empezabas a estar… mejor, más alegre. Como si hubieras encontrado el lado positivo.

– Lo he hecho -dijo ella, abrazando al perro-. Deefer y la granja. ¿Cuándo será la boda?

– Dentro de tres días.

Holly levantó la mirada hasta él, anonadada.

– ¿Tres días?

– Volverás a Aristo, te presentaré a mi familia y nos casaremos por la tarde.

– Debéis de estar muy asustados.

– Mi hermano cree que está a punto de perder la Corona -admitió Andreas-Sí, está asustado, pero también lo está la mitad del país. No podemos dejar que Calista nos absorba.

– Y yo soy el peón que va a evitarlo.

– Los dos lo somos.

¿Por qué? -le preguntó Holly-. ¿Hay algo que no me hayas dicho?

Andreas negó con la cabeza y de pronto ella se dio cuenta de que parecía exhausto. Había estado toda la noche en vela buscando un perro y solucionándole el futuro. Por un instante sintió el impulso de ir hasta él, pasarle las manos por la cabeza y abrazarlo fuerte como había hecho años atrás.

No serviría de nada. Ahora eran adultos y tenían responsabilidades de adultos. Y como adulta que era, no se atrevía a mostrar sus sentimientos de ese modo.

– Cuéntame… ¿cómo fue tu divorcio? -le preguntó de pronto, porque era algo que quería saber.

Sophia le había dicho que el país entero se había alzado contra Andreas por su inmoralidad, pero también le había dicho: «No creas una palabra. Todo lo que dijo Christina sobre Andreas era mentira, desde el primer día. Tiene amigos muy poderosos y sabe bien cómo manipular a la prensa. Han hecho que el príncipe Andreas parezca el malo de la película y él es demasiado caballero como para defenderse».

Holly volvió a mirarlo a los ojos y encontró en ellos la confirmación de lo que le había dicho Sophia. Quizá el país entero acusara de inmoralidad a la Casa Real, pero ella jamás creería algo así de Andreas. Era un príncipe, sí, y vivía en un mundo completamente distinto al que ella conocía, pero tenía principios.

Se lo había demostrado dándole algo muy importante para ella. Ahora tenía dos opciones: podía gritar y patalear porque no era justo, o podía empezar a desempeñar su papel. Quizá incluso fuera… ¿divertido?

– La verdad es que no me importaría ser una verdadera novia -dijo con cautela y vio la sorpresa con que él recibió sus palabras-. No pienso llevar polisón… ni lazos -añadió-, pero si hay una corona o una tiara, no me importa que brille.

– Que brille…

– Los diamantes está bien -dijo, tratando de parecer indiferente.

– No puedes llevar la corona de Aristo -apuntó él con sequedad-. Es preciosa, pero tiene un pequeño inconveniente: el diamante que lleva en el centro es falso.

– Entonces no puedo ponérmela -aseguró-. Una princesa no lleva nada falso. Sólo quiero cosas fabulosas.

– Fabulosas.

– Sí. Si tenemos que hacer una boda real, ¿por qué no darle al pueblo lo que merece?

– ¿Lo dices en serio?

– Completamente -respondió, empeñada en parecer despreocupada-. ¿Qué clase de impresión daremos si parece que lo hacemos a la fuerza? Pensarán que somos unos peleles.

– Nadie podría verte nunca como un pelele.

– Ni a ti -dijo ella y lo miró con gesto de aprobación-. Y menos con esa ropa. Dios, Andreas, ¿quién te hace los trajes?

¿Cómo voy a saberlo? -respondió, medio en broma, al tiempo que se ponía en pie para ir junto a ella-. Pero quien sea, podrá también hacerte un vestido de novia maravilloso.

– Estaría bien -dijo ella y, en cuanto levantó la mirada, se dio cuenta de que era un error.

Se encontró con esa sonrisa de la que se había enamorado diez años atrás y que no había conseguido olvidar desde entonces.

Seguía teniendo a Deefer encima y eso la salvó de que Andreas la hiciera levantarse. Era preferible ponerse en pie por sí sola.

– Tengo que volver a Aristo esta misma noche -anunció él.

Y debió de ver en sus ojos lo que sentía al respecto porque dio un paso hacia ella. Automáticamente, Holly dio un paso atrás.

– ¿Por qué?

– Porque nos casamos dentro de tres días -se limitó a decir, como si eso lo explicara todo.

– Y tienes que… ¿mandar las invitaciones?

– Supongo -dijo esbozando una sonrisa y sin apartar la mirada de sus ojos.

Le lanzaba mensajes que ella no sabía cómo interpretar.

– ¿Te gustaría invitar a alguien? -le preguntó Andreas después de una breve pausa.

– No conozco a nadie aquí.