– Podríamos fletar un avión desde Australia. ¿Quieres que venga tu madre?
Si viene mi madre, se acabó la boda -replicó de inmediato.
Él cerró los ojos un instante.
– Cierto. Aún la recuerdo.
– Yo intento olvidarla. Hace años que no hablamos.
Andreas seguía observándola con cierta rigidez. Parecía estar controlándose. Controlándose para no hacer… ¿qué?
– ¿De verdad no hay nadie a quien quieras invitar?
– Estoy sola, Andreas. Aparte de Deefer, claro.
– Cuando estemos casados, podrás contar con toda la familia real.
– Hasta que deje de ser así. Este matrimonio es una farsa.
– No. Es un matrimonio de verdad.
– Que durará hasta que solucionéis los problemas políticos. Tú no quieres una esposa, Andreas, y yo quiero volver a mi casa.
– Supongo que tienes razón.
Era absurdo ser tan formales.
– ¿Cuánto te veré entonces?
– Georgios vendrá a buscarte el día de la boda por la mañana y te llevará directamente al palacio. Nos casaremos en la capilla privada, acompañados únicamente de la gente necesaria.
– ¿Tu madre, por ejemplo?
– Por ejemplo. Y mi hermano
– El futuro rey.
– Eso es.
– Me estoy mareando -dijo ella-. ¿Qué van a pensar de mí?
– Se sentirán muy agradecidos.
– Sí, claro. Andreas, son miembros de la realeza.
– Y yo, pero eso no nos impidió…
Dejó la frase a medias. Holly lo miró con la esperanza de poder adivinar qué había detrás de esa enigmática expresión. Nada. Fuera lo que fuera lo que iba a decir, ella nunca lo sabría.
– Supongo que al final no somos más que un hombre y una mujer -murmuró ella-. Y supongo que tampoco es tan importante que tú seas príncipe.
– Exactamente.
Holly consiguió esbozar una sonrisa.
– No tengo que prometer obediencia, ¿verdad?
– Eh… no, si no deseas hacerlo.
– ¿Vas a hacerme firmar un acuerdo prematrimonial?
– Supongo que los abogados querrán…
Eso hizo que Holly se diera cuenta de algo.
– ¿Sabes una cosa? Yo también quiero un abogado.
– ¿Qué?
– Todas las condiciones las has puesto tú. Sé que me has dado a Deefer y me has hecho varias promesas, pero sólo tengo tu palabra.
– Puedes contar con ella -parecía ofendido.
– Lo sé, pero estoy completamente sola. Estás hablando de contratos, así que quiero un abogado australiano que supervise todo lo que yo vaya a firmar.
– ¿Dónde voy a encontrar un abogado australiano?
– No lo sé. Encontraste un collie, así que debe de dársete bien encontrar cosas.
– Holly…
– ¿Crees que me estoy excediendo?
– No, no lo creo. Pero puedes confiar en mí.
– Sí, pero eso no quita que vaya a seguir sola dijo con total seriedad.
Si lo miraba a los ojos, olvidaba todo lo que iba a decir y le parecía que nada tenía sentido. Pero era cierto, estaba sola ante toda una familia real. Se trataba de su vida. Dentro de unas semanas volvería a Australia y aquello no sería más que un sueño y, si Andreas no cumplía sus promesas…
– Puedes confiar en mí -insistió.
– Lo sé. Pero sigo queriendo un abogado.
– ¿Por qué?
– Porque tengo miedo -reconoció Holly-. Porque estoy a punto de casarme con un príncipe y estoy segura de que hasta Cenicienta se asustó antes de hacerlo.
Andreas sonrió al oír aquello y perdió parte de la tensión. Entonces se acercó a ella, le quitó el perro, lo dejó suavemente en el suelo y la agarró de las manos. Lo hizo de manera tan instintiva, que Holly no supo reaccionar. No se retiró. Por algún motivo, tenía la sensación de que era un momento demasiado importante como para ser escrupulosa. Acababa de acceder a casarse con él, era absurdo que huyera.
Además, no era a él a lo que le tenía miedo. Era sólo que…
– No voy a dejar que sufras por todo esto -prometió Andreas.
Sus palabras borraron todos los pensamientos de Holly y algo se relajó dentro de ella. Lo miró a los ojos, vio su sonrisa y, sí, se derritió por dentro.
– Andreas…
– Cumpliré con todo lo que te he prometido -aseguró-. Holly, ya te hecho bastante daño. Cásate conmigo y te dejaré libre. Te lo juro.
Y entonces, antes de que pudiera responder, se inclinó sobre ella y la besó.
Era un beso como para sellar el acuerdo. Nada más. Y nada menos, porque no fue un beso superficial. Fue intenso, arrebatador. Un beso que confirmaba lo que habían decidido juntos. Quizá el perro fuera una muestra de ternura, incluso de cariño, pero no debía olvidar que aquello era un acuerdo de negocios y que lo que estaba en juego era el futuro de un país. Eso era lo que decía aquel beso.
No se parecía en nada a los besos que se habían dado en el pasado, pero es que aquél era también un hombre distinto. Era el príncipe Andreas de Karedes, protegiendo a su país con un matrimonio de conveniencia.
El beso se prolongó hasta que no hubo lugar a dudas.
Esa noche había mostrado ternura hacia ella, no le había mentido, pero pronto sería su esposa. Holly no iba a protestar. A pesar del miedo y de la confusión, se entregó por completo a aquel beso.
Dejó que sus manos la agarraran y abrió los labios para rendirse a él. No iba a quejarse; aceptaría el acuerdo y se convertiría en su esposa.
Y quizá…
– Tengo que irme -susurró por fin Andreas con evidente renuencia a apartarse de ella.
Quizá, pensó Holly mientras Andreas le deseaba buenas noches y se marchaba, quizá las próximas semanas fueran más, emocionantes que los últimos diez años, atrapada en una triste explotación ganadera de la zona más despoblada de Australia.
Quizá…
No. Nada de quizá. Aquello era un acuerdo temporal, después la enviarían de vuelta a casa.
Volvería a casa, se corrigió a sí misma mientras Andreas desaparecía en la noche y ella volvía a su habitación. Sola.
Porque quería volver a Munwannay.
Pero… aún no.
Capitulo 7
Tres días.
A Holly le parecía todo un poco apresurado, una locura, pero ése era el plan; antes de que acabara el día, abandonaría la isla, iría directamente al palacio y se casaría.
No había vuelto a ver a Andreas. Sólo había recibido una rápida llamada.
– Está todo organizado -le había dicho-. O lo estará para la boda. Tendremos una reunión con tus abogados y los míos para firmar los contratos. Sophia me ha dado tus medidas. Sólo tienes que venir.
– ¿Mis abogados?
– He contratado a los mejores -había asegurado, y Holly había percibido cierto humor ácido en su voz-. Créeme, son muy buenos. No te puedes ni imaginar la cantidad de detalles que nos están exigiendo.
– No creo que necesite…
– No sabes lo que necesitas. Y tampoco yo lo sé. Estamos haciendo todo lo que hay que hacer y yo estoy dando todas las garantías que se me ocurren -entonces había hecho una breve pausa-. ¿Qué tal está Deefer?
– Bi… bien, está muy bien -el cachorro estaba resultando ser un gran apoyo. Si no lo hubiera tenido, se habría vuelto loca, allí sentada sin otra cosa que hacer que pensar en su inminente boda.
– No dejes que se te ponga la nariz más roja, ¿de acuerdo, preciosa? -le había dicho a continuación, en un tono más distendido-. No quedaría bien con las rosas con las que mi madre quiere decorar la capilla.
Después de eso había colgado y ella sólo había podido esperar a que pasara el tiempo sin volverse loca.
Por fin había llegado el día de la boda. Sophia entró en su habitación nada más amanecer, abrió las cortinas y sonrió.
– La novia que tiene un día de boda soleado es una novia feliz.
– Debéis de tener el país lleno de novias felices -respondió Holly, que estaba nerviosa y algo gruñona-. En este país siempre hace sol.