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Entonces él sonrió.

– Muy bien -dijo el cura, que parecía aliviado y bendijo el anillo de Holly.

– Con este anillo yo te desposo.

Después llegó la fiesta.

¿En qué momento había dejado Holly de ser una novia asustada? Andreas no podía dejar de buscarla con la mirada. Ella hablaba, reía y se movía entre los invitados como si hubiera nacido para ello. Munwannay había sido en otro tiempo un lugar de encuentro de la alta sociedad de la zona y Holly había sido educada para moverse en tal ambiente. Andreas lo sabía, pero jamás habría esperado verla así. Él tenía que cumplir con su obligación como novio para no ofender a ningún invitado, por lo que no podía estar junto a ella en todo momento.

Le había pedido a su familia que cuidaran de Holly, pero no parecía que necesitara ningún tipo de protección.

Hablaba el idioma casi a la perfección, con una fluidez que también sorprendió a Andreas. Sí, lo había aprendido con él, pero era obvio que había seguido practicando desde entonces.

Bromeaba, se reía; parecía realmente interesada en las personas con las que hablaba. Y los invitados la adoraban. La escena de la iglesia había desarmado a todos los presentes y había generado un buen ambiente que ella estaba sabiendo aprovechar al máximo.

Andreas vio a Sebastian observándola y reconoció un brillo de admiración en sus ojos. Y algo más.

Al verlo, Andreas se excusó tan rápido como pudo y acudió junto a Holly.

Era su mujer.

La idea se abrió paso en su mente como un fogonazo; era increíble y seguramente dejaría de sentirlo en cualquier momento. Pero mientras tanto…

– Holly -le dijo al tiempo que le pasaba el brazo por la cintura en un gesto con el que pretendía marcar lo que era suyo.

– Hola -dijo ella, acurrucándose contra él de un modo muy poco protocolario-. ¿Te diviertes?

– Yo no me divierto -respondió Andreas sin pensar.

Ella frunció el ceño.

– ¿Nunca?

– Estoy trabajando.

– Bueno, pero hay gente muy amable -comentó con un suspiro-. Estoy hablando tanto, lo recordaré cuando esté en Munwannay. ¿Qué estamos bebiendo?

Andreas miró la copa que tenía en la mano.

– Champán francés.

– Me gusta. Creo que necesito más.

– ¿Ahora?

– Mejor no. No estaría bien que la novia se emborrachara. ¿Crees que podría escabullirme a ver qué tal está Deefer?

– Está en buenas manos.

– Pero no son las mías. ¿Cuánto duran los banquetes de boda?

– Hasta que se retiran los novios.

Holly sonrió.

– Ésos somos nosotros. ¿Entonces podemos irnos?

En ese momento se acercó Tia, la reina. Ella había sido la que había mantenido las cosas bajo control desde la muerte de su padre. De no haber sido por ella… quizá la monarquía se habría derrumbado hacía tiempo. Siempre estaba donde se la necesitaba.

– Los mayores deben irse ya -le dijo a su hijo-. Así que vosotros también.

– Eso justo me estaba diciendo Holly.

– Es una mujer muy inteligente -reconoció con una gran sonrisa-. Lo has hecho muy bien, querida.

– Yo…, gracias -respondió Holly, ruborizada.

– Para ser una novia cautiva -bromeó Andreas sin pensar y enseguida se dio cuenta de que no había sido buena idea, pero Holly no tardó en reaccionar.

– Me ha regalado un perro -dijo con un simpático brillo en los ojos, como si eso lo explicara todo.

– Siempre fue un muchacho muy amable.

– ¿Así que es amable? -dijo Holly y le lanzó una mirada a Andreas que estuvo a punto de hacerle sonrojar también.

Pero Tia estaba concentrada en organizarlo todo

Ya sabes de quién tenéis que despediros formalmente, pero hacedlo rápido para no dejaros a nadie que pudiera ofenderse.

– Podemos separarnos y así lo haremos más rápido -sugirió Holly.

– Pero tú no sabes quién…

– Me lo imagino -dijo Holly-. He estado observando. Creo que podría señalar a todas las personas que podrían ofenderse. Pero tienes razón, por supuesto, es mejor no correr el riesgo. Así que adelante, esposo, terminemos con esto para poder seguir con nuestras vidas.

Parecía una orden. Andreas tuvo la sensación de que Holly le había dado una orden.Se movía entre los dignatarios como una auténtica profesional. Miró de reojo a su madre y se dio cuenta de que no era el único que se sentía orgulloso. Encajaba bien en la realeza.

De pronto tuvo otra sensación que lo dejó sin aire por un momento. Si se hubiera casado con ella diez años atrás…

Eso habría sido imposible. En vida de su padre… de ningún modo. Pero ahora… echó un vistazo a la sala llena de gente y vio a Sebastian, que seguía mirándola. Sonriendo.

¿Era la aprobación del futuro rey, o la reacción habitual de su hermano ante una mujer hermosa?

Pero si Sebastian la aprobaba… Lo que había ocurrido en la capilla había cambiado las cosas. Holly se había convertido en una persona de verdad para todo el país, en una auténtica princesa.

¿Podrían tener un verdadero matrimonio?

Sólo con pensarlo, todo su cuerpo se puso en tensión. Holly lo miró de inmediato al darse cuenta.

– ¿Andreas?

– Es hora de irnos -consiguió decir.

– Muy bien, cariño -respondió ella.

Utilizó unas palabras tan propias de una verdadera pareja que Andreas tuvo que parpadear. Entonces la vio sonreír y sintió que el calor de su cuerpo no hacía sino aumentar.

Tenían que irse. Tenía que llevársela… lejos de allí.

A su esposa.

Capitulo 8

Holly no había contado con que la abandonaran en la cocina junto a Deefer, pero eso fue exactamente lo que ocurrió.

Los invitados se marcharon poco después de que Andreas salieran del gran salón con su esposa. En el último momento, la levantó en brazos y la sacó de allí acompañado de gritos de alegría que les deseaban toda la felicidad del mundo. Ella se dejó llevar dócilmente… ¿qué otra cosa habría de hacer una novia? Pero luego, en lugar de llevarla a la habitación nupcial, o donde fuera que los recién casados se alojaban en los palacios, fue abriendo una puerta tras otra hasta acabar en la parte posterior del palacio, en las dependencias del servicio. Finalmente abrió una última puerta y la dejó en el suelo.

Holly se quedó tambaleó. El vestido pesaba una tonelada, algo que no había notado en todo el día

La enorme cocina estaba desierta, a excepción de Deefer, que dormía en un rincón hasta que los oyó entrar y comenzó a mover el rabo con alegría. Finalmente se levantó a saludar a su dueña. Holly se agachó a acariciarlo, pero vio por el rabillo del ojo que Andreas estaba a punto de salir por la puerta. ¿Qué demonios…?

– Vaya… ¿ya se ha acabado lo de Cenicienta? -preguntó con incertidumbre-. ¿Ya es media noche? Porque mi vestido sigue siendo un vestido.

– Espera aquí -rugió-. No esperaba…, tengo que organizar ciertas cosas.

– ¿Qué es lo que no esperabas?

– Una esposa -dijo, y entonces se acercó a ella y la besó en la boca. Fue un beso rápido, pero apasionado, luego salió corriendo de allí, pero le gritó algo desde el pasillo-: No te vayas a ninguna parte.

¿Dónde iba a irse una mujer después de semejante beso? A ninguna parte. Así pues, se sentó junto a la descomunal mesa de la cocina y esperó a su marido, intentando no pensar en que estaba casada, en que no sabía qué iba a ocurrir y en que estaba… ¿asustada?

¿Le asustaba que ocurriera algo?

Mmm…, no. Lo que la asustaba era que no ocurriera.

¿Qué pasaría si alguien la encontraba allí? Los criados aparecerían tarde o temprano… y ella seguiría allí cuando llegaran para preparar el desayuno, la princesa abrazando a su cachorro.

Deefer había vuelto a quedarse dormido sobre sus rodillas. Qué suerte.

Pasaron quince minutos y luego veinte. El tictac del reloj no paraba, era como una bomba a punto de estallar. Tic, tac, tic, tac.