Выбрать главу

– ¡No! -gritó de nuevo-. Es mío.

El hombre no reaccionó y sus dos acompañantes le habían dejado espacio para que disparara cómodamente.

Holly estaba muy cerca. Rodeó el último arbusto y se tiró en plancha sobre Deefer. ¿Había llegado tarde? Oyó el disparo y después un grito.

Pero lo había conseguido. Había agarrado a Deefer y rodaba con él por el suelo, abrazándolo y llorando. Había cisnes revoloteando por todas partes. No le importaba, Deefer estaba bien. Cerró los ojos…

– Holly…

Fue un milagro que lo oyera. El grito llegó a sus oídos desde muy lejos, pero aun así pudo percibir el horror de quien lo había lanzado.

Andreas.

Le dolía la cara. Sintió el calor de la sangre corriéndole por la mejilla.

Pero Deefer estaba bien. Se revolvía entre sus brazos, ansioso por escapar y seguir con su importante tarea.

– Holly! -ahora sonó más cerca.

Alguien había apagado la música. Holly abrió los ojos, aún con el perro entre los brazos. Se encontró con varios hombres. El que tenía la escopeta en la mano la miraba con horror. Había dado un paso atrás y, por la expresión de su cara, creía que iban a pegarle un tiro también a él.

Entonces apareció Andreas a su lado. Parecía tan asustado que Holly se llevó la mano a la cara de manera instintiva para comprobar si realmente había sido tan grave. No lo era. Era poco más que un rasguño y apenas le habían salido unas gotas de sangre.

– Sólo es un arañazo -dijo con más ímpetu del que pretendía, y todos los que la rodeaban respiraron aliviados.

– Mi amor -susurró Andreas mientras buscaba alguna otra lesión. Después la estrechó en sus brazos y la apretó contra sí, estrujando en medio a Deefer, que protestó, pero nadie le hizo caso.

¿Estaba soñando? No le importaba. Holly se abandonó en sus brazos, sintiendo los latidos de su corazón, su fuerza y su protección.

Su hombre había vuelto a casa cuando más lo necesitaba.

– ¿Quién ha disparado a mi mujer? -preguntó Andreas con una voz que ella no le había oído nunca.

Sus palabras estaban impregnadas de furia, pero también de miedo, una combinación que hizo que Holly sintiera un escalofrío.

– ¿Y bien?

– Disculpe, señor… -era el más joven de los jardineros, el que llevaba la escopeta.

Dio un paso al frente y, por la expresión de su cara, creía que sería el último.

– Estaba intentando disparar a Deefer… -consiguió decir Holly. Miró al muchacho y pensó que no tenía por qué asustarse tanto si no había pasado nada-. Yo… nosotros a veces tenemos que disparar a los perros salvajes cuando se cuelan entre el ganado.

– Exacto -dijo el muchacho y los otros dos asintieron.

– En el último año nos han matado a cinco cisnes -explicó el mayor de todos. Hay algún animal que se cuela por el cercado. Las órdenes del rey son que disparemos.

– ¿Estando mi mujer cerca? -preguntó Andreas, incrédulo-. ¿Sabiendo que se trataba de su perro?

– No sabía que era su perro y ella salió volando de repente -murmuró el joven-. Ninguna princesa corre así. Se lanzó sobre el perro…

– Si no lo hubiera hecho, lo habrías matado -respondió Holly, atreviéndose a mostrarse desafiante entre los brazos de Andreas.

– ¿Está bien?

La pregunta procedía de algún lugar a la espalda de los jardineros. Una mujer se abría paso entre los empleados, que se apartaron de inmediato al oír su voz. Era Tia, por supuesto. Iba vestida completamente de blanco, con unas perlas que debían costar una fortuna y unos zapatos de tacón muy poco adecuados para caminar por la hierba: claro que ningún zapato se atrevería a hundirse si era Tia la que lo llevaba puesto.

Pero parecía… asustada.

– Está bien, madre -respondió Andreas.

Tia se mostró aliviada, pero sólo durante un instante, luego se puso al mando de la situación.

– Vi cómo el perro atacaba a los cisnes. Ya sabes cuáles son las órdenes de tu padre. Son sus cisnes y hay que protegerlos a toda costa.

– ¿Incluso a costa de la vida de mi mujer? -preguntó Andreas, indignado-. No puedo creerlo.

– Tu padre…

– Mi padre está muerto -replicó él-. Ya no se trata de lo que él piense, sino de lo que pienses tú.

– Por supuesto que no es lo que yo pienso -se volvió hacia los empleados-. Vuelvan al trabajo. No les hago responsables de la herida de la muchacha, sólo estaban siguiendo las órdenes del Rey.

– Pero… -dijo el joven, como aturdido.

– La esposa de mi hijo se pondrá bien -aseguró Tia-. Sólo ha sido un rasguño… y no creo que vaya a denunciarnos -añadió, permitiéndose una sonrisa-. Váyanse. Ahora mismo.

Todos obedecieron. Andreas seguía sentado en el suelo con Holly y Deefer entre los brazos y la reina los miraba desde arriba.

No comprendo por qué los cisnes no salieron volando -comentó Holly, tratando de buscar algo que borrara la expresión de furia de los rostros de madre e hijo.

– No pueden hacerlo -respondió la Reina -. tienen las alas cortadas.

– Ya sabes que los cisnes siempre vuelven a su lago -intervino Andreas-. Pero mis padres les cortan las alas de todos modos para asegurarse.

– Por el amor de Dios, Andreas… Son órdenes de tu padre -insistió Tia, pero su voz no parecía segura como antes-. Ya lo sabes, así son las cosas. Ya le dije a Holly que dejara al perro en los establos.

– El perro vive con Holly y ésta es su casa, madre.

– No es mi casa -intervino Holly tratando de ponerse en pie. Andreas la ayudó y fue una suerte que no se encontraba nada bien. Le temblaban piernas y, aunque estaba deseado alejarse de ellos dos miembros de la realeza, necesitaba el apoyo de Andreas. Pero antes debía decir algo-. Mi casa está en Australia y es allí donde me voy.

– No puedes irte todavía -dijo Tia, sorprendida ver el gesto de disgusto de Andreas.

– Puedo irme cuando quiera. ¿No es cierto, Andreas?

Él la apretó contra sí, lo que permitió que percibiera su tensión, parte de la cual no tenía nada que ver con ella.

– Así es -respondió tajantemente-. Holly se ha casado conmigo para ayudarnos y ha cumplido su parte del trato. Ya le hemos dicho a la prensa que hará frecuentes visitas a la propiedad que tiene en Australia. Es libre de marcharse cuando quiera.

– Sebastian opina que es mejor que se quede -insistió Tia con la misma dureza.

– Sebastian no controla mi vida privada -replicó Andreas-. Del mismo modo que mi padre ya no controla la tuya. Creo que ambos deberíamos darnos cuenta de eso. Entretanto, mi esposa es cosa mía y tiene total libertad.

– Muchas gracias -dijo Holly y se habría apartado si Andreas no hubiera seguido sujetándola.

Sobre la camisa de Andreas cayó una gota de sangre.

– Tengo que llevarte dentro a que te vean esa herida.

– Tendrá que quedarse -afirmó Tia con una voz que parecía casi de desesperación.

·-¿Cómo piensa cortarme las alas? -le preguntó Holly, temblando. Empezaba a darse cuenta de lo cerca que había estado de la tragedia-. Soy libre. Andreas… Andreas es mi marido, pero eso no es suficiente para retenerme. Me voy a casa.

Andreas hizo caso omiso de sus protestas y la llevó a una habitación junto a las cocinas que hacía las veces de sala de primeros auxilios. No le quedó más remedio que recostarse en sus brazos y dejar que la llevara donde quisiera. Quizá había parecido desafiante frente a la Reina, pero lo cierto era que por dentro estaba destrozada y a punto de llorar.

– ¿Cuándo has vuelto? -consiguió decir mientras él abría la puerta de la sala con el pie.

– Hace diez minutos. He venido directamente a buscarte.

– Podrías haber llegado antes -claro que quizá entonces ella habría estado distraída y no habría podido salvar a Deefer, pensó con un escalofrío.