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Andreas fue en coche hasta allí para que lo viera el menor número de gente posible. Habría querido librarse también de la tripulación y de los hombres encargados de traer a Holly, pero era imposible.

Esperó con impaciencia a que colocaran la escalerilla y se abrieran las puertas.

El primero que apareció fue Georgios.

v¿Quiere que bajemos la carga? -preguntó, mirando con recelo a los empleados del aeropuerto que se encontraban cerca-. Ella…, podríamos tener problemas.

– Tus hombres y tú bajad del avión -ordenó Andreas-. Yo subiré.

– ¿Está… seguro?

– No digas tonterías -comenzó a subir con decisión. Aquello empezaba a ser absurdo.

Aunque detestaba que sus hombres la hubieran secuestrado, no debía olvidar que ella lo había engañado y que estaba allí por culpa de ese engaño. Tenía motivos de sobra para estar furioso con Holly y cuanto antes se lo dijera, mejor.

Claro que quizá hubiera una explicación muy sencilla. Quizá pudieran mantener una breve conversación y ella pudiera volver a marcharse. Quizá todo había sido un error.

Quizá.

– Está en la parte de atrás. Apenas nos ha dirigido la palabra desde que salimos de Australia y, cuando lo ha hecho, ha sido llena de furia.

Después de decirle eso, Georgios se echó a un lado y Andreas pudo entrar en la cabina. Y la vio. Por un momento, todo se detuvo.

Holly.

Seguía siendo la misma. Su Holly. La mujer a la que había llevado en el corazón durante todos esos años. Holly, con sus vaqueros viejos y sus camisetas, el pelo salvaje, siempre riendo y bromeando. La imagen que a menudo se repetía en su memoria era la de ella montando a caballo por los prados, desafiándolo a alcanzarla.

La encantadora Holly, su cuerpo maravilloso. Corregído y escaneado por Consuelo Sus ojos azul zafiro, su increíble inteligencia, su risa profunda…

Pero ahora no se reía. En su rostro había una expresión triste y preocupada. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Parecía cansada y muy, muy enfadada. Entonces lo miró a los ojos y Andreas sintió una especie de sacudida. Como si estuviera a punto de estallar una tempestad.

– Holly -dijo, y quizá lo hizo con ternura antes de poder controlarse, pero hasta ahí llegó la ternura.

– ¿Cómo te atreves? -replicó ella al tiempo que se ponía en pie y salía al pasillo del avión.

– Quería verte.

– Ya me estás viendo. Esos matones tuyos me metieron a rastras en un helicóptero sin darme ninguna explicación. Ellos son unos matones y tú un estúpido y un cobarde por mandar a cuatro hombres a secuestrar a una mujer indefensa.

– Tú no eres una mujer indefensa -respondió Andreas dando un paso hacia ella-. Mordiste a Maris -añadió con una leve sonrisa.

– Ojalá lo hubiera mordido con más fuerza.

Le lanzó una mirada que se clavó en el corazón de Andreas.

– ¿Por qué me has traído hasta aquí? -preguntó ella después de un breve silencio.

– Tenemos cosas que hablar.

– Podrías haberme llamado.

– No habría sido una buena idea -contestó Andreas y dio un paso más hacia ella, pero quizá fue un error.

Holly levantó la mano y le dio una bofetada con tanta fuerza que el ruido hizo eco en toda la cabina del avión. Andreas se quedó boquiabierto y su primer impulso fue agarrarla de la muñeca.

– No me toques -espetó ella y le dio una patada en la pierna.

– ¿Sabes lo que puede pasarte por agredir a un miembro de la realeza? -le preguntó, asombrado, mientras se alejaba para que no pudiera hacerlo más.

– ¿Y tú sabes lo que puede pasarte por secuestrar a alguien y sacarlo de su país? -replicó ella-¿Por traerme aquí en contra de mis deseos? No sé qué quieres de mí, Andreas Karedes, pero diles a tus matones que me lleven de nuevo a mi casa.

Andreas le puso ambas manos en los hombros, pero ella volvió a darle una bofetada. Aún más fuerte.

Dios. Si no tenía cuidado, iba a acabar con un ojo morado.

– Sólo quiero una explicación… -empezó a decir Andreas, pero ella estaba demasiado furiosa como para dejarlo seguir.

– No me importa lo que quieras. Déjame que me vaya

– No hasta que me digas lo que necesito saber.

– No puedes hacer eso.

– Holly, me parece que ya lo he hecho -le dijo con cansancio-. Siento que te secuestraran. Mi intención era convencerte de que vinieras, no obligarte. Pero ahora que estás aquí, tienes que obedecer al imperativo real; te quedarás hasta que recibamos una explicación.

Vaya…, no lo había hecho muy bien. Desde luego como disculpa carecía de diplomacia. Sin duda, eso fue lo que pensó Holly porque lo miró fijamente, con las mejillas sonrojadas por la rabia. Después miró por la ventana, al ajetreo de la pista de aterrizaje y del aeropuerto.

– Aristo es un país civilizado -dijo ella de pronto con gesto pensativo.

– ¿Qué…?

– Tenéis leyes -continuó diciendo-. Leyes contra el secuestro, supongo. Antes podrías asaltar y violar, pero imagino que eso ya es historia.

– Se hace lo que yo digo -espetó él, sorprendido.

– ¿Si? -lo miró con expresión pensativa, luego cerró los ojos… y gritó.

Lanzó un grito que no se parecía a ningún otro. Un grito perfeccionado durante años por una niña aficionada al drama y con espacios abiertos en los que poder practicar. Un grito que hizo que todos los que se encontraban en cien metros a la redonda se volvieran a mirar hacia el avión para ver qué ocurría.

Andreas la agarró y le puso la mano en la boca. Ella le pegó un codazo en las costillas y siguió gritando. La apretó con más fuerza. Ella le mordió.

Andreas farfulló una maldición antes de ir a cerrar la puerta para tener un poco más de privacidad. Lo hizo justo a tiempo, porque Holly había abierto la boca para gritar de nuevo.

– Yo que tú no me molestaría -le dijo mientras miraba con incredulidad la marca que le había dejado en la mano-. Nadie podrá oírte.

– Iré a la policía. Al consulado. No puedes hacer esto.

– Esto es Aristo y yo soy príncipe -respondió él-. Puedo hacer lo que quiera.

– No, conmigo no.

Entonces volvió Georgios y miró a su jefe con asombro.

– Está sangrando.

– Espero que agarre la rabia y se muera -dijo Holly entre dientes.

– No me extrañaría, habiéndole mordido una loca…

– Déjalo -lo interrumpió Andreas-. Vas a tener que llevarla a Eueilos.

– Señor, está descontrolada -se apresuró a decir Georgios-. En Eueilos no hay nadie, excepto Sophia y Nikos, y son demasiado mayores para defenderse.

– Les diré que guarden bajo llave las armas de fuego -dijo Andreas con sequedad-. Ella no le hará daño a una pareja de ancianos que no tiene nada que ver con todo esto, y es imposible que se escape de la isla -miró la hora-. Tengo que irme. Debo comparecer en el Parlamento dentro de una hora,y los periodistas harán muchas preguntas si no aparezco.

– Muy bien -murmuró Georgios con algo parecido a una sonrisa-. Pero, ¿podremos mantenerlo en secreto?

– No voy a permitirlo -intervino Holly con furia-. Andreas, ¿qué demonios crees que estás haciendo?

¿Qué estaba haciendo? Andreas pensó en el informe que tenía sobre la mesa de su despacho y apretó los dientes. Aquella mujer estaba poniéndolo todo en peligro por culpa de un secreto que debería haberle contado…

Pero Holly estaba histérica.

– Estoy protegiendo lo mío -dijo él por fin-. No tengo ni idea de lo que te ocurrió después de que yo me fuera de Australia, pero está poniendo en peligro a este país. Siento que hayamos llegado a esto, Holly, pero quiero la verdad. Te van a llevar a Eueilos y esperarás allí hasta que yo lo decida. Hablaremos cuando esté preparado para hacerlo.

Capitulo 2

Pasaron cuatro días antes de que Andreas pudiera marcharse. La investigación sobre corrupción estaba siendo muy intensa y, como jefe del comité de investigación, tuvo que dedicarse prácticamente de lleno a resolver todos los asuntos oscuros de los círculos oficiales mientras intentaba encontrar un momento para poder ir a Eueilos.