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– Pero si era rico -recordó Andreas, atónito.

– No, no lo era -aseguró ella-. Así que cuando cumplí los diecisiete años idearon un estúpido plan para casarme con algún millonario. Mi madre se puso en contacto con todas las casas reales Europa, con todos los millonarios que pudo y ofreció una estancia en nuestra casa para algún heredero antes de hacer frente a sus obligaciones.

– Tú fuiste el primero que vino.

– Pero había dinero…

– Sólo era una fachada. Hasta que tú llegaste, estudiaba en casa porque no podían permitirse mandarme a un internado, y siempre trabajaba en la granja, pero mientras tú estuviste allí me relevaron de mis obligaciones y de pronto me convertí en una dama. Tenía todo el tiempo del mundo para pasarlo contigo si lo deseaba. Y, por supuesto se me subió a la cabeza. Por primera vez en mi vida, era libre y mis padres no hacían más que empujarme a tus brazos. Pero entonces me quedé embarazada, tú te fuiste y se derrumbó el castillo

de naipes. Mi padre tenía un sinfín de deudas. Mi madre se fue y yo me quedé allí. Embarazada. Desesperada. Y locamente enamorada, por cierto.

– Enamorada -repitió él suavemente, pero ella respondió con una mirada burlona.

– Olvídate de eso. ¿No quieres saber la historia? Pues te la estoy contando -las palabras salían de su boca como un torrente, como si tratara de acabar con aquello cuanto antes-. No te dije que estaba embarazada, ni siquiera cuando mis padres… No, no iba a permitir que te obligaran a casarte conmigo. Así que tuve el bebé y su llegada me cambió el mundo. Lo quería con todo mi corazón -le tembló la voz, pero se obligó a continuar-. Pero… cuando tenía casi dos meses enfermó de meningitis y murió. Eso es todo. Fin de la historia -cerró los ojos durante una décima de segundo y luego volvió a abrirlos. Era casi el fin de la historia, de la parte más dura-. Conseguí un título universitario a distancia para poder enseñar y comencé a trabajar para la Escuela del Aire, como siempre había soñado. Durante años ése fue el único dinero que entró en la casa. Mi padre estaba incapacitado por depresión, pero no quería ni oír hablar de vender la granja y yo no podía abandonarlo. Murió hace seis meses. Puse la propiedad a la venta, pero está en muy mal estado, así que no he podido venderla. Iba a marcharme de allí cuando se presentaron tus matones. ¿Qué piensas hacer ahora conmigo, Andreas? ¿Vas a seguir castigándome? Créeme, ya he tenido suficiente castigo. Perdí a mi pequeño Adam.

Un sollozo la dejó sin palabras, había rabia en su mirada, rabia hacia él, hacia el mundo entero. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

Andreas se acercó a ella, pero inmediatamente Holly dio un paso atrás.

– !No!

– Lo llamaste Adam -le dijo.

No quería hacerla sufrir, pero sabía que quizá a fuera su única oportunidad de encontrar respuestas a sus preguntas. Ahora que estaba completamente indefensa…

– Adam Andreas -murmuró-. Por su padre. Se parecía mucho a ti. Tendrías que haberlo visto… sabes cuánto me habría gustado que vieras… -volvió a temblarle la voz y de pronto ya no pudo más.

Andreas se acercó de nuevo y la agarró por los hombros. Ella se derrumbó y Andreas la abrazó sin importarle si quería o no.

Simplemente la estrechó en sus brazos.

Estaba rígida, pero sentía sus sollozos.

– No… no.

– Tranquila, Holly -le susurró mientras la abrazaba y apoyaba la cara en sus suaves rizos-. Desahógate.

Por un momento pensó que no aceptaría el consuelo, pero de pronto sintió que su cuerpo se aflojaba y desaparecía la tensión. Se acurrucó contra él y siguió llorando.

Debieron de ser treinta segundos como máximo Andreas la abrazaba mientras corrían por sus venas las más primarias emociones; sentía deseo, posesividad y la necesidad de protegerla. Pero entonces ella volvió a tensarse y se apartó. Una mujer como Holly no se dejaba llevar por el llanto tan fácilmente. Recordó entonces cómo se había negado a llorar cuando él se había marchado de Australia. Había visto el brillo de las lágrimas en sus ojos, pero luego los había cerrado y se había contenido.

Lo mismo hacía ahora. Cuando volvió a mirarlo, en sus ojos había una expresión fría y desafiante.

– No tienes ningún derecho a hacerme sentir así.

– Tenía derecho a conocer a mi hijo.

Aquellas palabras los sorprendieron a ambos. Las pronunció con tanta dureza que los dos supieron que era la más pura verdad. Holly lo miró fijamente durante un momento y luego le dio la espalda. Otra vez.

– Lo sé -dijo al tiempo que reanudaba la marcha hacia el pabellón-. Si no hubiera muerto, te lo habría acabado contando. Debería habértelo dicho desde el principio, pero tampoco intenté ocultarlo. Si te hubieras puesto en contacto conmigo… Sin embargo, no lo hiciste. Tienes que entenderlo. Todo se vino abajo a mi alrededor en cuanto tú te fuiste. Los acreedores de mi padre nos dejaron sin nada… incluso se llevaron a Merryweather -volvió a temblarle la voz, pero canalizó el dolor y la rabia dándole una patada a la arena.

– Tu caballo -murmuró Andreas, recordando aquella hermosa yegua que era casi una extensión del cuerpo de Holly.

– Eso fue lo de menos -dijo, recuperando el control con evidente esfuerzo-El problema es que mi madre se largó y mi padre comenzó a beber. Yo le oculté el embarazo hasta los seis meses de gestación, para entonces tú ya estabas casado y mi padre sabía que no había manera de salvar la grnja por mucho dinero que me dieras para la manutención del niño,así que no merecía la pena destrozar tu matrimonio.Les dije a mis padres que si intentaban chantajearte,nagaría que el niño era tuyo.Yo…era todo tan difícil que ni siquiera tenía tiempo para pensar en ti… Casi-admitió-Tenía que llevar la granja, evitar que mi padre acabara consigo mísmo y, bueno, quizá también estaba un poco deprimida.Me prometí a mí misma que escribiría después de que naciera el niño pero fué poco después cuando… cuando…

Dejó de andar pero no se giró hacía él.Respiró hondo y continuó hablando, pronunciando unas palabras que parecían desgarrarle el corazón.

– …Cuando murió Adam -dijo finalmente.

Andreas intentó imaginar cuánto debía de haber sufrido. La imaginó con un bebé en brazos, la muchacha salvaje de la que se había enamorado transformada en una mujer

La imaginó dándole de mamar,durmiendo junto al pequeño.

Las imágenes eran tan nítidas que casi parecía haberlo vivido. Holly, la madre de su hijo.

Todo sucedió muy rápido -siguió contando-. se despertó con fiebre y tuve que llamar al médico a las seis de la mañana. El servicio de urgencias llegó a las ocho, pero Adam murió de camino a la ciudad. Según dijeron era un caso tan grave que no habría cambiado nada aunque hubiéramos vivido justo al lado del hospital… no habría habido tiempo para que los antibióticos hicieran efecto.

– ¿Y tu madre…?

– En Europa. Como no quise reconocer que Adam era hijo tuyo, se olvidó de mí.

– Pero tu padre cuidó de ti, ¿verdad? -la idea de que hubiera tenido que hacer frente a la muerte del bebé ella sola le resultaba insoportable.

– ¿Estás de broma? Se había ido de juerga el día que se marchó mi madre y aún seguía borracho. Dios sabe dónde estaba el día que enterré al bebé, desde luego no estaba conmigo. Yo misma enterré a mi hijo y me las he arreglado sola desde entonces. Bueno, ¿eso es todo? No sé por qué me has traído aquí, Andreas, pero ya puedes dejarme marchar. Entre nosotros no queda nada excepto un bebé muerto. Deja que me vaya y olvídate de mí.

Capitulo 3

Volvieron al pabellón caminando el uno junto otro. Holly no decía nada y a Andreas no se le ocurría nada que decir. Apenas recordaba la furia que le había provocado el que no le hubiera dicho que había tenido un hijo suyo. La historia que le había contado era sincera y terrible.