Выбрать главу

Andreas se fue a nadar.

Quedaba una hora para la cena y no tenía otra cosa que hacer excepto pasear de un lado a otro hasta desgastar el suelo. Así pues, se entregó al placer que le daba nadar en la laguna interior. Era una piscina circular con una isla en el centro en la había sombrillas, hamacas y una barra con todas las bebidas que pudiera desear un hombre… o una mujer.

Él no quería tomar nada en aquel momento, sólo quería nadar, recorrer una y otra vez la piscina y deslizar su cuerpo por el agua con la facilidad y la elegancia que le habían dado los años de práctica. La natación le acercaba a algo parecido a la meditación, un momento en el que vaciaba su mente por completo; se olvidaba de las exigencias que implicaba ser príncipe, de los problemas de un matrimonio desastroso, incluso de la crisis del diamante perdido.

Pero no podía olvidarse de Holly. No podía ni allí, ni en ese momento. Pensó en ella sin cesar mientras nadaba y, por muy rápido que fuera, no conseguía escapar.

Creía haberla olvidado. Diez años antes se había alejado de ella porque no tenía otra opción. Ahora… ahora parecía que sí había otra opción.

Tenía que mostrarse desinteresado, explicarle las cosas con calma y plantearle el futuro en términos que ella pudiera comprender. Pero tendría que estar de acuerdo. No podía casarse con Holly en contra de su voluntad. Los días de llevar a una mujer a rastras ante el altar habían quedado atrás.

Además, Holly ya había sufrido suficiente cuando él se había marchado. Sólo pensar en todo a lo que había tenido que enfrentarse sola…

Tenía que olvidarse de lo que había sentido al oírle contar la muerte de su bebé. Debía hacerlo por su país; debía ser sensato, fuerte y persuasivo.

Pero no sabía cómo hacerlo, porque cuando lo miraba, volvía a sentirse como un crío; un príncipe con el mundo a sus pies. Con Holly a sus pies…

Holly.

Tenía que pensar con claridad y ordenar sus argumentos. Sin embargo sólo podía pensar en lo que era. Y en que había tenido un hijo suyo. Había tenido un hijo y no había podido conocerlo. La mera idea hacía que se sacudieran sus cimientos y, que se sintiera inseguro.

Había decepcionado a Holly, pero ésta tendría que aceptar su proposición. El debía reparar el daño que le había hecho, pero tendría que cumplir las exigencias de Sebastian.

Las exigencias de su rey.

Tenía que saber que Holly podía verlo.

Todos los apartamentos del pabellón daban a la piscina. Andreas nadaba con la facilidad de un tiburón rondando a su presa, pensó Holly con inquietud mientras lo observaba.

Debía admitir que tenía un aspecto magnífico, eso era algo que ya había pensado en otra ocasión. Ahora debía ser sensata. Esa vez tendría controlar sus emociones mientras mantenía a Andreas a una distancia prudencial.

O más que prudencial.

¿Tenía que casarse con ella? Era ridículo. Él era príncipe, ella estaba arruinada y había sido madre soltera. Su casa estaba en la otra punta del mundo.

Ya estaba bien. Se apartó de la ventana, se negaba a mirarlo más. Su belleza, su sonrisa malévola, su personalidad dominante…, todo tenía el poder para hacer pedazos su mundo igual que lo había hecho diez años atrás.

Pero ella ya no era la muchacha inocente de entonces. Ahora era una mujer. Iba a reunirse con él, pero sería ella la que decidiera las condiciones.

Andreas estaba acostumbrado a conseguir todo lo que deseaba; sin embargo, esa vez no iba a ser así. Tenía que hacerle frente.

De igual a igual, pensó con desesperación. Aún llevaba puesto el biquini y no tenía más ropa que unos vaqueros viejos y una camisa.

No pensaba verlo así.

Miró el enorme armario ropero con cautela. Quizá Andreas le hubiera proporcionado las armas que necesitaba.

Iba a necesitar valor, pero…¿Qué tenía que perder?

Sophia les sirvió una cena a la altura de un rey, como siempre. Pero aquella noche los manjares que preparó hicieron que Andreas abriera los ojos como platos. Se había duchado y se había puesto unos pantalones de estilo informal y una camisa de lino, pero luego había pensado que era preferible ponerse chaqueta y corbata. Debía ir con cuidado.

. Esa noche tenía que tomar decisiones muy importantes.

Las palabras de Sebastian aún resonaban en su mente.

Tendrás que casarte con ella. No hay otra opción.Si ese niño era tuyo realmente, quizá una boda de cuento de hadas sea lo mejor que podemos esperar. Al menos eso es lo que dice el departamento de relaciones públicas. Así conseguimos que la gente se olvide de los sórdidos detalles detu divorcio. Te perdonarán si haces lo más honrado, en estos momentos hay poca honra en nuestra familia.

Así pues salió de la habitación con atuendo formal miró a la mesa perfectamente dispuesta…Lo único que faltaba era Holly.

– Le he dicho que la cena estaba servida -dijo Sophia observándolo-, pero dice que, va a cenar en su habitación. Tiene mucho carácter.

– Yo también -gruñó Andreas, disponiéndose ya a cruzar el patio y llamar a la puerta de Holly.

No hubo respuesta.

– ¿Holly?

– Vete

– Sophia no va a servirte la cena ahí dentro.

– Entonces tendré que pasar hambre, porque no voy a cenar contigo.

– Eso es muy infantil.

– Pues soy infantil. Tú, en cambio, eres autoritario, arrogante y estás loco. Vete, Andreas.

– Te ordeno que…

– Vete a ordenar a otra parte, bruto. Yo me quedo aquí.

El gesto de Andreas se oscureció. Miró la puerta con rabia, luego apoyó el hombro y empujó.

Nada.

Un último intento antes de pedir ayuda a Nikos… Reunió todas sus fuerzas y empujó.

La puerta cedió sin más y él acabó en el suelo de la habitación.

Él en el suelo, sin resuello, y Holly de pie mirándolo con aparente interés.

– Vaya -dijo esbozando una sonrisa-, ¿el príncipe se ha caído?

Andreas la miró y observó, para sorpresa suya, que estaba sonriendo. Era la deliciosa sonrisa de la que se había enamorado diez años atrás.

– ¿Necesitas ayuda?

Estiró el brazo hacia ella sin pensar. Holly tiró y él se puso de pie tan rápido que de pronto quedaron el uno junto al otro. Ella se tambaleó, y Andreas la agarró de los brazos.

Era… fabuloso. Era como tocar a la Holly que recordaba. Seguía oliendo a aroma de cítrico. Siempre había pensado que era su perfume, pero no tenía perfume que ponerse…

– ¿Qué llevaba puesto?

No parecía una mujer víctima de un secuestro, ni alguien con la intención de cenar a solas en su habitación. Llevaba un vestido verde de tirantes finos que se ajustaba maravillosamente a las curvas de su cuerpo, dejando entrever el comienzo del muslo por una abertura lateral. Andreas sintió que su cuerpo reaccionaba de inmediato con primitiva necesidad.

Apretó las manos de manera involuntaria. Había deseado a aquella mujer nada más verla por primera vez y seguía deseándola ahora.

Pero ella a él no. Holly le puso las manos en el pecho a modo de freno y lo apartó de sí. ¿Por qué se había dejado apartar?

Ella parecía… parecía…

– No me mires así.

– ¿Por qué llevas puesto eso?

– ¿Qué tal me queda? -preguntó ella en tono distendido a pesar del rubor que delataba su nerviosismo. Se giró para que él pudiera ver el vestides de todos los ángulos… o quizá para tomar aire y huir de su mirada-. ¿Comparado con las mujeres que se lo han puesto? -ahora la rabia inundaba sus palabras-. Vestidos de todas las tallas, Andreas. Camisones, vestidos de noche, incluso lencería. ¿Cuántas mujeres traes aquí en contra de su voluntad y luego se ponen esta ropa lujosa? Parece un harén.

– No es ningún harén.

– ¿No?

Bueno, quizá sí. Recordó cuando Christina por fin había conseguido su ansiado divorcio.

– Eres libre, hermano -le había dicho Alex-. Convierte la isla en la isla de la seducción y tendrás todo lo que necesites. Llena la casa de todas las cosas que les gustan a las mujeres. Voy a hacer una cosa para celebrar que te has divorciado de esa harpía: yo llenaré los armarios con todo lo necesario.