—Malo —dijo Larreka después de un rato—. Malo, malo y malo.
Jill se inclinó hacia adelante para tocar su melena. Unos cuantos seleks que allí había salieron de entre las hojas. Cuando Jill retiró su mano volvieron a los asuntos propios de tales entomoides, mantenerla libre de parásitos y materia muerta.
—Un shock, ¿eh? —preguntó ella suavemente.
—Sí.
—¿Por qué? Quiero decir, tal como lo entiendo yo, Tarhanna es… era el puesto avanzado principal de la Asociación en el interior de Valennen, río arriba de Port Rua. ¿No es así? Pero su finalidad era el comercio. Es una plaza comercial. Y todo el mundo sabe que el comercio se arruina en cuanto las condiciones se deterioran.
—Era también una base militar —le recordó Larreka—, y por tanto podía atacar al bandolerismo, señoríos rebeldes, etc. Ahora… —Aspiró el humo por segunda vez, antes de proseguir—. Quizás esto me impacte más que un signo. Verás, la Zera todavía está en buena forma. Tarhanna debería haber sido capaz de rechazar cualquier incursión que la parte habitada del continente hubiera podido hacer. O, de cualquier forma, aguantar hasta que Port Rua enviase una expedición de refuerzo. Pero no lo hizo. Además, el enemigo cree que puede quedarse. Por tanto es algo organizado. No un puñado de incursores. Puede ser incluso una confederación. ¿Comprenden lo que eso significa? —apeló—. La prueba final de lo que me temía. Los bandidos y piratas se estaban volviendo tremendamente arriesgados, y tenían demasiada suerte, para pertenecer a la clase de gente con la que estábamos acostumbrados a tratar. Y naturalmente disponíamos de algunos informes de la inteligencia militar… y ahora esto. Alguien ha unido a los bárbaros por fin, y los ha preparado para aplastarnos. Y para expulsar a la Asociación de Valennen, además.
«Pero es un inicio trashumante. Tiene que serlo. En el pasado, el Vagabundo condujo a la gente desesperada hacia el sur. Y aplastaron a la civilización. Esta vez, parecía que la civilización tenía la oportunidad de contenerlos. Sólo que alguien ha organizado a los Valennos para confrontarnos. No puede tener sino un propósito a largo plazo: invadir el sur, matar, esclavizarnos, expulsarnos fuera de nuestras tierras y tomar posesión de las ruinas.
»Este es el motivo de mi viaje. Decir a la asamblea que no podemos retirarnos "temporalmente" de Valennen, que tenemos que mantenerlo a toda costa. Hay que mandar refuerzos; una segunda legión como mínimo tiene que ir allí. Pero primero quería preguntaros qué ayuda puede dar Primavera. Puede que no sea exactamente vuestra guerra. Pero estáis aquí para aprender cosas sobre Ishtar. Si la civilización cae, tendréis poco tiempo para llevar a cabo vuestro objetivo.»
Era el discurso más largo que había hecho jamás, incluyendo el que había dirigido a la Zera en una solemnidad. Se volvió un poco bruscamente hacia su pipa y su cerveza.
La voz de Sparling hizo que desviara de nuevo su atención.
—Larreka, me duele decir esto tanto como una quemadura de tercer grado, pero no estoy muy seguro de que podamos prestaros ayuda. Verás, estamos enzarzados en nuestra propia guerra.
IV
Vistos desde el espacio, todos los planetas son bellos; pero aquellos en los que los humanos pueden respirar tienen para ellos un atractivo especial. Por tanto mientras su nave insignia maniobraba hacia la órbita de espera, Yuri Dejerine miraba Ishtar a través de un halo de lágrimas.
Su orbe era de un azul radiante veteado de blanco y marcado con los matices más oscuros de los continentes. La falta de semejanza con la Tierra le daba una especie de encanto parecido al de una mujer extranjera. No había casquetes polares y muy pocas nubes, a pesar de la gran masa oceánica. Los tonos amarronados del suelo no tenían ninguna mancha verde en ellos, sino sombras leonadas y rubicundas. No había ninguna luna con cráteres que circundase a distancia el planeta: sólo dos satélites enanos próximos. Divisó uno, parpadeando conforme descendía, como una luciérnaga contra la negrura estrellada.
Y la luz. La mayor parte venía de la estrella de Ishtar, Bel, ligeramente menos intensa que el Sol sobre la Tierra pero con el familiar tono amarillo-blanco. Anu, sin embargo, estaba ahora tan próxima que ponía rosas y sangre en las nubes y teñía de púrpura los mares.
Una visión de ambos soles permanecía en la pantalla ante él. Parecían del mismo tamaño, un truco jugado por las distancias. Bel estaba aureolado con una corona de gloria. Anu no tenía un disco determinado. En el centro había una especie de horno rojo donde fluían chispas monstruosas; éstas se debilitaban y empequeñecían hacia el exterior hasta que al fin se retorcían en un intrincado laberinto de llamas, zarcillos que hacían pensar a Dejerine en el Kraken.
Desvió su vista. Como por compañerismo, intentó encontrar planetas hermanos, y creyó que podía encontrar dos. Y si, aquella estrella realmente brillante, color rubí, debía ser Ea, seis mil veces tan lejana desde allí como Bel de su órbita exterior. No era un recordatorio de mortandad como Anu; como un duende, Ea tendría una vida tremendamente larga y tranquila.
Sin embargo transmitió a Dejerine un sentimiento de soledad, el de la estrella, el de Yuri, el de todos. Y el esplendor de Ishtar guardaba una inminente agonía. Su pensamiento voló hacia Eleanor, tan bella y tan miserable, el día en que dijo que no podía seguir intentándolo después de dos años y que quería el divorcio. Yo lo estaba intentando también, pensó Yuri, realmente lo hacía.
Sacudió su cabeza, volviendo a la realidad. No eran aquellos los pensamientos adecuados para un comandante de flotilla. Un altavoz le rescató del silencio.
—En órbita, señor. Todo satisfactorio.
—Muy bien —replicó automáticamente—. Los hombres que no estén de guardia regular pueden salir de servicio.
—¿Debo hacer una llamada a la colonia, señor? —preguntó la voz.
—Todavía no. Es de noche en ese hemisferio, por lo que concierne al Sol Auténtico. Se han adaptado al día de dieciocho horas y media y la mayoría deben estar durmiendo en estos momentos, tanto si Anu es visible como si no. Seríamos descorteses si hiciéramos levantarse a sus dirigentes. Esperaremos hasta las mmm… —Dejerine comparó la rotación ishtariana con los relojes de rotación terrestre de la Marina—. Digamos hasta las 0700. Eso nos dará unas cuantas horas de relax. Si se reciben mensajes antes, pásenlos a mi camarote. Si no es así, comuníquese con Primavera a las 0700.
—Bien, señor. ¿Tiene usted que darme alguna orden más?
—No. Estaré descansando. Le aconsejo que haga lo mismo, Heinrichs. Estaremos muy ocupados de ahora en adelante.
—Gracias, señor. Buenas noches.
El acento era cortante. Dejerine había dispuesto que las charlas fueran en inglés, como práctica para una comunidad en donde era la lengua exclusiva. No, también tenían la lengua nativa. Don Conway había usado unas cuantas palabras que, según explicó a instancias de Dejerine, eran de origen no humano. El capitán sospechó que en cuanto se fuera de la nave, habría un murmullo continuo en español, en chino o en cualquier otro idioma.
El no tenía ningún problema lingüístico. Su educación le había hecho adquirir un fluido conocimiento de varias. lenguas importantes, y su esposa había nacido en los Estados Unidos.
Borró los recuerdos que de nuevo le asaltaban. La había amado, y todavía la quería, pero, después de tres años, sería ridículo quedarse estancado allí. Había muchas otras mujeres, lo sabía desde los quince años. Se preguntó si serían conseguibles en Ishtar.