Observó de nuevo al planeta. La órbita había llevado a la nave sobre las partes civilizadas. En la mitad opuesta había un continente e islas incontables, en donde no vivían un número significativo de ishtarianos y acerca del cual los humanos habían aprendido poco hasta la fecha. En los lugares que habitaban tenían más enigmas de los que podían manejar, a pesar de la ayuda indígena.
Anu estaba siniestramente situada sobre unos territorios que deberían estar oscurecidos. Por su luz pudo reconocer los continentes de los que tenía noticias a través de sus lecturas. Conway había intentado enseñarle a pronunciar sus nombres.
Haelen, de tamaño aproximado a Australia, se situaba en el Polo Sur, extendiendo un brazo hasta rebasar el Círculo Antártico. Partiendo de allí, una serie de archipiélagos, visibles sólo como cambios en el modelo de nubes y corrientes, conducían al norte a Beronnen, de contorno irregular y forma parecida a la India. Tierra seca un poco al sur del trópico meridional y un poco al sur del ecuador por su límite norte. Más allá había más islas, muchas volcánicas. ¿Podría detectar tristeza en algunas nubes? Entonces su vista alcanzó Valennen, no demasiado al norte del ecuador. Como Siberia, se extendía hasta cerca del Polo Norte. La curvatura del planeta le ocultaba más de tres cuartas partes, el territorio desconocido cuyos pobladores no habían nacido en Ishtar.
Miró buscando el resto de naves a su mando, estacionadas antes, pero no vio ninguna. No era sorprendente; habían sido espaciadas ampliamente por seguridad y transmisión de radio. Sus nombres formaban una letanía en su mente: Sierra Nevada, en donde se encontraba; explorador Moshe Peretz, primer navío que había mandado; porta-naves Isabella, que llevaba en su panza diez avispas; nave taller Imhotep, al que las naves armadas tenían que servir y proteger. Sí, había sido un largo camino, espectacularmente rápido, en ambos sentidos. Que hubieran sido destinados allí, lejos de la acción, era en verdad un honor, una prueba de confianza.
Sin embargo, ahora que estaba liberado de sus obligaciones durante un rato, el puente de control le parecía una celda. Se levantó y lo abandonó, en busca del hogar que le ofrecía su camarote. Sus zapatos resonaban en el pasillo vacío. Durante el viaje había dispuesto los generadores de campo a 1,18 g. Sus hombres y él tenían que llegar a Ishtar con cuerpos adaptados a su gravedad más fuerte. Cansado, sintió los catorce kilos añadidos a su peso como si estuvieran colgados de sus hombros y piernas.
Bueno, estaría mejor después de un sueñecito.
Pero cuando cambió su chaqueta azul de cuello alto y los pantalones blancos por el pijama, su cama de eremita no le atrajo. Se permitió un poco de coñac y encendió un cigarrillo. Durante unos minutos dio vueltas por la habitación mirando sus objetos personales.
El retrato de su padre… ¿Por qué no tenía ninguno de su madre? Su matrimonio se había roto cuando él tenía seis años, era hijo único, y ella le había criado. Se había preocupado, tanto como se lo permitía un trabajo administrativo de importancia creciente en la Autoridad de Control de Paz. Sus vidas no habían carecido de emociones: viajes frecuentes a diferentes ciudades europeas, vacaciones en el resto de la Tierra y en la Luna, fiestas en donde eminentes invitados discutían graves asuntos, que aparecían con grandes titulares en los periódicos… Y de algún modo, quizás porque raramente se veían, quizás porque siempre fue alegre, ambicioso de poco más que de disfrutar la vida, Pierre Dejerine caló en su hijo de una forma en que nunca podría hacerlo Marina Borisovna… Sin embargo, seguramente había una parte de ella en aquel muchacho que había entrado en la Academia Naval, aunque hubiera sido la parte de su padre la que le había impulsado a presentarse…
El capitán sacudió su cabeza y gruñó para sus adentros. Si tenía que ser tremendamente serio, ¿por qué no ponerse en forma y releer lo que tenía de Ishtar? Cuando menos, el aburrimiento de la repetición le haría dormirse.
Tomó el mejor libro, se acomodó en el sillón, se sirvió un poco de brandy, inhaló su cigarrillo y empezó a pasar las hojas.
«Nomenclatura Babilónica. Otras mitologías terrestres fueron utilizadas en sistemas planetarios más cercanos. Pero, por azar, el de Anubelea estuvo entre los primeros visitados, poco después de que el Principio de Mach llevase a la rotura de la barrera de la velocidad de la luz, en el viaje de Diego Primavera, una epopeya de audacia.
Su objetivo principal era el cúmulo globular NGC6656 (M22) en Sagitarius. A tres kiloparsecs, éste era comparativamente próximo, y tenía un interés especial para los astrofísicos por ser pequeño y denso: un buen lugar, por tanto, para iniciar la investigación de grupos de su clase. Los instrumentos espaciales habían captado la presencia de un sistema solar aislado cercano, que en aquella época estaba en línea con el Sol y entre éste y el corazón del cúmulo. Con tal fondo, había estado camuflado de los ojos de los astrónomos terrestres y había confundido los resultados de las observaciones en órbita. Por consiguiente, la nave de Primavera tenía órdenes de visitarlo en ruta.
Lo que encontró allí era mucho más interesante que lo que había ido a buscar, desde un punto de vista biológico y psicológico, y por tanto, humano. Téngase en cuenta lo reciente de la salida del hombre al espacio galáctico. No podía ni imaginar un mundo tan semejante al suyo y a la vez tan distinto.
Primavera condujo una segunda expedición con el propósito específico de explorar aquellos planetas. Su informe causó sensación. Un diletante universitario, Winston P. Sanders, propuso los nombres Babilónicos como los más apropiados, su sugerencia fue rápidamente adoptada…
Sin embargo, en aquella época, los viajeros que habían ido a cualquier sitio traían una inundación de cuentos exóticos… Los estudios de Anubelea languidecieron hasta que una asociación global de instituciones humanísticas y científicas fue fundada y patrocinada… No sólo la fascinación sobre Ishtar y Tammuz eran las razones para establecer una base permanente en el primero. Un deseo, ayudar a los nativos en la siguiente de sus crisis, que habían minado toda su historia y su evolución…»
Retórico. Dejerine quería aburrimiento. Saltó a un capítulo autoproclamado como de hechos escuetos.
«Per se, el sistema no es nada extraordinario. Las estrellas acompañantes a menudo tienen masas ampliamente diferentes, y por tanto historias diferentes en su desarrollo, y las órbitas excéntricas son más una regla que una excepción.
Los tres miembros de Anubelea parecen ser aproximadamente tan viejos como nuestro Sol. De aquí que Bel, la estrella G2, pueda tener una expectativa de cuatro o cinco mil millones de años de brillo estable en el futuro. Ea, la enana roja, durará mucho más que todo eso. Pero Anu, la más grande, ha envejecido más rápidamente.
Su tamaño no excede mucho del de Bel, 1,3 veces, es decir, que la masa es 1,22 veces la del Sol. En su auge no brillaba tan fieramente puesto que uno de sus planetas desarrolló vida proteínica en el agua y producción de oxígeno por fotosíntesis. Pero quizás (continuamos patéticamente ignorantes) la mayor irradiación aceleró el proceso evolutivo. Cualesquiera que fueran las causas, sabemos que hace mil millones de años, Tammuz (Anu III) había desarrollado seres inteligentes que a su vez habían desarrollado una civilización tecnológica.
Por aquel entonces, su sol había quemado ya tanto hidrógeno que no podía permanecer por más tiempo en la secuencia principal. Había empezado a hincharse, a convertirse en un gigante rojo. En el momento presente su luminosidad total iguala a 280 Soles y esto está lenta e inexorablemente creciendo.
Para entender la situación en Ishtar, imaginémonos a su sol, Bel, como estacionario, con Anu y Ea en revolución alrededor suyo. Es innecesario decir que en realidad las tres estrellas se mueven alrededor de un centro común de masa, pero dada su configuración cambiante, sólo las matemáticas pueden llegar a describir esto acertadamente. (Ver Apéndice A.) Un diagrama con Bel como centro es válido geométricamente, a primera vista, pero falso dinámicamente.