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En este diagrama, Anu se mueve alrededor de Bel en una gran elipse. En su distancia máxima, a unas 224 unidades astronómicas, es escasamente mayor que la de la estrella más brillante de los cielos de Ishtar. En su aproximación más cercana, llega a una distancia de 40 unidades astronómicas de Bel, es decir entre 39 y 41 de Ishtar, dependiendo de la posición planetaria. El período orbital es de 1.041 años terrestres. En consecuencia, cada milenio la gigante roja se aproxima.

La ruta de Ea es todavía más majestuosa y excéntrica. Está siempre demasiado lejana para tener un efecto directo mesurable, aunque tiene una gran influencia en toda la mitología ishtariana conocida. Y es interesante por derecho propio, por el único planeta que posee, un superjoviano…

En la época presente, que para propósitos prácticos abarca millones de años pasados y futuros, Anu en periastro con respecto a Bel añade aproximadamente el 20 % a la irradiación que Ishtar recibe normalmente. Esto corresponde a un incremento de 11°C en la temperatura de cuerpo negro.

Los cálculos teóricos deben ser usados con cuidado. Un planeta, especialmente si tiene atmósfera e hidrosfera, no es un cuerpo negro. Por ejemplo, el calor causará la formación de nubes del agua evaporada, las cuales reflejarán más radiación que en un principio; pero mientras tanto el efecto invernadero operará más fuertemente cuanto más vapor de agua penetre en la atmósfera. Y entonces entran en juego las diferentes, aunque siempre grandes, inercias térmicas de las varias regiones…

Ya que el paso de periastro es necesariamente rápido, el tiempo durante el cual Anu es importante con respecto a Ishtar está arbitrariamente estimado en un siglo. A medida que se aproxima, hay en principio un resultado casi nulo a excepción de su incremento de tamaño y brillo. Se necesita tiempo para calentar a todo un planeta. Las tormentas, sequías y desastres similares no son grandes hasta el período de máxima aproximación de Anu. Desde entonces, mientras la gigante roja retrocede, las cosas van progresivamente empeorando, al igual que ocurre con el tiempo más caluroso de un año ordinario, que llega después del solsticio de verano y puede durar hasta después del equinoccio otoñal.

Y, un siglo de cada diez, la Naturaleza en Ishtar está en confusión…

No teniendo una gran Luna, el planeta tiene una precesión lenta. A través de la era geológica pasada, las inclinaciones de las órbitas y los ejes de rotación han hecho que el hemisferio norte de Ishtar lleve el peso de la maldición. Si el periastro ocurre en pleno invierno, Anu estará a ca.26 ° del polo norte celeste; si ocurre en pleno verano, a ca.28 °. Esto significa que esas colatitudes tienen la máxima exposición. Sus temperaturas se elevan mucho sobre la «teórica», con todo lo que ello implica. En sus antípodas, un tercio del globo nunca ve a Anu en ese tiempo, no hasta que se aleja. Aunque la estrella de paso es la responsable de la falta de casquetes polares, el continente antártico sigue desértico. Nosotros desearíamos una distribución más razonable de energía; pero el universo nunca ha mostrado mucho interés en ser razonable…»

El libro cayó sobre sus rodillas. Se levantó meramente para meterse en la cama.

V

La guarnición de tassui que había quedado en Tarhana, no se rendiría al asedio y antes de arrancar las hojas de sus melenas y afeitar el césped de sus pellejos para comer, y aún después de eso, no se rendirían hasta haber quemado la fuerza que la última escasa ración de comida les diera. Muchos intentarían elevar todavía el hacha o la pica cuando los legionarios rompieran las puertas indefensas. Sabiendo esto, un regimiento de la Zera Vitrix se dirigía al norte con máquinas para la demolición de los muros: balistas, trabuquetes y arietes-testudo.

Larreka no hubiera ordenado eso, pensó con alegría Arnanak. Es demasiado sabio. Pero Larreka había ido al Sur Sobre el Mar. Su vicecomandante, Wolua, era menos paciente, menos capaz para prever las posibles contramaniobras. Arnanak había esperado que sus enemigos trataran de recuperar la ciudad rápidamente y, en consecuencia, tenía planes al respecto. Cuando estuvo seguro, partieron sus correos; los tambores difundieron el mensaje a través de los desfiladeros. Y en donde no podían ser vistas por extraños, las señales de humo se alzaban de día y los fuegos brillaban de noche.

Wolua no estaba loco. Lo que le ocurría era que dos o trescientos años de servicio habían influido en sus pensamientos, estrechando sus conceptos y primándolos de imaginación. Todo lo contrario de lo que le había sucedido a Larreka. Como conducía su fuerza carretera arriba, mantenía escondido un numeroso grupo de exploradores a cada lado de los Essali. Los tassui no tenían nada para evitar la acción de aquellos grupos, que habían sido seleccionados y entrenados por su ligereza, adiestrados en la lectura de mapas y el uso de compases, equipados con telescopios, heliógrafos portátiles, botellas de humo azul que no se encontraban en Valennen; incluso tenían transmisores mágicos humanos en manos de unos pocos oficiales clave. Los exploradores no impedían solamente que un adversario sorprendiera al cuerpo principal; encontraban y mataban a las fuerzas hostiles, para mantenerlos dentro de sus límites.

O así había sido hasta no hacía mucho. Arnanak tenía algo con qué responder.

Pequeños, sigilosos, sus dauri eran difíciles de ver, y si los veían, creerían que eran animales. Si un legionario los avistaba y sabía algo de folklore tassui, quizá pensaría: ¡Sagrado Sol!, esas historias pueden ser verdad. Puede que haya espectros en las Starklnads, que desciendan a veces… Sí, ¿no dice la leyenda que vendrán en gran número como heraldos de la destrucción milenaria?

Arnanak no entendía muy bien los silbidos y gorjeos que constituían la lengua de los dauri. Y no podían moverse tan rápidamente como un legionario entrenado. Pero le decían lo que él necesitaba saber. Conocía el número y la composición de las fuerzas de Port Rua. Sabía, día a día, donde estaban, y sobre esto podía trazar su plan de batalla.

Estaba de pie esperando la llamada de carga. A su lado se encontraba Kusarat, el Caudillo de Sekrusa. Las noticias de la invasión de Tarhanna habían decidido a aquel poderoso y poco definido jefe, y al fin había llegado a la cabeza de trescientos juramentados. Se les dio la bienvenida, tanto por su ejemplo como por su fuerza. Arnanak estaba dispuesto a otorgar a su líder cualquier signo honorífico, pretendiendo mostrar que ambos eran iguales. El Caudillo de Ulu comprendía que aún tardaría muchos años en reunir bajo su mando a todos los señoríos y conseguir que ellos estuvieran de acuerdo en considerarle verdaderamente el Señor de Valennen del Sur.

—¿Cómo planeaste esto? —preguntó Kusarat.

—Saqué a la mitad de mis tropas de las colinas como si nosotros fuéramos ciegamente en busca de la lucha o el botín —contestó Arnanak—. Como había esperado, los legionarios se lanzaron campo a traviesa con la idea de sorprendernos y matarnos, dada su mayor fuerza. Nosotros, preparados para esto, nos retiramos en perfecto orden, haciéndoles salir a campo abierto. Mientras tanto, la otra mitad de mis machos, oculta al otro lado de la colina, apareció.

—¿Cómo pudieron mantenerse ocultos de los malditos exploradores? Tenían que haber muchos precediendo a los legionarios.

—Sí. Pero los dauri nos ayudaron a saber dónde estaba el mayor número de exploradores y su campo de acción. Por tanto, podíamos desviarnos cuando fuera necesario.

—Dauri. —Kusarat hizo una mueca y trazó un signo.

—La información me llegó hace un rato —prosiguió Arnanak para darle ánimos—. El enemigo dejó unos cuantos soldados vigilando sus máquinas de guerra en la carretera. No tenían idea de que a través de los dauri yo podía informar de esta situación a los guerreros de Tarhanna. Nuestras tropas se han dirigido allí y matado a los vigilantes. Están llevando las máquinas a la ciudad.