Выбрать главу

»Visité con frecuencia aquel lugar. La mayor parte de las veces nadie se reunía conmigo, pero ahora y entonces yo encontraba un pequeño regalo de aquellos seres. No usaban metal, y me dieron herramientas de piedra, inútiles para mi tamaño y mi mano, pero finamente confeccionadas y quizá de buena suerte. Por mi parte, los guiaba, recuerda que no vivían allí; sólo venían al sur cruzando las Colinas de la Desolación y a lo largo del Muro del Mundo en cortos viajes, y les ayudaba a cazar el alimento que a mí no podía nutrirme y les daba huesos de mis capturas mayores para convertirlas en herramientas. Creo que era lo único que buscaban. Los animales de las Starklands son enanos, como aprendí más tarde.

»Mientras tanto yo había empezado a cortejar una hembra. Y, tontamente, le confié mi camaradería con los dauri. Menos audaz de lo que yo suponía, se alejó de mí aterrorizada. Pronto, dos de sus hermanos me buscaron y me acusaron de haber lanzado un hechizo contra ella. El odio crea odio, pero los padres de ambos bandos se afanaron en poner coto a la disputa. Me he preguntado desde entonces si no será esta la verdadera razón del control absoluto que tienen sobre los jóvenes hasta que éstos cumplen los sesenta y cuatro años. No por derechos, no por nacimiento, no por orden de los dioses, sino porque esta regla impide que muchos jóvenes mueran.

»Sin embargo, mi padre se dio cuenta de que lo mejor era dejarme partir. Y me marché. Durante los siguientes cien años, encontré mejores cosas que hacer que correr por el monte Fang con los dauri. Fui cazador, y llevaba mis pieles a Tarhanna para venderlas. Cuando oí que los extranjeros pagaban bien la madera de fénix, me convertí en leñador. Llevaba los troncos por río hasta Port Rua, y así conocí esa ciudad. Lo que los soldados, marineros y mercaderes me dijeron sobre el Sur Sobre el Mar me encendió y me embarqué.

»Primero fui bucanero. Era un pobre negocio por aquel entonces. No nos atrevíamos a atacar ninguna isla que estuviera guarnecida, y casi todas lo estaban. Pronto me embarqué como mozo de carga en un mercante sehalano.

»Recorrí las tierras de la Asociación. Tomando todo trabajo que se me ofrecía, hasta que me uní a la Legión. Me gustaba, pero cuando mi octada terminó, no me reenganché. Había estado desarrollando mi mente. Fui a Sehala y allí viví de mis ahorros mientras leía libros. Había aprendido a leer; no es un arte de brujos como puedas pensar, y ayuda a hacer sabia a la gente.

»Entenderás. Año tras año el Incinerador era más brillante.

»Crecían los problemas en Sehala. Las civilizaciones siempre habían tenido inundaciones, hambrunas, tormentas, invasiones de los salvajes pertenecientes a países arruinados. Sin embargo, tenían esperanza. En los últimos dos ciclos, los legionarios habían salvado algo, más en el segundo que en el primero. Sí, varias legiones eran tan viejas, la Zera entre ellas. Habían sobrevivido a naciones, y aportaban a las nuevas una gran ayuda en su nacimiento y desarrollo. Más aún, los humanos habían llegado, esos extranjeros de los cuales habrás oído rumores.

»Sí, he encontrado humanos, aunque no he hablado con ellos. Pero… otra noche, Kusarat. Me has preguntado sobre mis relaciones con los dauri…

»Los archivos de las Legiones mostraban que la Estrella Cruel estaría directamente encima de Valennen. En el pasado, la mayoría de valennos, que en propiedad no pueden llamarse tassui, habían perecido. Pero mostraban también que en el pasado, antes de que se fundaran las Legiones, algunos norteños invadieron partes del Mar Fiero y Beronnen. Hoy en día, sus descendientes son parte de la civilización, pero vivieron durante el Tiempo de Fuego. ¡Vivieron!

»Pensé: si la Asociación conserva este poder, sería imposible una invasión ahora, y la mayoría de mi pueblo perecerá. Me preocupaba por ellos todavía. Las disputas que había tenido, las consideraba como disputas de amor.

»Y pensé: Pero los asociados estarán muy debilitados, si mientras tanto Valennen es fortalecida, unida, sabiamente mandada. ¿Lo ves? Y antes de que lo digas, lo diré yo. Sí, desde luego, quiero ser el que trace completo el próximo círculo. Quiero que los humanos vengan a mí, mientras yo viva, no a Sehala, y negocien conmigo. Y cuando esté muerto, quiero que mi memoria permanezca, que mi cráneo sea pieza de oráculo, hasta el siguiente Tiempo de Fuego y más allá. No es más que la paga de un soldado por salvar a todo un pueblo.

»Por estas razones regresé a casa.

»Ya has oído el resto: Cómo despejé de estorbos la nueva tierra de Ulu; cómo la hice rica y poderosa con el comercio con la Asociación, y la reocupación de los territorios que los asociados abandonaban; cómo las familias que sabían que vendrían tiempos peores me dieron su juramento a cambio de tierra y liderazgo, aprendieron de mí cómo luchar con la cabeza además de con las manos. Son los huesos de mi fuerza.

—Pero el espíritu…

—Kusarat, te hablaré francamente. Me he confiado a ti porque eres un Caudillo importante. Por tanto puedo hablar contigo con más franqueza que con cualquier otro. No eres un don nadie atrasado que se traga cualquier historia que las viejas escupan sobre los dioses. Vi que mis tassui no eran bastantes para salvarse a sí mismos…

»Volví a ver a mis dauri.

»Larga fue la búsqueda. Tuve que hacer muchos viajes, más de los que el Portador de Tormentas ha hecho. Sabes que las Starklands son secas, más que nuestras tierras, y sabes que, mientras el calor nos mata, a ellos les hace avanzar. Así, por fin, encontré a un dauri. Hablamos como pudimos. Más tarde encontré a más dauri y hablamos más aún.

»No sé si el que salvé estaba entre ellos, ni si habían oído la historia. Intenté encontrarlo, y fallé. Todo lo que tenía era un ligero dominio de su lengua y un conocimiento de sus caminos, para mostrar que había sido amigo suyo. Trabajé duramente para hacerles entender esto.

»Porque… en el Tiempo de Fuego no sólo son los mortales los que buscan todas las alianzas que pueden conseguir.

»Ellos desconfían de nosotros. Y, francamente, otra vez un trato demasiado íntimo haría que mis seguidores no desconfiaran lo bastante de ellos. Necesitaba una marca, una cosa, que pudiera portar para conservar su favor, principalmente, mientras ellos estaban lejos de los tassui. No podía hacerles entender esto, ellos son completamente distintos de nosotros; o si me entendieron, quizás no supieron que podía servir. Después de todo, yo ignoraba lo que sería indicado allí. Una marca de piedra o hueso no parecía aceptable, ya que yo mismo podía proporcionarme algo similar.

»El resultado final fue que me enviaron a sus tierras.

»Ya has oído lo que siguió. Has oído que volví con la piel y los huesos, y que tardé un año en recuperar mi salud. Pero no has oído nada del tiempo en que estuve allí. En realidad, pasé tres años investigando. Primero los dauri tomaron alimentos adecuados para mí, los depositaron a lo largo de la ruta. En las Starklands no habría raíz ni bestia que yo pudiera comer. Calcularon mal y casi me muero de hambre. Habían preparado demasiado poco. También estuve a punto de morir de sed. No es un desierto, pero necesitan menos agua que nosotros.

»Finalmente llegamos a ciertas ruinas. Me volví medio loco entre ellas, hasta que un dauri me mostró la Cosa que está llena de desconocidas estrellas. Me la entregaron y volví a casa. Algunos de ellos me acompañaron.

»Desde entonces, los dauri y yo hemos estado unidos. Tenemos secretos que no puedo revelar. Pero su voluntad hacia mí es buena, como lo es la mía hacia ellos; y mi voluntad hacia ti es buena. Ayudarán a mis amigos, y dañarán a mis enemigos. Esto es todo. Yo he hablado, y tú entenderás.»

Más tarde, cuando se disponía a dormir, Arnanak pensó: Bastante le he dicho a él. Los humanos seguramente pagarían bien por escuchar más. Lo que yo puedo decirles sobre los dauri vale su abandono de la Asociación.