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—Estúpido, diría yo. ¿No crees? Estúpido como cualquier guerra.

—Puede que no.

—Bien, si su presencia garantiza los suministros que necesitamos, para tu clase de trabajo en particular, les estaré agradecida. Pero no, lo que ocurrirá es que la guerra necesitará todo el transporte del que se disponga, y aun más. El Capitán Cómo-se-llame lo confirmó hoy, ¿no? No tendrías ese aspecto si no hubiera sido así.

Sparling dio muestras de asentimiento.

Jill estudió su semblante antes de continuar:

—Las noticias eran todavía peores, ¿no?

—Exacto. Quieren construir una base aquí. Para operaciones de reconocimiento. Lo que significa depósitos, apoyos fáciles y una industria de guerra local para ahorrar en transporte interestelar. Dejerine tiene órdenes de movilizar a todo aquel que no sea necesario para nuestra supervivencia. Efectiva e inmediatamente, tendremos que justificar todo gasto de nuestra producción que no vaya a los almacenes de la Armada.

Jill se detuvo. El también.

—Oh, no —susurró ella.

El permitió que un gesto de sus hombros expresara todo su sentimiento de fracaso. Ella cogió sus manos.

—¿Tu planta de cemento? —preguntó—. ¿No puedes seguir haciendo cemento para tus presas?

—Exacto. Será requisado para la base.

—¿No podrías explicárselo?

—Lo hemos intentado. Hemos defendido cada uno de nuestros proyectos. Yo apunté que las inundaciones por la fusión de los casquetes polares ha sido uno de los mayores factores de aniquilamiento de la civilización en Beronnen del Sur. Y que si podíamos evitarlas este periastro, entonces podríamos esperar… ¡Infierno! ¿Por qué te lo estoy explicando? Dejerine preguntó cuándo empezarían las inundaciones. Le di nuestra estimación. El seguramente comprobará mis archivos. Y dijo que, en cinco años, seguramente se habría acabado la guerra y podríamos desarrollar nuestros proyectos como antes.

—¿Quieres decir que no ha oído hablar del tiempo de demora? ¿Cree que puedes construir una serie de presas en un país accidentado, con trabajo nativo y una mísera maquinaria, frotando una lámpara?

Sparling hizo una mueca.

—El y sus compañeros no eran antipáticos. No son malvados, ni estúpidos. Dijeron que tenemos libertad para protestar y apelar a la Tierra, y que ellos no argumentarían necesariamente contra nosotros. Eso dependerá de lo que decidan después de revisar los asuntos que les competen. Mientras tanto, tienen sus órdenes —aspiró una bocanada de aire—; Dios sabe quién les preguntó acerca del apoyo militar a la Asociación. Dejerine dijo que no la apoyaría. Le ha sido específica y especialmente indicado que han de quedar al margen de las disputas locales. Eso también nos incluye a nosotros, dijo. No debemos arriesgar equipo que pueda ser valioso para el esfuerzo de guerra, ni arriesgar su eficacia, que debe ser totalmente empleada en sus tareas. Además, una comisión parlamentaria ha declarado que nuestra «pasada interferencia» debía ser investigada, ya que podría tacharse de «imperialismo cultural».

Jill se asombró.

—Judas… arribistas…

—No estoy demasiado sorprendido —admitió Sparling—. Cuando fui a la Tierra el año pasado, la última moda intelectual era defender el desarrollo natural de los no humanos.

—Excepto que los no humanos sean naqsans de Mundomar, naturalmente.

—Naturalmente. Entonces, no me preocupé por Ishtar, ya que en la refutación de esa tendencia podían usarse argumentos demasiado evidentes: Si nosotros no procuramos que la civilización sobreviva, millones de seres pensantes morirían. Pero ahora…

Sparling se interrumpió. Jill acabó la frase por él.

—Ahora que tienen que racionalizar el hecho de que ellos permiten que esto ocurra, lo mejor es que prosigan su propia guerra doméstica. Una doctrina de no injerencia debe de ser un magnífico lubricante para la conciencia. ¿No te has preguntado por qué no he querido nunca visitar la Tierra?

—Hey, no juzgues a naciones enteras por sus políticos de una época. Creía, simplemente, que no te sentías inclinada a hacer un viaje tan largo para ver un montón de edificios y multitudes, teniendo tantas maravillas aquí. Pero incluso eso es incierto. Todavía hay áreas bellas en la Tierra.

—Ya me lo dijiste. —Jill golpeó su puño contra su palma—. Ian, ¿qué podemos hacer?

—Intentar que esas órdenes sean retiradas —suspiró.

—O encontrar huecos en ellas.

—Si es posible. Creo que lo primero que deberíamos hacer es tener a los hombres de la Marina a nuestro lado. Hacerles estar de acuerdo con que la Asociación tiene más importancia que una base menor fuera del teatro de guerra. Sus palabras tendrán más peso en Ciudad de México que cualquier argumento que nosotros pudiéramos esgrimir. Repito, Dejerine y su equipo me parecen personas decentes y razonables. Apoyan la guerra, pero eso no significa que sean fanáticos.

—¿Tienes planeada una gran visita turística para ellos?

—No todavía. Voy a Sehala mañana, para decir a la asamblea que… cualquier ayuda que fuéramos a prestarles, deberá esperar. No será fácil.

—No —dijo Jill en tono bajo—. Desearía que no tuvieras que hacerlo, Ian. Tú empatizas con ellos más que cualquier otro humano, y Dios sabe lo que ellos piensan de tu posición. Pero desearía que no recayera en ti esta tarea.

El la miró. ¿Se preocupa tanto por mí?

Volviéndose pensativa, ella prosiguió:

—Supón que, mientras tanto, intento persuadir a esos terrestres. Bueno, no persuadir, eso no puede hacerse en una noche, sino exponerles nuestro caso, los hechos. No tengo ningún hacha profesional que blandir; una naturalista puede continuar su investigación sin que estos cambios le afecten. Pero tengo un hermano de uniforme. Así que deberían escucharme. Seré educada, sí, y parcamente cordial. ¿Crees que eso podría ayudar, Ian?

—¡Podría!

A la vez pensó: No creo que la idea haya pasado por su mente. No tiene noción consciente de cómo flirtear. Eso le impulsó a andar, mientras se forzaba a admitir que para ella era un amigo, sólo un amigo.

—De acuerdo —dijo ella—, no estamos muertos. No carecemos de ideas. —Y seriamente añadió—: Cuando veas a Larreka en Sehala, dile de mi parte, «Yaago harao!».

—¿Qué?

—¿No lo sabes?… Bueno, no es sehalano. Es un dialecto de las islas Iren, donde estaba estacionada la Zera décadas atrás —dudó—. Algo equivalente a «No he empezado a luchar todavía». Si Larreka lo oye, se sentirá mejor.

—¿Algo equivalente? ¿Cuál es la traducción literal?

—Soy una señora. No te lo diré hasta que necesite práctica en ruborizarme… o la necesites tú.

Permanecieron en silencio durante un momento, con las manos cogidas.

—Un atardecer demasiado hermoso para hacer algo más que contemplarlo —dijo ella, mirando al río. La luz en las nubes y el agua ponía reflejos dorados sobre ella—. ¿Tiene la Tierra realmente lugares como este?

—Unos cuantos.

—¿Tu tierra?

—No, es diferente. Bosques, montañas, mar, clima húmedo…

—¡Tonto! Sé que eres de la Columbia británica. Me has confirmado lo que ya sabía, que tienes una mente tan literal como un computador. Si dijera «sapo», no te limitarías simplemente a saltar, harías todos los esfuerzos por ponerte verde.

El sonrió.

—Ve a la Tierra y encuentra un sapo. Bésalo y conviértelo en un hermoso príncipe. Entonces te apenarás. Verás que la conservación de la masa requerirá que tú te conviertas en sapo.

¿Se daba ella cuenta de que le había llamado viejo y pelmazo? Ella habló con renovada seriedad:

—Seguro que han reservado enclaves de naturaleza en la Tierra, y tú tuviste la suerte de crecer en uno de ellos. Pero, ¿no fue tu verdadera suerte venir aquí? ¿No eres feliz en donde estamos? La Libertad… —Abruptamente apuntó en una dirección—. ¡Mira! ¡Mira! ¡Un bipen!