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Jill hizo una pausa para tomar aire. —Puedo apreciar las ventajas de eso —dijo Dejerine lentamente.

—¿Lo sabía ya?

—Lo había leído, sí. Sin embargo, me gusta oírlo de nuevo en un contexto más amplio.

—Ahora llegaremos a eso, espero. —Con una excitación que nunca antes había sentido, Jill continuó—. Estas ventajas van más allá de lo obvio. Mire, una simbiosis como ésta no es meramente una ayuda directa. Libera genes.

Observando su desconcierto, prosiguió:

—Bien, piense, genes, que la vida ishtariana también tiene, genes para almacenar información. Su capacidad de almacenamiento es muy grande, pero no infinita. Imagine un conjunto de ellos que gobierna alguna función metabólica. Ahora imagine que esa función es asumida por sus amigables vecinos simbiontes. Los genes no serían necesarios para esto nunca más. Pueden pasar a nuevas líneas de trabajo. La mutación y la selección dependerán de lo que ellas hagan. El grado de mutación es probablemente más alto entre los theroides ishtarianos que entre los mamíferos terrestres, ya que la temperatura corporal también lo es. El problema en Ishtar es con más frecuencia mantener el frío que mantener el calor; y los theroides lo solventan parcialmente a través de sus plantas, mediante química endotérmica más que transpiración, y parcialmente por el estado de calor natural de ellos mismos… Estoy divagando demasiado sobre el mismo punto, ¿verdad? Bueno, la Naturaleza también lo hace. Lo que intento dejar claro es que los ishtarianos tienen ventajas sobre nosotros, incluyendo una historia de evolución más larga como animales homeotermos. Ellos pueden no haber alcanzado su nivel de inteligencia presente tan tempranamente como los humanos… Aunque Dios sabe cuando fue eso. Pero lo han hecho más gradualmente. Esta es una de las razones por las que los duendes están todavía por aquí. Y la historia lo demuestra.

Dejerine frunció el ceño.

—¿En sus cerebros, quiere decir? —preguntó.

Jill asintió. Sus cabellos pendularon sobre sus hombros.

—Sistemas nerviosos como un todo —dijo—. El hombre está mucho peor construido, usted lo sabe. Se ha dicho que nosotros tenemos tres cerebros, uno encima de otro. El primer vástago es el cerebro reptiliano, después el cerebelo mamífero y, por último, la superdesarrollada corteza cerebral. No trabajan juntos en una completa armonía, de aquí los asesinatos y las revueltas. El ishtariano tiene más unidad en su cabeza. Puede verlo si efectúa una disección. La locura parece ser desconocida, literalmente no existe, a menos de que se considere como tal la demencia debida a un masivo deterioro físico. Ni la enfermedad. Los ishtarianos sólo tienen pequeñas y preciadas enfermedades, que tratan de estudiar todos los curadores especializados que se dedican a eso. Y en cuanto a las neurosis… Eso está por definir, ¿no? Sólo diré que nunca he conocido a un ishtariano que tuviera un tic nervioso. Y he de decir que, por muy poderosos y extraños que podamos ser, no hemos producido ningún shock cultural aquí. Nos respetan, aceptan de nosotros las cosas e ideas que encuentran útiles, pero integrándolas con las viejas costumbres.

Se apoyó contra el tronco en donde estaba Dejerine, sorbió un poco de café, tomó un mordisco de su emparedado de jamón. Había hecho la mermelada en casa, mitad fresas, mitad newton nativo. Se sintió complacida cuando el terrestre repitió.

—M-m-m, sin duda la superioridad fisiológica cuenta para la longevidad de los ishtarianos. De trescientos a quinientos años, ¿no es cierto? Jill asintió.

—Creo que ha sido otro de los factores que ha contribuido a su superioridad. En la Tierra, generaciones de vida corta significa turnos genéticos rápidos, evolución rápida. Esto debería ser una ventaja para las especies. Me inclino a creer en la teoría que dice que estamos programados para empezar seriamente a envejecer a una edad temprana como son los cuarenta años por esta exacta razón. Pero Ishtar sufre del acercamiento de Anu cada mil años. Los efectos son poderosos durante sólo un siglo. La longevidad probablemente ayuda a conservar las adaptaciones al ciclo, y por tanto ayuda a la supervivencia de las especies.

—Una fría conclusión.

—¿Oh? No me dé la lata.

Jill pensó durante un momento. De acuerdo, seamos francos con él. Necesitamos su… empatia… más que su comprensión intelectual.

—Bien, es inútil negarlo, a todo el mundo le gustaría vivir esa cantidad de años saludablemente. Pero ya que no podemos, es inútil llorar. Los ishtarianos tienen un castigo. Cada dos generaciones. Y no emiten ni un gemido. El quedó silencioso durante un rato, con la mirada perdida en la lejanía, antes de murmurar:

—Debe tener curiosos efectos sobre los de Primavera. El mismo centauro que fue el amigo de su abuelo lo es suyo, y lo será de sus hijos… Pero antes de que creciera era su maestro, su protector, probablemente su ídolo. Perdóneme; no deseo ser impertinente; pero estoy interesado en saber si mis suposiciones son correctas, si para algunos de los residentes a largo plazo, algunos autóctonos son figuras paternales.

¡Por Darwin, es un bastardo sorprendente! Su mirada volvió a posarse sobre ella. Se había dado cuenta de que había tocado un punto sensible. ¿Por qué negar lo que podría saber interrogando a cualquier persona del pueblo?

—Sí, supongo. Quizás yo sea un ejemplo. Larreka, el comandante de la Zera Victrix… siempre hemos estado muy próximos. Me atrevería a decir que he absorbido un buen número de actitudes de él. —Impulsivamente, continuó—. Me comprendió en una mala experiencia de una forma como nadie más en el universo hubiera podido hacerlo.

—Oh —Dejerine preguntó causadamente—. ¿Desea hablar sobre ello?

Jill sacudió su cabeza. ¿Por qué voy a confiar en él? ¿Es el enemigo, no?

—No, no me gustaría, por ahora.

—Lo entiendo —dijo gentilmente.

Ella recordó…

Los animales no voladores grandes son raros en Ishtar. Cada mil años, el alimento es escaso en la mayoría de regiones. Beronnen central y del sur podía mantener algunos, como los leones árbol y los casi elefantinos valwas. Pero al norte, el continente se convierte en una serie de secas sabanas conocidas como Delag. Allí la caza menor abunda, entre los pasos de Anu. Al menos cincuenta clases de azar, por ejemplo, varias de ellas bastante grandes. Las bestias que matan para comer son del tamaño de un perro, o menores, aunque con poderosas mandíbulas capaces de devorar rápidamente. Van en manadas. La población sophont es escasa, apenas unos cuantos pastores que no cazan demasiado. Aquí y allí se levantan ciclópeas ruinas en el interminable mar de lías amarillas, y se cree que la civilización se inició allí.

La construcción que reúne todas esas paradojas es el sarcófago.

En su onceavo cumpleaños, lo que en la Tierra hubiera sido unos pocos meses después del doceavo, Jill se unió a la partida de Larreka en un viaje a los Dalag. Aprovechando la excursión, el comandante planeaba estudiar las situaciones posibles para la construcción de fortalezas contra las incursiones bárbaras, que se producirían cuando el sol rojo llegara. Un humano adulto iba también, Ellen Evaldsen, la joven y querida tía de Jill, una planetóloga que quería estudiar las formaciones rocosas además de aventurarse en nuevos horizontes.

Marcharon felizmente. A menudo la chica cabalgaba sobre Larreka o sobre un amigo suyo. Y en campamentos alumbrados por el fuego, por las estrellas, por la luna, u ominosamente por Anu, la mujer contaba historias de la Tierra hasta que Jill no podía distinguir cuál de los dos sitios era más maravilloso. Entonces alcanzaron los Dalag, y tenían una grandiosidad mayor de la que se podía explicar con palabras.