Выбрать главу

La asamblea estaba en decadencia desde su última reunión, diez años antes. Ya entonces la discusión había derivado en torno a la cantidad de territorio que la civilización podría mantener, contando con la ayuda humana cuya forma exacta todavía tenía que ser determinada. Desde entonces, las legiones se habían retirado de numerosas islas. Las circunstancias las habían forzado, las circunstancias continuaban forzándolas, pero de eso a ceder todo un continente como Valennen había un paso de considerable magnitud.

Al entrar con Larreka, Sparling vio que el orador era Jerassa. Lo conocía bien: un macho local, escogido por su inteligencia, flexibilidad y sofisticación. Había pasado bastante tiempo en Primavera, había hecho muchos amigos humanos y aprendido lo que le querían enseñar. En la vida diaria estaba entre los escolares y cronistas de la Torre de los Libros que la legión Afella Indomable patrocinaba para su propio honor. Pero en su aspecto no había nada polvoriento o descuidado. Era todo un dandy. Además de los entomoides selek que vivían en su melena, cultivaba orekas de alas multicolores. Formaban un halo precioso en su cabeza cuando hablaba.

—…en ciclos precedentes, estoy de acuerdo en que debiéramos haber dejado un destacamento en Valennen, y actualmente quizás incrementar nuestras tropas allí, si el comandante Larreka está en lo cierto y hay un líder que está unificando a los pueblos salvajes con propósitos que van más allá de la mera pillería. Sí, debiéramos haber mantenido cerradas las puertas, tanto como nos fuera posible, a una migración que nosotros creemos que ayudó a hundir las desarrolladas culturas anteriores.

»Pero nuestra oportunidad ha pasado. Para ayudarnos, hemos tenido poderosos aliados. Y esperábamos que, gracias a las legiones y a nuestros bien surtidos almacenes de alimento, la civilización podría sobrevivir, tener su continuidad, en algunos países. Pero entonces llegaron los humanos. Ahora tenemos esperanza, sí, esperamos que la Asociación pueda sobrevivir sin daño, en amplias zonas.»Lo que los humanos pueden hacer por nosotros es limitado. Ya nos han explicado que no cuentan con demasiado apoyo por parte de su mundo nativo. Y lo más importante, son pocos; y sólo ellos pueden manejar ciertos aparatos, o planear su mejor uso. Todavía, un solo avión armado de los suyos es más poderoso que una legión, contra una horda bárbara.

»Por tanto creo que Valennen no vale eso. Podemos volver a nuestras conveniencias. Mientras tanto, ¿qué habremos perdido? Artículos de lujo como pieles; pesquerías, que el Merodeador haría inaprovechables de todas formas; y, seguro, minerales y materias como el fénix. Pero podemos prescindir de ellos. Además, después de que los valennos se hayan destrozado a sí mismos contra la línea de defensa que, con ayuda humana, podemos mantener, predigo que estarán desesperadamente ansiosos de comerciar con nosotros.

»Creo que nuestra gente tiene mejores cosas que hacer, y más cercanas. El papel de las legiones en este tiempo de caos es más civil que militar, más de ingeniería que de lucha. No mandemos a una segunda legión a unirse a la Zera Victrix en Port Rua; pidámosle a la Zera que vuelva. Las necesitamos aquí, no allí.

Jerassa había visto a Sparling y Larreka, que permanecían en la entrada. Debió adaptar su discurso a esa circunstancia inmediatamente, ya que finalizó:

«Habéis oído ya mis razonamientos. Aquí está un parlamentario de los humanos. ¿Es vuestra voluntad que sea él el próximo que se dirija a vosotros?»

—Sí —se oyó de los cien que estaban en el suelo, mientras un murmullo crecía entre los mirones de arriba. Jerassa bajó del sitial. Owazzi la Presidente dijo:

—Bienvenido, Ian Sparling. ¿Es tu deseo dirigirte a nosotros?

No, pensó el hombre. Y tú eres la razón principal, vieja muchacha. Tú estás entre la media docena de personas a las que no querría dañar jamás.

—Sí —dijo, avanzando.

Owazzi y él se palmearon los hombros. Los de ella eran terriblemente frágiles. Era anciana incluso en Ishtar, pero las noticias de los últimos años la habían hecho envejecer aún más. Aquello significaba que su fin estaba próximo, y ella lo sabía. Pero, como si una hipotética deidad quisiera ofrecer alguna reparación por los desmanes de Anu, la raza de Owazzi no sufría la lenta decadencia de la vejez, que podría tener una duración semejante a la mitad de una vida humana, ni el horror de la senectud. Ella le miró con sus ojos claros, volviendo hacia él su rostro delgado, pero sin arrugas. Su pellejo continuaba siendo de color verde tostado, su melena dorada tenía reflejos de un rojo juvenil.

—¿Sabes lo que ha pasado aquí? —preguntó ella.

—Un poco. Sería mejor que me lo contaras —dijo, para ganar tiempo.

Ella se lanzó a un apresurado resumen de lo ocurrido desde que la asamblea había sido convocada. Era parte de su trabajo. Aunque su función original era la de recitadora de la Ley y estaba obligada a conocer todos los códigos de la Asociación, aunque esto no era tan importante, desde que los documentos escritos se divulgaban. Una excelente memoria y habilidad para captar lo fundamental de los parlamentos, eran esenciales para la persona que presidía aquellos encuentros. Ella lo había hecho durante trescientos años, y nadie había sugerido que se retirara.

Sparling estaba medio escuchando, medio intentando hilvanar las palabras que debería pronunciar. Su problema no era poner una verdad en palabras sencillas; era impulsar a los oyentes hacia una decisión y unas acciones que pudieran facilitar el futuro próximo. ¿Pero qué decisiones? No podía estar seguro. ¿Qué acciones? Aquello no era estrictamente un parlamento. Su único poder era moral.

He pasado veinte años en Ishtar, y me he convertido en xenólogo para saber mejor que podía hacer como ingeniero. Pero muchos de mis estudios fueron realizados en países lejanos. Y en cualquier caso, nunca me ha gustado intervenir en la política local. Mi actuación política ha sido siempre ir a la Tierra y conseguir permisos y fondos. Siempre he creído que la Asamblea no es un Imperio, ni una federación, ni un asentamiento aliado. No. La realidad es que, entre ellos existen algunos individuos con una cierta sabiduría. Pero el resto es diferente. ¿En qué coinciden estos delegados? ¡Dios, si algunos de ellos no son ni delegados! Y oyó el relato de lo que había pasado como si fuera un recién llegado a Ishtar.

La Civilización de Beronnen del Sur no perecería cuando Anu estuviera cerca. La gente había construido criptas, fortalezas en donde se preservaban libros e instrumentos; y tenían unas cuantas legiones. La longevidad ayudaba también. Un joven ishtariano podía estudiar con un maestro, estar en el centro de su vida cuando las catástrofes empezaran y sobrevivir para enseñar en el siguiente ciclo. También eso podía ser un factor de la creatividad. Ya que les otorgaba un largo período de plenitud.

La civilización podía así reconstruirse y entonces expandirse vigorosamente, explorando, comerciando, colonizando. Eso significaba que los guardianes eran necesarios. Los ishtarianos podían tener menos violencia innata, menores apetencias y, en general, menos irracionalidad que el hombre; pero eran igualmente capaces de apreciar que el robo es más divertido y provechoso que la labor honesta, o que temer llegar a ser víctimas de sus congéneres. Los humanos tendían a manejar los problemas sojuzgando a los que los causaban. Pero Beronnen no tenía gobierno para establecer una hegemonía. Las legiones eran lo más próximo a las organizaciones de gobierno, y eran autónomas. Servían a cualquiera que les pagara, o en acuerdos mutuos con condiciones discutidas, aunque nunca atacarían a Beronnen. Las áreas menos desarrolladas podían permitirse el lujo de tener estas tropas o sus destacamentos. Daban protección, más valiosos servicios civiles; una legión no era exclusivamente militar. También mantenían relaciones comerciales con Beronnen y tenían acceso a la educación y tecnología que se centraban alrededor de Sehala.