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Gravemente, caminó hasta el borde rocoso, miró a los ojos de los presentes, llenó sus pulmones y exclamó:

—¡Escuchad, tassui! Yo, Arnanak. Caudillo de Ulu, hablaré; y vosotros entenderéis.

«Mis mensajeros, que llevaron las dagas de guerra de señorío en señorío podían hablar de poco más que de un lugar de encuentro cuando las lunas cruzasen, de determinada forma, entre las estrellas. Vosotros sabíais que con los años me he hecho con aliados y tributarios en todo el oeste, y en otros lugares. Habíais oído que mi deseo es expulsar a los extranjeros al mar y más allá, donde no impidan nuestra marcha hacia el sur antes de que el Tiempo de Fuego muestre su fiereza. Habéis supuesto que golpearé primero en Tarhanna.

»Pero esto la Legión también lo sabe, lo ha oído y lo puede suponer. No podía arriesgarme a que espías o traidores dijeran a nuestros enemigos nuestros planes con más exactitud.

»Por tanto, yo no estoy enojado porque la mayoría de los machos se hayan vuelto atrás. Algunos me temen, otros temen mi fracaso; más aún, esta es la estación en la que cada casa debe hacer acopio de lo que pueda, para poder alimentarse en el duro año venidero y los peores años que vendrán después. No, yo considero el mejor de los presagios el veros reunidos aquí en el número en que estáis.

»Nos iremos a la caída del sol. Voy a explicaros mi plan.

»La razón que tuve para escoger la primavera fue que es la estación en la que los tassui están trabajando. La Legión sólo esperará de nosotros unas pequeñas incursiones, no un asalto contra la fortaleza principal del interior del territorio de la Asociación. Sé como piensan los del Sur Sobre el Mar. Mediante agentes dobles les he ayudado a esperar un gran movimiento de tropas nuestro, en verano; cuando tengamos algo en nuestros graneros y dispongamos de noches enteras de cobertura y frialdad para viajar.

»Aún disponemos de media noche antes de que el Rojo salga. Tiempo suficiente para alcanzar Tarhanna, si ambas lunas nos ayudan a hacerlo rápidamente. Yo mismo he realizado el viaje, dos veces. Por otra parte, sé que la guarnición es pequeña. La Legión ha retirado parte de ella para ayudar a la lucha contra la piratería a lo largo de la costa Ehur… piratería que inicié el invierno pasado con ese propósito.

Un murmullo creció entre la multitud. Arnanak elevó su voz por encima de éclass="underline"

—Hoy vuestros líderes y yo hemos precisado el plan.

Vosotros lo único que tenéis que hacer es seguir sus estandartes. En dos divisiones, atacaremos por las puertas norte y sur. Entonces, cuando tengamos a los soldados bien ocupados, un pequeño grupo escalará el muro junto al río. Un truco peligroso, una acción por sorpresa, pero no demasiado peligroso para mis machos, que lo han practicado en una réplica de la muralla que he construido en Ulu. Crearán una cabeza de puente para otros, que caerán sobre la puerta que parezca más débilmente defendida, y la abrirán; así tomaremos la ciudad.

»Si hay hambre en tu casa, guerrero, recuerda que puedes ir a las islas del Mar Fiero que todavía son prósperas y que están demasiado bien guardadas para que las podamos tomar; y puedes cambiar tu parte del botín por alimentos. Ante todo, recordad que este es sólo el inicio de la expulsión de la Asociación. Vuestros hijos vivirán en las tierras que los dioses aman.»De esto os daré una señal.»

Había acompasado sus palabras a la marcha del sol. Cuando se ocultó tras las colinas, el crepúsculo cayó como una ola en el mundo y las primeras estrellas empezaron a brillar. Del mismo límite occidental ascendió Kilivu, con su forma irregular, centelleando mientras ascendía. Una luz helada tembló entre repentinas e inalcanzables oscuridades. En algún lugar un predador aulló; el ruido del río pareció aumentar; aunque el suelo y las piedras radiaban calor todavía, el aire pareció hacerse menos pesado.

La cola de Arnanak señaló a los dauri. Ellos se deslizaron fuera del cañaveral como siete sombras hasta que sus fantásticas apariencias fueron iluminadas por la luna. Entre sus pétalos, su jefe portaba en sus brazos la Cosa. El miedo silbó por entre las filas de la multitud congregada bajo el peñasco. Las lanzas apuntaron hacia adelante, y las hojas y hachas salieron de sus fundas. Arnanak tomó la Cosa. Mantuvo sus destellos y sombras en alto.

—¡Quietos! —gritó—. ¡Tranquilizaos! No hay maldición aquí. Estos seres están conmigo.

Después de un rato, logró que los guerreros se calmaran lo suficiente como para poder decirles:

—Muchos de vosotros habéis oído que he llegado a ser amigo de los dauri. Habéis oído que me he adentrado en las Starklands que ellos recorren, donde ningún mortal había penetrado y que había traído desde su ciudad tumba una Cosa de Poder. Aquí está. No era mentira. Ya podemos iniciar la conquista.

»Esta noche empezaremos. He hablado; y vosotros entenderéis.»

Antes de que la tropa se hubiera dispuesto para la marcha, Narvu salió por el este, más pequeña, más perezosa, más lenta, pero llena, mientras que Kilivu no lo estaba. El Invasor ponía su halo rojo en ambas; no se eclipsaban ya cuando alcanzaban el punto más alto de su fase. Ayudados por las lunas, las estrellas y el Puente Fantasma, los tassui veían bien.

Sin embargo, el descenso al valle fue duro. A menudo Arnanak debía agarrarse con los dedos de los cuatro pies, para no caer por una escarpadura traicionera. Sus corazones galopaban. Su garganta estaba seca como el cepillo que se pasaba por sus cuartos. Podía sentir bien cerca las hojas de las melenas y cejas, las hojas afiladas de su piel, igualmente secas. La noche le parecía agobiante. El sabía que era suave, pero su cuerpo no lo notaba de la misma manera.

Había dejado sus riquezas y la Cosa al cuidado de los dauri. Ningún tassui —así como ningún legionario— intentaría robárselas a aquellas criaturas. La persona que lo intentara huiría al verlas o, si era extraordinariamente arriesgada, les haría un ofrecimiento con la esperanza de tener buena suerte. Arnanak llevaba la cota de guerra a su espalda. Hecha en Beronnen para él cuando servía a la Asociación, era más pesada que la mayoría de las que sus seguidores llevaban.

Les oyó tras él, con fuertes pisadas, tintineo de metal, cascabeleo de piedras, juramentos musitados y respiración violenta. Rígidamente, se mantuvo en cabeza. Si quería ser obedecido, debería estar siempre en el primer lugar de la marcha, o del combate.

Locamente, pensaba. Los pueblos civilizados eran más sabios. Su comandante en sus años de soldado había quedado lisiado por las heridas recibidas largo tiempo atrás, pero permanecía en el cargo porque no existía nadie que pudiera superarle en táctica o en administración. Los bárbaros —sí, bárbaros— podían vencer a la civilización sólo por defecto, cuando ésta se derrumbaba.

Le aliviaba saber que la Legión que iban a expulsar era la Zera, no la vieja Tamburu Strider, en la que había militado.

Naturalmente, existía la posibilidad de que interviniera como refuerzo, pero era improbable. Uno por uno, la Asociación estaba abandonando sus territorios exteriores, como todas las civilizaciones hacían cada mil años cuando el Portador de Tormentas regresaba. Permitirían que Valennen se perdiera, y la Asociación trataría con todas sus fuerzas de volverlo a ganar para sí… incluso aunque pudiera representar la caída de las islas del Mar Fiero, y después…

A menos que los humanos… ¿Qué podía saber realmente un macho acerca de seres aún más extraños que los dauri, seres de tan lejos que su sol era invisible en el cielo? Suponiendo que esa historia, o cualquier otra similar, pudiera ser creída.

Arnanak aseguró la funda de la espada, anudada a su torso. Si había oído, entendido, y supuesto bien, los humanos estarían demasiado ocupados alrededor de Sehala para auxiliar a aquel puesto remoto. Extranjeros como eran, no podrían captar el significado del avance de Valennen hasta que fuera demasiado tarde. Entonces… ¿Por qué no iban a tratar con el Alto Caudillo? Tendría más poder, más que ofrecer, que los supervivientes de la Asociación; si quedaban supervivientes.