»Pronto perderíamos aquellas aguas. Poco después, estaría hostigando Beronnen del Norte mientras sus naves se dirigirían por el oeste a Argent y por el este al Océano Ciclónico, tomando lo que desease, reclutando aliados, captando combatientes… Y puede que después de todo eso, nosotros logremos impedirle el paso a esta parte del continente, pero tendremos que hacerlo con todo lo que nos quede para defenderlo.
»Lo que podría significar el fin de la Asociación. La civilización podría seguir, pero sólo en Beronnen del Sur y sólo para Beronnen del Sur. ¿No sabéis ver que lo mejor que puede hacer la Asociación cuando un ciclo ha pasado es sobrevivir en el siguiente?
»Sí, podréis permanecer seguros durante algún tiempo si dejáis que Valennen se pierda. Mi juicio como soldado es que es mejor dejar que algunos hogares se pierdan a cambio de conseguir la fuerza allí que necesito para limpiar el lugar. Pero votad como os plazca. La Zera se quedará.»
X
Cuando acabó la vieja canción, Jill Conway mantuvo los dedos volando sobre su guitarra y empezó a silbar. Los rasgueos, notas, acordes, volaban hacia las estrellas, entraban en los oídos y danzaban en los nervios hasta que todo el cuerpo parecía entonar con ellos. Aquellos eran divertidos fantasmas que se levantaran, y sin embargo eran fantasmas.
Mientras tanto su mirada vagabundeaba. En esta cálida noche ella había enrollado el techo móvil del porche de su casa. Ella y Yuri Dejerine estaban sentados bajo el cielo. Primavera no tenía necesidad de iluminar las calles. Un alto seto rodeando los jardines hacía de pantalla para las ventanas de los vecinos, que no estaban cerradas; no había nada allí excepto una pequeña lámpara sobre una mesa en donde también permanecía la botella de coñac que él había llevado para después de la cena que ella había estado preparando. Sobre las masas parduscas de los árboles, las estrellas marchaban en ejércitos brillantes. Caelestia brillaba entre ellas. Pero sus ojos vieron pasar a Ea, hacia las Alas. En esa constelación estaba la Tierra, que había creado las palabras y la música que ofrecía a su invitado…, había creado la raza entera, aunque escasamente un átomo suyo podía estar ella…
Alas, pensó. ¿Es parte de una idea diferente para Yuri? Nosotros usamos las cartas estelares de Beronnen, pero a una distancia de mil años luz, él puede reconocer a muy pocas de las estrellas de los hombres, quizás extrañamente cambiadas, ¿Cuáles serán?
Años-luz, Luz… Esto se reflejaba en la hierba, destellaba en donde se unía con la insignia del hombre o con su cinta en el pelo. Quizás su cabello brillaba un poco para él. Ella dejó de silbar.
—Nom d’un nom! —exclamó Dejerine—. ¡Nunca había oído nada como eso! ¿De dónde es?
—De América, creo. —Jill dejó su guitarra en el suelo, se acomodó en su silla cruzando sus largas piernas y levantó su copa para tomar un sorbo. Aquel brandy de la Tierra era fuerte. Quería ir despacio. Bueno, no demasiado. Moderación en todas las cosas, incluyendo la moderación.
Recordó que le había dicho aquello a Ian Sparling, y también lo que él le contestó:
—Querida, con tu idea de la moderación, podría considerarse moderado hasta Alejandro el Grande. Después se preguntó: ¿Está Ian realmente enamorado de mí? Desearía estar segura, me ayudaría a decidir lo que tengo que hacer, fuera lo que fuese. Dirigiéndose a Dejerine, dijo sonriendo:
—Es extraño, que hayas venido tan lejos para escuchar una canción de tu planeta natal. Pero quizás allí ya la hayan olvidado. Me atrevería a decir que aquí preservamos todo tipo de arcaísmos. ¿Somos los únicos?
Dejerine sacudió su cabeza.
—No, no, Jill. —Se habían comenzado a tutear en el transcurso de la cena, con una familiaridad que se probó sincera. Ella estaba complacida, con aquella prueba de su habilidad—. Quiero decir tu increíble… ¿código? Si estoy en lo cierto, no es de origen humano, ¿no?
—Sí y no —replicó ella—. Pasé un par de estaciones trabajando en el campo, en las Montañas Cabeza de Trueno. Los habitantes de la zona se comunican mediante silbidos, y han desarrollado una música basada en ellos. La aprendí y la adapté a lo que pude. Que no es demasiado. Los ishtarianos son mejores que nosotros en la producción de sonidos. Su música, como su danza, es demasiado sofisticada para nosotros.
—Es notable lo que has conseguido hacer.
—Sí, lo he convertido en un pequeño arte de mi propiedad. Deberías oír algunos otros números, francamente obscenos.
Dejerine rió y se inclinó hacia ella. Ella confió en que no interpretara su frase como una provocación. Para cambiar de tema dijo:
—A propósito de creaciones culturales peculiares, esa expresión que has usado, «Nom d'un nom». Dejando de lado mi pronunciación. ¿Verdad que quiere decir «nombre de un nombre»?
El asintió, relajado. Cogió su cigarrillo del cenicero que había sobre la mesa y aspiró una bocanada. Reconozco que dio en el clavo, pensó ella. Quizás no conscientemente. Es sensitivo.
—Una frase francesa —dijo él—. Nunca he analizado su lógica.
—Oh, pero yo lo estoy haciendo. ¿Cuál es el nombre de un nombre? Por ejemplo, mi nombre es Jill. Pero el nombre de mi nombre… Sí, creo que mi nombre se llama Susan. Y el tuyo… mmm… ¿Fred? ¡Creo que acabamos de iniciar una nueva ciencia!
Rieron juntos. Entonces cayó el silencio, y pudieron oír a un pájaro nocturno.
—¡Qué noche más fantástica! —murmuró ella—. Disfrútala. No tendremos muchas más como esta en nuestras vidas.
—Totalmente fantástica —dijo él—, aunque creo que se debe principalmente a ti.
Ella le miró fijamente.
—Estoy agradecido por tu invitación, por todas tus amabilidades. Ha sido y es un duro trabajo adaptarse a esto. Y todos son suspicaces con nosotros, si no declaradamente hostiles.
—Supongo que no me incluyes a mí. Llevas el mismo uniforme que mi hermano. Tú no has iniciado esta guerra, y haces tu trabajo de la manera más humana posible.
—Sabes que estoy de acuerdo con esta guerra. No por la conquista o la gloria… ad i chawrti, ¡no!, sino como el menor entre dos males. Si mantenemos el equilibrio de poder hoy, no tendremos que luchar a mayor escala en diez o veinte años.
—Me has hablado de eso antes. Yo… Yuri, me gustas como persona, pero eres demasiado inteligente para no darte cuenta de que estoy tratando de influenciarte, de conseguir tu ayuda para el pueblo de Ishtar. Hablas de sacrificios para evitar males mayores. Bien, ¿qué valor tienen millones de vidas pensantes? Todo un conjunto de sociedades, artes, filosofías, todo lo que nosotros podemos aprender y hacer, de una raza que posiblemente nos ha superado en evolución.
La mano de él se cerró en el brazo de su sillón.
—Simpatizo con el hecho de que tengas amigos aquí que sufrirán si vuestros programas se detienen, pero como principio abstracto… Jill, perdóname, pero te pregunto esto para que te contestes a ti misma: ¿Cuánto avance científico vale la vida de tu hermano?
—¡Ese no es el asunto! Tu maldita base…
Ella se interrumpió y él aprovechó la interrupción para continuar:
—La base es un detalle, importante aquí, pero sólo un detalle. Sin embargo, la guerra continuaría, tomando los recursos y el transporte que necesitáis para la mayoría de vuestros proyectos. Acéptalo para ayudar a los humanos, que pueden ser heridos tan gravemente como los ishtarianos.