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Levantó su rostro hacia las estrellas, y susurró:

—¿Ves? Ni siquiera los arqueólogos tienen que estar necesariamente inclinados sobre un montón de huesos.

Creyó que el hombre del espacio sentía un poco lo mismo que ella.

—Una gran idea. Demasiado grande para nosotros.

Volvió a asumir su tono de exposición de hechos:

—Muchas teorías, sí. Los datos que intentan reunir son escasos. En primer lugar, sobre este planeta Ishtar, cuya bioquímica es bastante parecida a la terrestre, surge la vida T. Y también aparecen proteínas disueltas en el agua, etc., pero es demasiado extraña para haberse desarrollado aquí, ya que está en minoría. Usa aminoácidos dextro, azúcares levo, cuando nosotros y los ishtarianos consumimos lo exactamente opuesto, para nombrar sólo un par de diferencias, y no digamos nada de las que todavía no hemos identificado.

»Segundo, el planeta Tammuz está muerto, pero los restos fósiles y pistas similares nos muestran que una vez mantuvo vida T.

»Tercero, en Ishtar, la vida T está confinada en Valennen. En tres de sus cuartas partes más al norte, para ser exactos. Se extiende al resto del continente y a las islas cercanas, pero allí tiene que compartir el terreno con la orto-vida, que es la que domina. Esto sugiere que Valennen del Norte fue el lugar original, una gran isla que después colisionó con otra para formar la masa continental que conocemos. Antes, estaba aislada, dando a la vida T un santuario para el desarrollo. De aquí la noción de que hace tiempo, podría haber sido esterilizada y colonizada. Pero no existe ninguna prueba sólida. Ese es un territorio desconocido.»

Tomó un nuevo sorbo, sintiendo el calor en su estómago y en su corazón.

—¿Desconocido, después de que los hombres llevan cien años en Ishtar? —se preguntó él. Pero antes de que ella pudiera replicarle, prosiguió—. Ya veo. Búsquedas orbitales, sobrevuelos, aterrizajes casi al azar, muestras, especimenes sí. Pero nada más. Tenéis todavía mucho que hacer.

—Esa es la verdad —asintió Jill—. Nadie carece de proyectos para las secciones orto. Ni ahora, ni en las décadas venideras.

»Pero hemos estado acumulando algunos datos, en la interzona de Valennen del Sur. Hemos empezado a aprender algo sobre la vida T. Y si la Asociación puede ser salvada, tendremos la base de apoyo para investigar seriamente en el norte. ¿No hace esto valioso a Ishtar a los ojos de la Tierra? Oh, sí, conozco planetas que tienen analogías de la vida T. Pero no tienen nada más. Nada que podamos comer, ninguna oportunidad para iniciar la agricultura. Ninguna civilización de seres inteligentes ansiosa por ayudar. Y, sea donde sea, todo el que quiera estudiar nuestra imagen especular bioquímica en acción, tiene que hacerlo al final de una larga, fina y cara línea de abastecimientos. Aquí es cuestión de un pequeño salto aéreo.

»Y sólo existe esta única interzona.»

—Interzona —dijo Dejerine—. Creo que quieres decir en donde la vida T y la orto-vida conviven.

—¿Qué otra podría ser? De algún modo, cubre todo el planeta. Los teroides incorporan unos cuantos microbios-T a sus simbiosis, y sólo por eso ya vale la pena investigar más a fondo. Pero únicamente en Valennen del Sur existe interacción entre meazoos, o plantas superiores, o cosas diferentes que todavía no sabemos muy bien qué son.

Dejerine parpadeó, riendo:

—Tú ganas.

—Dos ecologías distintas, ninguna capaz de dominar a la otra. La madera de fénix es valiosa por algo más que su dureza. Una vez fuera de la interzona, no se pudre de ninguna forma. Ha habido intentos de cultivarla en otros lugares, pero no han tenido éxito. Lo mismo para unas cuantas especies-T, más orto-especies y minerales… razones de peso para querer que la Asociación esté presente en Valennen.

»Pero por otra parte hay una interacción muy limitada. Las plantas roban a las otras plantas con las que rivalizan el suelo y la luz del sol, y por tanto restringen también el ámbito de los animales. Posiblemente las lías sean la principal barrera contra la expansión de la vida-T. Animales… no hay nutrición mutua, ya que nunca se molestan mutuamente.

—¿Nunca?

—Casi nunca. Realmente, la interacción es cooperativa, pero escasa. E involuntaria. Mmm… Te voy a poner un ejemplo, con nombres terrestres.

»Mira al feroz tigre. Mira al juicioso antílope. ¿Va a saltar el tigre sobre el antílope? No, el tigre no va a saltar sobre el antílope. El tigre no cree que el antílope sea bueno para comer. Pero mira al tigre observar al antílope. El tigre sabe que el antílope tiene buenos ojos y un buen olfato. Mira al antílope otear. Mira al antílope oler. Mira al antílope galopar. Mira al tigre seguirlo. El antílope localiza una manada de ciervos. El tigre puede comer ciervos. El antílope es un alcahuete. Mira al leopardo. Los leopardos comen carne de antílope. Mira al tigre ahuyentar al leopardo. El tigre es un matón. Muchacho, esto se denomina cooperación.»

Jill se bebió el resto de su brandy. Dejerine se movió para llenarle de nuevo la copa.

—Después de esta conferencia creo que merezco una buena cerveza. O… un trago de este brebaje. Gracias.

—Ciertamente haces que el asunto esté vivo.

—Bueno, tu turno. Cuéntame algo de los lugares donde has estado.

—Si vuelves a cantar después.

—Encontremos canciones que sepamos ambos. Mientras, comienza con los viejos recuerdos.

Miró de nuevo a las estrellas. Caelestia había salido ya del campo visual. Y las estrellas brillaban más intensamente. Murmuró para sí misma:

—Demasiadas maravillas. Maldición, no tengo tiempo para morir.

—¿Por qué no has visitado nunca la Tierra?

—No lo sé. Parece como si todas las cosas interesantes estuvieran allí, y sí, me doy cuenta de que hay extravagancias naturales como el Gran Cañón, pero Ishtar también las tiene. Principalmente, las cosas que ofrecen interés en la Tierra, están hechas por el hombre; y nuestros bancos de datos tienen millones de fotos y registros de ellas.

—El mejor holograma no tiene comparación con la realidad, Jill. No es la totalidad de, eh, la Catedral de Chartres… que además de la belleza incluye el hecho de que incontables peregrinos, durante siglos, han caminado y se han arrodillado y han dormido sobre las mismas piedras que se encuentran bajo tus pies… Y puedes divertirte en la Tierra, ya lo sabes. Una persona viva como tú…

Un zumbido llegó a través de la puerta abierta. Jill se levantó.

—Perdona, el teléfono.

¿Quién podía llamar a aquellas horas? ¿Quizás un oficial de que lo necesitaba para algo?

El brillante panel que ella encendió parecía oscuro y tosco después del majestuoso panorama de fuera. La habitación brotó ante ella, confortablemente familiar, ligeramente descuidada, su simplicidad desafiada por el tapizado escarlata sobre el cual ella había pintado dorados remolinos en la explosión de color que suponía el representar en todo su esplendor, una planta-pluma del Gran Iren. Otros recuerdos, que incluían herramientas y armas nativas, colgaban de las paredes entre las fotografías, los paisajes y retratos que ella había hecho con cámara o con lápiz. Pinturas, sin colgar, estaban apoyadas o apiladas, ya que no tenían la suficiente calidad para situarse junto a las otras. No obstante a Jill le habían gustado lo suficiente como para copiarlas.

El teléfono zumbó de nuevo.

—Ya te atiendo —murmuró, sentándose ante él y presionando la tecla de aceptación de llamada.

La cabeza de Ian Sparling apareció en la pantalla. Estaba macilento. Las arrugas surcaban su largo rostro. Los ojos verde-azules saliendo fuera de las órbitas. Sus quizá cortos cabellos estaban totalmente desgreñados y no se había afeitado en dos o tres días. El pulso de Jill se aceleró.

—Hola —dijo ella sin pensarlo—. Pareces una compota de manzanas estropeada. ¿Qué es lo que va mal?