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Volvió a chupar su pipa, mientras el fuego se apagaba, la oscuridad crecía y entonces, muy lentamente, casi tímidamente una oblicua Urania se levantó sobre las copas de los árboles, dándoles un brillo plateado, la única cosa fría en esa noche, junto con los recuerdos del invierno de Haelen.

—Os he contado esto —dijo Larreka, al fin—, no para que me compadezcáis, sino para mostraros la situación. Una cosa más debéis saber. Recordad, los diferentes pueblos tienen diferentes maneras de reaccionar ante la muerte de los seres que los integran. Lo que hacen los clanes es atender a sus familiares, día y noche, hasta que el dolor parece atenuarse. Alguien está siempre al lado del que siente la pena, listo para echarle una mano o hablar o lo que sea. Generalmente son varias personas. Para la mayoría esto es bueno. Al menos esto es mejor que quedarse solo, en un país que, con frecuencia, está terriblemente vacío. Además, el estilo de Haelen es ayudar a tu vecino sin limitaciones, porque nunca sabes lo que puedes necesitar de él. Sí, se portaron bien conmigo. La gente de allí sólo emplea su codiciosa voracidad con los de fuera.

»Pero… durante las últimas tres octadas, mi casa había estado habitada. Teníamos visitantes, pero eran cazadores, mineros, marineros, pescadores, comerciantes… amigos, pero no íntimos, si me comprendéis. Odiábamos la multitud de Daystead, y nos apartábamos tanto como era posible sin ofender a nadie. Allí, de repente, perdí mi derecho a la soledad y… bueno, Jill entenderá. Yo estaba como una furia, pero no podía pedir que me trataran como si mi familia hubiese muerto dos o tres períodos de sesenta y cuatro años antes. Ellos me consolaron. Esa era la costumbre. También supongo que esto les proporcionaba algo que hacer, algo por lo que interesarse durante aquella oscuridad entre débiles vislumbres de sol.

» ¡Y esperaban que honrase a los dioses! ¿Después de lo que los dioses me han hecho?, pregunté. Esto sentó mal a mi clan, peor que cualquier otra cosa que hubiese podido hacer. Además, estábamos a mitad del invierno, cuando se vive la época peor y yo desafiaba a los dioses a bajar y luchar como machos honestos.

»No hay mucho más que decir. Estoy seguro que podéis comprender cómo los problemas fueron empeorando más y más, todo por mi culpa.»

Ellos no creyeron que se había vuelto loco, ni por tanto trataron de curarlo, pensó Jill, porque los ishtarianos prácticamente nunca se vuelven locos.

—Por fin, me marché —dijo Larreka—. Por entonces, el sol se había acercado lo suficiente como para permitirme vivir en el campo, aunque aquella fue una vida tremendamente dura. Sólo me alimentaba con los moluscos y peces que podía recoger en las playas, y los animales que podía matar con una piedra en el interior. Mi mal temperamento fue una suerte para mí, hasta cierto punto. Veréis; poco después, una ventisca tardía azotó Daystead. Fue realmente mala. Produjo la muerte de varias personas y grandes problemas al resto, cuando el combustible se acabó.

»Desde luego, la mayoría de haelenos no son ignorantes. A muchos de ellos ni se les pasó por la mente que hubiera sido yo, con mis desafíos, el causante de la catástrofe. Pero unos cuantos lo pensaron. No los condeno por caer en viejas supersticiones. Vosotros los del norte no podéis saber lo que el clima influye en el alma, el frío y la desolación, las auroras que son llamadas los Fuegos de la Muerte… Para la mayoría, bueno, yo no era popular. Por mi culpa, el invierno había sido duro para ellos.»Así que no se me ofreció una nueva esposa. Y un soltero allí no puede esperar nada más que un trabajo mal pagado. A menos que se convierta en bandido, lo que en mi amargura, consideré.

»Pero allí estaba la Asociación. Y el comercio que esto hacía posible. En primavera, los buques comenzaron a llegar de nuevo a recoger nuestras pieles, minerales, pescado salado y huevos preservados de bipen. Por aquel entonces yo estaba arruinado, pero de alguna manera logré que me contrataran como estibador.

»Durante los siguientes cuarenta y ocho años vagué por medio mundo. Nunca me había imaginado cuán grande y maravilloso podía ser. Eventualmente me uní a la Zera, y más tarde encontré a la hembra que todavía tengo. Todo se lo debo a la Asociación.

»Muchachos, esto no es todo lo que representa la civilización, pero es una parte considerable. Deteneos un momento a imaginar cuáles habrían sido vuestras vidas sin la Asociación. Preguntaos si no os sentís obligados a legar la misma oportunidad a vuestros hijos.»

Larreka se recostó todavía más. El grupo tomó esta indicación como señal de que su charla había concluido, y se retiraron. Jill se arrodilló junto a él.

—Tío, nunca me lo dijiste.

—Nunca lo había recordado hasta ahora.

Y pensó: ¿Cuánto puedo decirte de una vida que ya ha sido cuatro veces más larga de lo que tú puedes esperar vivir?

—¿Por qué no dormimos un poco? Anu se alzará pronto, y tenemos mucho camino por recorrer. Nunca desperdicies una oportunidad de tender tus huesos, soldado.

—Sí, señor. Buenas noches. —Puso sus labios en una mejilla correosa. Los bigotes felinos le hicieron cosquillas.

Tendida sobre el saco, con el brazo sobre los ojos, ella se preguntó qué escogería él para soñar. ¿Y qué sueños llegarían a ella?

¿O quién? Si hubiera podido escoger, ¿a quién le hubiera gustado llevar a su sueño?

XIV

A pesar de que la mitad del verano estaba próxima, el Sol Verdadero seguía muy de cerca al Rojo. Mientras la Estrella Cruel crecía y crecía en los cielos. En su máxima aproximación, decían las viejas historias, aparecería considerablemente más grande que su rival. La sequía agostaba Valennen, pero las tormentas fustigaban el Mar Fiero.

Lo mismo hacían los tassui. Durante la pasada octada, los señores habían estado construyendo flotas para arrasar las islas desde que las legiones se habían marchado, y el comercio entre ellas. Arnanak estaba demasiado ocupado para dedicarse a la piratería. Sin embargo, usaba cualquier producto que pudiera conseguir en los astilleros de Ulu. Alquiló algunas naves a los corsarios a quienes había incitado para que hostigaran las costas del este y el archipiélago de Ehur. Ellos lograron atraer la atención y la fuerza del enemigo en aquella dirección, mientras Arnanak preparaba su campaña en tierra. Había reservado algunos bajeles en espera del tiempo propicio en que fuera posible cerrar el anillo interior.

Ya que la Zera estaba establecida en Port Rua, sus incursiones al interior del país eran vacilantes y poco sistemáticas; y hacía escasamente un año, la civilización se consideraba asentada en todo el territorio. Reunidos tras Arnanak, los guerreros de Valennen se alejaban de la costa para dedicarse al pillaje, o se debilitaban por la lucha y la falta de alimentos.

No estaba contento con aquello. Mientras la Asociación tuviera una base marítima allí, sus flancos y retaguardia serían demasiado inseguros para las aventuras que planeaba más al sur. Era necesario darse prisa. Aunque los exploradores y espías no daban noticias de ninguna señal de refuerzos para la Asociación, eso podía cambiar. Antes de que sucediera, quería a Port Rua bajo asedio por tierra y bloqueada por mar… y ni un solo soldado se iría a su casa, dejando la lucha para el día siguiente. Así pues, al mando de una flotilla, viajó hasta la Isla Castillo, venció a la débil defensa, e inició el saqueo y el derribo de los edificios levantados por la Asociación. Podía haberlos convertido en fortaleza. Arnanak les dijo a los habitantes que pronto tendrían señores tassui, en los lugares donde no fueron expulsados de su todavía fértil tierra y de su hogar. Más allá de esto, su objetivo era aprender por experiencia directa algo de su organización naval, modelada sobre bases legionarias; ejercitar a algunos jóvenes inexpertos; y conseguir evadirse por cierto tiempo de las absurdas exigencias de la Meditación de las Meditaciones.