Se alegró de estar fuera de la nave y poder andar libre y seguro. Sin embargo, encontró poco que hacer. Barton tenía unos cuantos night-clubs, teatros y bibliotecas. Si se comparaba con la Tierra parecía triste, multitudinaria y cara. Era mejor permanecer en la base y ver una película 3V. Un par de organizaciones filantrópicas hacían lo posible para que los ciudadanos y sus aliados confraternizaran, mediante bailes e invitaciones a las casas. A la larga, Conway llegó a sentirse incómodo. Eran buenos chicos, sin duda; su coraje y devoción eran fantásticos; ¿pero no eran demasiado… pesados?
Una muchacha le preguntó mientras bailaba con éclass="underline"
—¿Por qué no frecuentáis más esto?
Otra declinó su sugerencia de pasar una tarde fuera:
—Estoy en la producción de guerra, ya sabes, trabajando todos los días. No, por favor, no te apenes por mí. Estoy haciendo lo que quiero hacer: servir. Es diferente para ti, desde luego. Tú siempre has tenido dinero y seguridad.
Su anfitrión, que había bebido demasiado durante la cena, le dijo:
—Sí, he perdido un muchacho ya. Dos más están en el frente. La Tierra suministra material, nosotros suministramos cuerpos.
Se indignó cuando Conway indicó que lo mismo hacían los naqsan y los tsheyakkanos.
Los alrededores de la ciudad ofrecían paseos por los que se podía caminar. Pero Conway lo encontraba poco atractivo. A pesar de que era una imitación terrestre, el distrito se conservaba llano, caliente, húmedo, con una niebla casi permanente. Entre los árboles y campos, aunque fueran verdes, él añoró los dorados y rojos de Ishtar, añoró los rayos de sol, las lunas, las estrellas. Naturalmente los eleutherianos eran amantes de su tierra. ¿Pero tenía que serlo él?
La unidad fue mandada al frente. La acción se despertaba de nuevo.
Todavía «el frente» era un sonido desprovisto de significado. Los tsheyakkanos mantenían ocupadas algunas partes del sur de Sigurdssonia. Ocasionalmente podían retirarse ante un avance eleutheriano o viceversa, sin que las batallas estuvieran encuadradas en un plan. Los humanos habían ocupado el oeste de Hat'hara y algunas de las islas cercanas a aquel continente. Además de aquellas tierras, el océano y los cielos también eran lugares de enfrentamientos.
El escuadrón de Conway hizo su primera patrulla. Cuando sus detectores le informaron que había aparatos hostiles en su ruta, sintió absurdamente que la información no podía ser real, que estaba atrapado en un sueño febril, que nadie podía querer matarlo cuando tanta gente lo amaba. Mientras tanto, sus dedos hacían lo que tenían que hacer con precisión y destreza. Entonces los tsheyakkanos llegaron y se olvidó del miedo. La lucha empezó.
Se encontró disfrutando de lo que estaba haciendo, como si fuera una partida de poker con apuestas más altas de lo que podía permitirse perder…en donde de repente había conseguido una cuarta reina. Los voladores enemigos eran como lágrimas alargadas, contra el cielo gris y el mar de mercurio. Pero no eran mejores que su Tiburón, y sus pilotos no habían tenido su entrenamiento. Uno se precipitó sobre él. Dio un giro brusco y lo tuvo en su punto de mira; los automáticos hicieron el resto; unos disparos y una larga, larga espiral de humo que baja. La aceleración se hizo vertiginosa, casi embriagante. El gritó su alegría hasta que el segundo oponente estuvo a la vista; a partir de entonces empezó a realizar mecánicamente su trabajo.
No hubiera podido jurar que había derribado un segundo volador. Sabía que su escuadrilla venció y regresó a la base jubilosamente. Borraron a la escuadrilla enemiga del mapa. Y sólo habían sufrido pequeñas pérdidas. Pequeñas pérdidas… que incluían a Eino Salminen, que era su mejor amigo en el servicio y que se había casado antes de abandonar la Tierra. Por dos veces Conway trató de escribir una carta a Finlandia. Nunca la acabó. Cada vez, se preguntaba si el piloto que él había abatido estaba casado también. No se sentía un asesino. El dilema había sido o él o yo, en una guerra. Pero pensaba continuamente en él.
La lluvia repicaba sobre la barraca. Su interior, sin aire acondicionado, era un baño turco. Los hombres que estaban cerca de las pantallas de 3V iban en ropa interior. Nadie se atrevía a ir desnudo, pensaba Conway. Por lo menos, él se sentía temeroso de que los demás pudieran interpretarlo como una proposición. Un ambiente sin mujeres produce extraños pensamientos.
Barton era la principal receptora de las últimas cintas recibidas. La mayoría presentaban las Navidades y las festividades Chanukkah en la Tierra, este año especialmente elaboradas debido a que el Movimiento de Amor Universal había crecido en popularidad. Pero había también reportajes sobre el último esqueleto del hombre de Neandertal descubierto en Africa, la nueva planta de fusión de Lima y la campaña electoral en Rusia… hacia el final, se anunció que una escaramuza se había producido en el sector de Vega. En Mundomar, nada especial…
El Mayor Samuel McDowell, oficial eleutheriano, dijo:
—¿Habéis visto la fecha de esta cinta? Es el día en que mi cuñado murió.
—¿Eh? —dijo alguien—. Malo. Lo siento.
—No fue el único —dijo McDowell—. El enemigo vino de la jungla y arrasó el pueblo en donde estaba su unidad. Muchos civiles colaboraron también. Terroristas.
—Vosotros llamáis a vuestros hombres guerrillas Hat'hara —Conway no pudo evitar decirlo.
McDonell le dirigió una penetrante mirada.
—¿Dónde están sus simpatías, Alférez?
Conway enrojeció.
—Soy un piloto de combate, mayor.
No debo servilismos a un oficial extranjero. Casi añadió el proverbio terrestre de que a los caballos regalados no se les mira la dentadura, pero se contuvo. Si McDowell se quejaba al Capitán Jacobowitz, el Alférez Conway podía quedar tirado sobre la alfombra.
Por otra parte, el pobre diablo había sufrido y consideraba la guerra como un asunto de supervivencia.
—No quería ofenderle, señor.
—Oh, no soy un fanático. Si los que hablan fueran razonables… Pero piense. ¡Para la Tierra, lo que está pasando aquí es un espectáculo! O menos que eso. ¿Se dan cuenta de que nosotros estamos muriendo?
En una serie de brillantes acciones, los humanos limpiaron los cielos. Los tsheyakkanos no eran rivales para ellos.
Después de eso, hubiera sido fácil destrozar las líneas de abastecimientos y reducir las fuerzas de invasión desde el aire. El mismo Conway envió a pique a un buque de superficie. Pero la vez siguiente le alcanzó un misil de defensa. Saltó en paracaídas, y estuvo flotando sobre el agua hasta que lo rescataron.
Aquello le hizo ganar una semana en el Rand R. de Barton. Un educado hombre de la Tierra le telefoneó a su habitación del hotel, le pidió una entrevista y le invitó a una clase de cena que él no creía que existiera en Mundomar. Después de numerosas cordialidades, fue al grano.
—Me han dicho que usted ha estado en la costa Shka. Es diabólicamente imposible conseguir información real sobre esa área. La autoridad eleutheriana lo impide totalmente. Bueno, verá, Conway. Usted no es eleutheriano… Usted es bueno, usted está bajo la jurisdicción de la Federación Mundial. Piense cuál es su nacionalidad y a quién debe su lealtad. Y gente, gente importante de la Federación querría saber definitivamente si sus sospechas son ciertas acerca del petróleo en Shka.
—¿Petróleo? —Conway estaba asombrado.
—Sí. No soy un científico, pero este es mi trabajo. Mundomar ha tenido una gran evolución, empezando cuando lo único que constituía el sistema era una nube de polvo condensado y yendo a través de una complicada planetología y bioquímica. Su petróleo contiene varios materiales únicos. Extremadamente valiosos, como puntos de inicio para la síntesis orgánica, aplicable en medicina, ¿comprende? Seguramente, podemos aislar los elementos fundamentales a partir de una muestra y fabricarla, pero es más barato extraerlas del suelo. ¿Quiere otra copa? La cuestión es que cuando venga la paz y el planeta esté parcelado, querrán que sus ricos recursos estén en manos amigas, o en las de unos ingratos hijos de puta que nos ahogarán con sus precios, o incluso en los tentáculos de los parlanchines. Si la Tierra supiera, con seguridad, confidencialmente, qué territorios tienen esos depósitos, bien, podríamos planear mejor nuestras campañas y acciones políticas. No creo que usted tenga toda la información; pero todo fragmento ayuda. Ayuda a la Federación. Claro está.