Conway estuvo a punto de decir que él no sabía nada y que si lo supiera, tampoco vería la razón para contribuir a aumentar los beneficios de productores o la gloria de los comisionados. Pero se contuvo a tiempo, y habló de acuerdo con un plan rápidamente improvisado. Entre párrafo y párrafo, tomó algunas copas y finalmente acabó la noche con una deliciosa chica.
No creyó que el terrestre tuviera muchas más cosas que decirle, después de todo era él quien invitaba. De cualquier forma, su permiso estaba a punto de finalizar y tendría que volver al combate.
Por el momento, el asunto consistía en volar sobre las zonas salvajes.
Ennegreció las áreas que le habían dicho que oscureciera y no tuvo más réplica que alguna bala de fusil. El problema era que el trabajo no tenía fin.
—No se rinden, esos dichosos bastardos. —Dijo un capitán de la infantería acorazada.
Conway había quemado un generador y aterrizado en busca de ayuda en un puesto avanzado eleutheriano. Estaba en un pueblo recientemente reconquistado, ruinas en la lluvia llenas del olor dulzón de la podredumbre. Los humanos no se molestaban en incinerar a los naqsan, cuyos cuerpos no podían infectarles. El capitán pateó uno.
—Pueden vivir mejor que nosotros en este territorio, y su planeta madre les envía suministros…
Su mirada se posó en un corral donde estaban los prisioneros. No eran maltratados; pero nadie hablaba su lengua. Y los médicos que conocían su sistema de alimentación eran pocos.
—Hemos capturado muchos más, aunque queda un duro trabajo. Estará usted muy ocupado, Alférez.
Conway volaba alto sobre las nubes, muy dentro de la estratosfera. Bajo él brillaba la blancura, sobre él el azul profundo y sus compañeros. Pero él veía a Ishtar.
Y lo sentía, lo oía, lo paladeaba, lo olía. Recordaba su niñez. Los celos sentidos ante la preferencia que Larreka mostraba por Jill. Cómo le parecía su padre infinitamente alto, y a su madre tan bella. Y a Jill y Alice como una plaga de la que no podía librarse. Pero era él quien acompañaba a su padre en sus excursiones por el Jayin. Recordaba los bosques y los mares. Su temprano descubrimiento de las artes de la Tierra. Oh, Dios, un triple amanecer visto desde las cumbres más altas de la Cabeza de Trueno…
Sus auriculares le alertaron. ¿Qué? ¿Bandidos a la izquierda?
La rapidez con que penetraron en su campo de visión fue aterrorizante. No eran de la clase que habían encontrado con anterioridad. Ligeras alas delta, con una rueda taladrada como emblema, cuyo reconocimiento le golpeó como un puño. Naqsa. La Liga. Pilotos, no colonos a medio entrenar manejando máquinas que no les eran familiares. Los naqsan habían tenido un entrenamiento terrestre en los regulares cuerpos aéreos.
—Preservar vuestras cabezas, muchachos —fue la orden del comandante de Conway. Y los dos escuadrones penetraron.
Estaba lloviendo cuando recuperó la conciencia. La jungla, los restos de su aparato… No recordaba el impacto ni el aterrizaje.
Principalmente sintió dolor. La sangre estaba esparcida por todos lados. Su pierna izquierda era una pulpa sanguinolenta con astillas de hueso. El universo tenía un arañazo que lo cruzaba, pero descubrió después que sólo estaba en su ojo derecho.
Se arrastró hacia su radio. No pasó nada. El pabellón estaba abierto por la explosión. La lluvia martilleaba sobre él. ¿Dónde estaba su equipo de primera necesidad? ¿Dónde cojones estaba ese maldito equipo de primera necesidad?
Lo encontró por fin y se dispuso a prepararse un hipo-spray, para adormecer el dolor lo suficiente como para que le permitiera pensar. Sus manos resbalaron sobre el aparato. Desistió ya que estaba demasiado herido para inclinarse sobre su equipo y buscar a tientas el material.
Más tarde empezó a sentirse caliente y entumecido.
El arañazo del universo desapareció, junto con todo lo demás. Vete, muerte, pensó. No eres bienvenida aquí.
¿Por qué no?, preguntó la gentil oscuridad.
Porque… estoy ocupado, ese es el porqué.
De acuerdo. Esperaré hasta que hayas terminado.
MUERTOS EN COMBATE: Tte. Cmte. Jan H. Barneveldt, Alf. Donald R. Conway, Alf. James L. Kamekona…
LLORAMOS POR: Keh't-hiw-a-Suq de Dzuaq, Whiccor el Arriesgado, Hijo de Nowa Rachari…
XVI
Teóricamente, Dejerine podría haber establecido todas sus comunicaciones con Primavera desde su lugar de trabajo. En la práctica, necesitaba alejarse de aquel desierto tanto como sus hombres. Más aún, una imagen electrónica no es un sustituto eficaz de una presencia viviente. Es inmensamente más fácil permanecer frío e impersonal frente a la primera. De aquí que viajara con frecuencia a la ciudad tanto para las consultas como para la diversión. Los individuos que más fuertemente se resentían por su misión tuvieron que comprender, con el tiempo, que él no la había proyectado, que se interesaba por Ishtar y que debía intentarse persuadirlo para que abogase por un cambio de política acerca del gobierno.
Después de pasar un par de horas tratando problemas técnicos en la oficina de Sparling, sobre la localización y mejor aprovechamiento de los recursos naturales necesarios para el proyecto, el ingeniero dijo abruptamente:
—Te diré una cosa, Anyef, el soñador más experto del área, está dando una representación en el Parque Stubbs. ¿Por qué no vienes a cenar a mi casa y vemos el espectáculo juntos?
—Es muy amable —dijo Dejerine, sorprendido.
—¡Bah! No es usted tan mal compañero. Además, francamente, cuanto más vea de la cultura nativa, más trabajará para salvarla.
—He intentado apreciar los registros de sus bancos de datos. No es fácil.
—Uh-uh. No es simplemente extraño. La música, la danza y el drama son más sutiles, más complejos que cualquiera que nuestra especie haya hecho jamás. Pero mientras Anyef trasmite su última experiencia, le iré comentando lo que haga.
—¿No molestará a la audiencia?
—Tengo un microtransmisor en un brazalete, y encontraré otro que pueda colgarse en la oreja. El susurro no molestará a nadie. El viento hará más ruido… —El teléfono sonó sobre la mesa de Sparling—. Excúseme —apretó la tecla de aceptación.
Las rudas facciones de Goddard Hanshaw aparecieron en la pantalla, graves.
—Malas noticias, Ian —dijo—. Pensé que, siendo amigo suyo, tenías el derecho de saberlo.
La boquilla de la pipa se rompió entre las mandíbulas de Sparling. Cogió la cazoleta inmediatamente y la puso en el cenicero, exagerando el cuidado. El cenicero era una iridiscente concha de chelosauro.
—Larreka llamó desde Port Rua. Jill Conway ha sido capturada por los bárbaros.
Dejerine saltó de su asiento.
—Quest-ce que vous dites? —gritó.
Sparling le obligó a sentarse con un gesto de su mano.
—Detalles por favor —dijo.
—Tomaron prestado un buque de la Kalain Gloriosa en la costa de los Dalag, pero el comandante se negó a poner más que unos pocos soldados para su protección; dijo que necesitaba toda espada que pudiera conseguir para mantener la seguridad en Beronnen del Norte. —Explicó Hanshaw—. Puede que tenga razón. Sin embargo, lo principal es que dos galeras valennas, sin duda pirateando, atacaron al buque en el Mar Fiero. Sus tripulaciones se lanzaron al abordaje, en donde se batieron en pequeña escala o mantuvieron deliberadamente ese tipo de combate hasta que cogieron a Jill. Basándose en los interrogatorios de los prisioneros, Larreka cree que es más que probable que el secuestro fuera el principal o el único objetivo, desde que su jefe vio que había un humano a bordo. Eso nos da esperanzas. Si la quieren como rehén o pieza de recambio, no le harán daño. Sus buques eran demasiado rápidos para poder perseguirlos, así que Larreka siguió su camino. Esto pasó, eh, hace tres días, acaba de llegar por transmisor.