El asintió.
—Podemos intentarlo. Jill, hubiera venido de cualquier modo a ayudarte, pero además tenía otro motivo. —Deslizó hacia atrás su manga izquierda. En la muñeca había un brazalete, y en él un microtransmisor—. Arnanak registró todo mi equipo antes de permitirme traerlo. Pero, como esperaba, no reconoció esto. Me creyó cuando le expliqué que era un talismán.
—¿Pero qué estás diciendo? Debemos estar a trescientos kilómetros de Port Rua, o más. Bajo condiciones ideales, un detector sólo puede recibir mensajes de eso a unos diez.
—¡Ajajá! —Levantó un dedo—. Tú subestimas mi profunda astucia.
En busca de esperanza, ella dijo:
—No, si es profunda debe haberme pasado desapercibida.
El rió.
—Como quieras. Pero escucha. Larreka me ayudó a pulir los detalles. Es parte del trato que él hizo. Los nativos dejarán cazar libremente a pequeños grupos de legionarios a cambio de que éstos no incendian los bosques y sabanas. Bueno, traje algunos relés portátiles a energía solar, Mark Cincos, ya sabes, los mismos que tenemos alrededor de Beronnen del Sur donde no es conveniente instalar una unidad permanente mayor. Ciertas de estas partidas de forraje los plantarán estratégicamente cuando nadie los esté mirando, bien ocultos en las cumbres de las colinas, árboles, etc.
—Pero, Ian, ¿cómo podrán acercarse lo suficiente…?
—No pueden, especialmente cuando no saben nuestra localización. De hecho, como Larreka debe haberte mencionado, nunca ha sabido dónde está Ulu, dónde tiene el jefe enemigo sus cuarteles generales. Arnanak se ha cuidado de eso; no es tonto. Esta es la razón que nos permite suponer que algunos de esos relés esté a unos cien kilómetros de aquí. —Sparling tomó aliento—. He traído también varios contenedores de plástico con polvo de proteínas, de diferentes tamaños. Arnanak vació y volvió a llenar cada uno, como esperaba. Pero no pensó que pudieran tener dobles fondos. En uno de ellos he pasado un gran transmisor-receptor; una señal de mi micro activará su circuito principal. Ese será nuestro principal relé, de baja frecuencia, así que no estaremos limitados por la distancia y la línea de visión, y tiene alcance para más de cien kilómetros.
—¡O-o-oh! —Ella se paralizó mientras todos sus nervios se ponían en tensión.
—No podemos tener prisa, y el esquema incluye a todos los eslabones de la cadena. Primero, creo que tomará algún tiempo que el resto del sistema esté en su lugar. Segundo, entonces tendremos contacto con Port Rua. Cierto, puede alcanzar Primavera, pero… Tercero, con el equipo rudimentario que he podido traer, necesitaré tiempo para explorar los contornos y obtener datos con suficiente exactitud.
—¿Explorar?
—Desde luego. Creo que es posible usar las estrellas, y enclaves locales como las cumbres de las montañas, para localizarnos en el mapa. Entonces podemos buscar un punto de encuentro donde un volador pueda venir a buscarnos. —Sonrió—. Era lo mejor que podía inventarme a corto plazo.
Observa, pensó ella, observa esa pequeña arruga irónica en la comisura de sus labios. ¡Maldición, piensa! No quiero ser meramente una damisela cautiva languideciendo por su caballero.
Entonces se le ocurrió lo que podía hacer por su cuenta.
Arnanak estaba de un humor excelente. Mientras comía y bebía y se vanagloriaba ostentosamente en la mesa del salón, ella compartía su alegría. No es que ella hubiera cambiado de bando. Sparling la conocía demasiado bien. Pero aquella gente había tratado de hacer más llevadera su estancia, ella les había tomado cariño y se sentiría obligada, en caso necesario, a interceder por ellos. No hay mentira. Deberíamos ayudarles, a ellos y ala Asociación. Mi mentira es una verdad reprimida, que nuestra guerra cruel e idiota hace imposible. Se sintió menos culpable cuando Arnanak dijo:
—Seguiremos hablando después de que les hayamos machacado en Valennen. Por eso, debo otorgar ciertos poderes a los tassui para que permanezcan a mi lado. He advertido a la Legión una y otra vez, si no se marchan serán destruidos. Ahora mis guerreros se están reuniendo. Verán que Arnanak cumple su palabra.
Sparling permanecía parco en palabras y poco comunicativo, siguiendo las indicaciones de Jill. El Caudillo debió haber captado algo en las actitudes y expresiones de los humanos, ya que el hombre era mejor como honrado consejero que como simulador.
Al final de la fiesta, ella se tornó grave y dijo:
—Tengo que preguntarte acerca de algo. ¿Podemos ir fuera?
Arnanak estaba complaciente. Fuera del edificio, Jill tocó su brazo y señaló:
—Por aquí.
—Este camino conduce a un lugar prohibido —dijo él hoscamente.
—Lo sé. Vamos.
Se detuvieron cuando los edificios estaban ya fuera de su vista. Los soles situados bajo el Muro del Mundo, aunque todavía no se habían ocultado en el océano. Las sombras se extendían entre los árboles y matojos. Sobre sus cabezas el cielo era de un azul intenso, un planeta se elevaba blanco, Ea roja. La brisa llevaba fantasmas de frescura y repiqueteos de cañas. Los ojos de Arnanak eran linternas verdes en la negrura, bajo su melena. Los dientes brillaron cuando dijo:
—Di lo que quieras, pero hazlo pronto, porque yo también tengo que dar mi propio mensaje aquí.
Jill se apoyó en el brazo de Sparling. Su pulso se aceleró.
—¿Qué son los dauri, y qué haces tú con ellos?
El bajó su mano hasta la empuñadura de su espada.
—¿Por qué preguntas eso?
—Creo que me encontré con uno. —Jill describió su encuentro—. Innukrat no me dijo nada, sólo que tenía que esperar a que llegaras. Seguramente hay un conocimiento común acerca de ellos. Me parece recordar… haber oído… algo.
Su tensión descendió.
—De acuerdo. Son seres, criaturas no mortales. Se cree que tienen poderes, y mucha gente les ofrece pequeños sacrificios, como un plato de comida, cuando un daur es visto. Pero eso es raro.
—El alimento no sirve para los dauri, ¿no?
—¿Qué quieres decir?
—Creo que sabes lo que quiero decir. Recuerda, mi trabajo es investigar sobre los animales. El daur que yo vi no tenía nada de mágico. Era tan mortal como tú o yo, una criatura perteneciente a la misma clase de vida que el fénix, o el saltador, la clase de vida que existe únicamente en las Starklands. Llevaba un cuchillo. Vi el metal. ¿Lo vi realmente? Arnanak, si los dauri tuvieran la técnica necesaria para explotar una mina y forjar metal, los humanos los hubiéramos descubierto. Creo que fuiste tú quien le dio la hoja… como parte de un trato.
Un salto en la oscuridad. Pero ¡Cristo, mi suposición debe ser correcta!
Sparling, a su vez, añadió:
—Yo mismo te he dicho que principalmente vinimos a estos países a explorarlos, sacando a la luz lo que ellos tienen. Mis compañeros pueden quedar muy agradecidos a quien les dé una nueva pieza importante de conocimiento.
Arnanak había permanecido tranquilo. Entonces, violentamente expuso su decisión.
—Bueno, el asunto no es un secreto, después de todo. Se lo he dicho a otros tassui en ocasiones. Y os mantendré a los dos aquí hasta que mi posesión de Valennen no pueda ser amenazada. Seguidme.
Cuando acabaron el corto camino, Sparling se detuvo para susurrar al oído de Jilclass="underline"
—Entonces tenías razón. Una raza pensante… y tú supusiste la verdad.
—¡Shst! No hables inglés aquí. Puede suponer que estamos conspirando.
Llegaron a la cabaña. Los centinelas levantaron sus lanzas, en señal de respeto y permanecieron firmes. Arnanak abrió la puerta y condujo a los humanos al interior. Volvió a cerrar inmediatamente, antes de que sus centinelas pudieran mirar atrás y ver algo.
Dentro, un par de lámparas daban una luz tenue y monstruosa. Las ventanas, demasiado altas para iluminar lo suficiente, estaban llenas de polvo. Una sola habitación parecía amueblada, pero los muebles eran muy pequeños. Unos recipientes contenían una lívida vegetación azul, y esqueletos de animales sacrificados: alimento para la vida-T. Una puerta trasera daba salida y entrada a los tres que vivían allí.