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Sparling ahogó un grito. Jill apretó su mano. Su atención estaba puesta en las formas de estrella de mar. Ellos habían retrocedido, emitiendo tímidos silbidos y gruñidos. El ishtariano, el orto-ishtariano, los tranquilizó con palabras tassui y por último se acercaron para permanecer frente a los recién llegados que debían ser repugnantes a su vista.

—Oíd el relato de mi investigación —dijo Arnanak.

Mientras hablaba, Jill se iba asombrando más y más. Como la mayoría de sophonts, los dauri parecían no poseer nada específico en su cuerpo. Ella identificó rasgos, modificados con toda seguridad, que ella había visto en las ilustraciones de muchos libros de biología-T. Dentro de aquellos torsos casi cilíndricos debía haber esqueletos estructurados mediante intersección de anillas, con articulaciones en bola para los cinco miembros. El superior, la rama, culminaba en cinco pétalos carnosos que servían tanto como órganos sensoriales, que como lenguas para empujar el alimento a unas mandíbulas pentagonales. Bajo cada pétalo había un zarcillo, una intrincada red de fibras que recibían el sonido. En los extremos de los brazos, cinco dedos simétricos que no podían asir tan firmemente como los de un humano o ishtariano, pero que sin duda eran superiores en el manejo de un hacha. Sí, Jill había visto cómo agarraban los cuchillos, y admiró la ingenuidad de Arnanak, que los debía haber diseñado. Los ojos, situados en los nacimientos de los brazos, estaban bien desarrollados, aunque extraños porque todo el glóbulo se auto oscurecía según la intensidad de la luz. Bajo la rama había un tercer ojo más primitivo, para coordinar campos visuales que no se superponían. Los dos ojos restantes habían cambiado en protuberancias sobre las piernas, cuyas variadas formas, colores y olores indicaban que los tres sexos estaban allí representados. Por otra parte, la piel era de un púrpura oscuro. En un día completamente tropical hubiera sido de color blanco casi metálico… no demasiado llamativo, cuando muchas plantas tenían la misma protección. Sí, extraño pero comprensible, como seres de vida-T que eran… excepto por las mentes que contenían.

Y cuando Arnanak finalizó, y sacó de un cofre la Cosa que había traído desde las Starklands, ambos humanos gritaron. Un cubo cristalino, de unos treinta centímetros de lado tenía la negrura inmensa en su interior, llena de brillantes puntos multicolores.

Cuando Arnanak hizo un gesto, la visión cambió, y los símbolos aparecieron ora en un punto, ora en otro.

—Miradlo bien —dijo el Caudillo de Ulu—. No lo veréis en mucho tiempo, si es que volvéis a verlo. Esto, y los dauri, vinieron conmigo hace un par de días para animar a mis guerreros al combate.

Una lámpara ardía en su habitación. Habían llevado una cama para Sparling. El aire estaba poco caldeado. La ventana revelaba las brillantes estrellas.

—¡Oh, Ian, qué maravilla! —Jill continuaba excitada.

El rostro de Sparling parecía aún más delgado.

—Sí, pero, ¿cuál es su utilidad? Bueno, nosotros informaremos de esto.

—Nosotros. —Ella cogió sus manos—. Tú estabas aquí para participar de ello. ¿Quieres que te explique lo que significa?

—Me siento contento de haber estado.

—Ian, esta es la primera ocasión que tengo de poder ayudarte. Nunca podré pagarte lo que has hecho por mí, Pero lo intentaré.

—Bueno —sonrió irónicamente—. Yo debería haber insistido en lo de las habitaciones separadas. Si no tienen disponibles, y sin duda no las hay, yo… encontraré mi saco de dormir, dondequiera que lo hayan puesto. Buenas noches, Jill.

—¿Qué? ¿Buenas noches? ¡No seas ridículo!

El hizo ademán de retirarse. Ella le rodeó el cuello con sus brazos y lo besó. Después de un segundo, él respondió al beso.

—Deja de ser ese hombre condenadamente honorable —murmuró ella—. No tienes que decirlo, no esperas un premio. ¡Pero yo quiero dártelo!

Una voz interior le dijo que había la posibilidad de que la píldora anticonceptiva hubiera dejado ya de tener su efecto. ¡Al infierno con eso! Los Sparling habían querido siempre más niños, pero no existía la posibilidad adoptarlos en Primavera.

—Creo que me he enamorado de ti, Ian.

XIX

En la época en que Ulu celebraba el punto central del verano, el solsticio de Bel, con danzas, cantos, batir de tambores y sacrificios, el sol amarillo alcanzó al rojo en el cielo. A partir de entonces Anu se convertía en perseguidor. El calor asfixiaba, los vientos secos rugían, los campos ardían, y un humo acre derivaba hacia las colinas; las nubes blancas se apilaban contra el Muro del Mundo, pero nunca derramaban lluvia sobre aquel país.

Sparling ignoró las incomodidades. Jill dijo que también lo haría. El la creyó, y no sólo porque fuera la persona más desconcertantemente honesta que conocía. En la humedad cercana a cero, la tolerancia a la temperatura es un asunto de relajamiento y de dejar que el cuerpo haga su trabajo. El alimento escaseaba, pero todavía quedaban reservas. Excepto en lo referente al control de los suplementos dietéticos, los nativos estaban ansiosos por complacer, ya fuera ayudando o dejando a sus prisioneros-invitados solos. Más a menudo era lo último. Ya que tanto él como ella trataban de estar juntos todo el tiempo que podían, tanto de día como de noche.

El nunca había sido tan feliz como entonces. Era un sentimiento unido a la inquietud y a una sensación de culpabilidad, no tanto a causa de Rhoda como por el tiempo que no dedicaba a trabajar en su huida. Pero entonces, reflexionó, la felicidad nunca es completa, sólo el miedo y el dolor la hacen posible.

Rara vez hablaban del futuro. Tales conversaciones siempre acababan pronto, en una escena de amor. Realmente él, al igual que Jill, cesó de contar los días; los dejaba pasar manteniéndose fuera del tiempo. Pero llegado el momento reconoció que habían pasado cuarenta y tres, y deseó que hubieran sido tan largos como los terrestres.

Siendo quienes eran, encontraron grandes cosas que hacer juntos.

Estaban sentados al lado de un disminuido y susurrante arroyo, rodeado de piedras que los ocultaban. El cielo se veía pálido a través de las ramas de los árboles que todavía conservaban hojas suficientes como para proporcionar sombra, aureolando de dorado y rojo los puntos de luz. Un ptenoide, azul como un martín pescador, estaba esperando a ictioides que nunca llegarían, colgado de una rama con sus cuatro patas, como si el calor y el hambre estuvieran ya acabando con su vida.

—Bueno, vamos a intentarlo de nuevo —dijo Sparling, dando la vuelta al interruptor de su transmisor. Jill se inclinó sobre su hombro.

—Llamando a Port Rua. Por favor, contestad en esta banda.

—Unidad de Inteligencia Militar X-13 llamando a Port Rua —añadió ella solemnemente—. Secreto y urgente. Necesitamos nuevos disfraces. Un emparedado de cebolla ha hecho nuestras falsas barbas imposibles.

Desearía tener su capacidad de diversión, pensó Sparling.

—Francamente, estoy empezando a preocuparme —dijo—. Larreka debería tener un técnico de servicio todo el día. O nuestra idea no marcha o…

Baja, pero clara en el silencio que les rodeaba, llegó una voz ishtariana:

—Port Rua responde. ¿Sois los humanos cautivos?

Jill saltó sobre sus pies y se puso a bailar una danza de guerra.

—Sí. Estamos bien hasta el momento. ¿Cómo van las cosas por ahí?

—Tranquilas. Demasiado tranquilas, me temo.

—Oh, oh. No durará. Puedes ponerme con el comandante.

—No. Está inspeccionando nuestro sistema de señales. No esperamos su regreso hasta mañana. Puedo conectarte con Primavera.