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—No, no. Sería un drenaje innecesario de las baterías de nuestros equipos aquí. Ya sabes que no tenemos posibilidad de conseguir repuestos. —Ni sabría qué decirle a Rhoda—. Contacta con ellos y explícales que nos tratan muy bien. Volveré a llamar… digamos pasado mañana, sobre el mediodía. Mientras tanto, adiós y buena suerte.

—Que los Dos te favorezcan, y el Vagabundo no te dañe.

Sparling desconectó.

—Bien, hemos dado un gran paso.

Pasearon bajo estrellas y lunas. La luz a través de las montañas, y a lo largo de la pelada colina era casi del color del espliego. El aire, dulzón. Una criatura afín al cantor de Beronnen trinó.

—No podías imaginarte que una noche como esta fuera posible en el Tiempo de Fuego, ¿eh? —dijo él—. Es como nosotros, cuando todo se derrumba y se incendia, nosotros atrapamos la felicidad que haya en el camino.

—La gente debería hacer siempre eso. De otra manera se extinguirán —respondió ella, apretando los dedos en su brazo.

—Me pregunto si fue el antiguo cielo de Ishtar lo que vimos —dijo él mirando hacia arriba.

—Quieres decir en la Cosa de Arnanak.

—Sí. Me gustaría que nos dejara examinarla más de cerca. Pero creo que es un simulador estelar, con las variaciones determinadas por un microordenador, alimentado por energía solar o un isótopo de larga vida para navegación espacial, o enseñanza, o… —suspiró. Aquí estoy con mi amada y yo hablando como un profesor—. ¿Quién puede leer en la mente de un hombre muerto? Bueno, digamos de una raza muerta.

—Sí están muertos —replicó ella, tan dispuesta a hablar de aquel tema como de otros más íntimos—. Ellos pueden haber ido a cualquier otra parte. En algún lugar del norte hay un resto de su colonia. Erosionada, enterrada y, sin embargo, reconocible como ruinas. Si hicieron aquello, ¿por qué no va a ser posible que hayan sobrevivido?

—¡Sí, sí, sí! —exclamó él fastidiado por su limitación.

—Con frecuencia pienso que es la palabra más fascinante del idioma.

—Ciertamente hemos… has conseguido el descubrimiento más importante desde…

—No, querido. Hemos.

—Yo sólo he proporcionado los medios para pasar la información. Para lograr que no muera con nosotros, si se da el caso. Eso es todo.

—Bien, se lo diremos a Larreka. ¿Qué más? El puede comunicarlo a Primavera —dijo Jill, excitada—. De hecho, la verdad debería difundirse por todos los lugares. Todos deben saber la utilización de los mitos y magia por parte de Arnanak para sus propósitos políticos. Dejar que los tassui se den cuenta de que los dauri son mortales, que lo que han hecho no es más que en un trato con ciertos miembros de cierta especie. Ellos le ayudarán hasta donde puedan, y él les proporcionará mejores tierras, cuando haya acabado con la civilización… ¡Ian, eso acabaría con su prestigio!

—No, querida. Ya he pensado en ello. Si esto se difunde, él sabrá que su secreto ha sido revelado, y ¿quién podría haberlo revelado excepto nosotros? Nos lo dijo en la cabaña, contó a otros su peregrinaje épico, pero a nadie los métodos que empleó.

—Eso es cierto.

—No tendría que conocer la tecnología de radio para saber que éramos nosotros quienes lo habíamos difundido. Y entonces…

—No creo que se vengara.

—Quizás sí, quizás no. Podría matarnos como precaución. Rehusó aceptar ese riesgo estando contigo, cariño.

—Sí, comprendo tu punto de vista. Me ocurre lo mismo con respecto a ti.

El la atrajo hacia sí. La hierba de allí era semejante a la Tammuz, suave para tenderse.

Ellos podían conseguir su comida sólo a horas determinadas. Pero cuando anunciaron su intención de hacer una excursión nocturna, Innukrat les dio un suministro abundante.

—Son duras tierras las del oeste. Deberéis alimentaros tan bien como podáis.

—Eres una buena persona —dijo Sparling, y la conciencia le remordió.

—Si realmente creéis que eso es verdad, cuando volváis a vuestra casa y tengáis de nuevo poder, acordaos, no de mí, sino de mis hijos —contestó Innukrat.

Los humanos salieron del campamento y caminaron. Llevaban una brújula de bolsillo, permitida debido a que los tassui conocían una burda versión que usaban los legionarios. Jill tomaba notas a su dictado. Arnanak también les había permitido el uso de papel, lápices y carpetas, a fin de que pudieran aprovechar su estancia allí estudiando su entorno.

—¿Puedes medir con eso correctamente? —preguntó ella.

—Con cierta aproximación. Preferiría un medidor de láser y un podómetro integrante, pero hubiese sido demasiado difícil conseguir que nos los permitieran.

Y así estaban llevando a cabo una exploración cuyos resultados, referidos a mapas de Primavera, podrían localizar Ulu. Habían vuelto al día siguiente, zigzagueando por un talud que parecía un horno, cuando el transmisor sonó. Sparling presionó la aceptación.

—¿Qué demonios pasa?

—Técnica Adissa en Port Rua —dijo la lejana voz—. Hemos recibido un mensaje para vosotros de Primavera.

—¡Demonios! ¿Qué ocurrencia es esta? —contestó Sparling, a quien la furia había hecho enrojecer hasta alcanzar el tono de la luz que les rodeaba—. ¡Cabeza de chorlito, podríamos haber estado en medio de nuestros carceleros!

—Kaa-aa. —La voz sonó en tono desmayado.

—Tranquilízate, querido —aconsejó Jill—. No se ha producido ningún daño. Probablemente es un nuevo recluta, con entrenamiento humano y ansiosa por servir. —Se inclinó sobre el brazalete—. Como decimos en el mundo del espectáculo, Adissa, no nos llame, nosotros la llamaremos.

—Pido vuestro olvido —dijo la ishtariana, lúgubremente.

—De acuerdo, lo tienes. Y no se lo diremos a Larreka —prometió ella—. En tanto en cuanto la comunicación es segura. ¿Cuál es el mensaje?

—Primero, ¿qué hay de la Legión? —preguntó Sparling, ablandado. Después corrió hacia la base de un pedregal en declive que podía darle protección y sombra.

—Las armas continúan envainadas —informó Adissa—. Pero el fuego ha expoliado los campos de caza cercanos, así que el comandante no había enviado más partidas. El buque en que vine aquí traía víveres y unos cuantos soldados. Estoy diciendo que eso es lo último que la Legión puede darnos. Y nadie más nos ayudará.

Los dos se sentaron bajo el acantilado. Adissa dio paso a una voz conocida, la de Goddard Hanshaw:

—Hola a los dos. Creo que os gustará saber cómo van las cosas por aquí, aunque, para decir la verdad, no son muy agradables. Nosotros estamos personalmente bien, pero todo está en un punto muerto.

»El hecho es que os habéis convertido en un símbolo, un lugar común, je ne sais que infiernos deciros.

»La situación es normal. La gente vive tranquilamente, pero su ansiedad se va acumulando, y si al final se sobresatura, cualquier cosa podrá hacerla estallar duramente. En el presente caso… bueno, no sé exactamente qué decirte. Noticias del frente, que está estabilizado otra vez, pero no tranquilo. Y para colmo, dos populares y valiosos miembros de nuestra comunidad son rehenes de los bárbaros…

»Repentinamente Primavera se declaró en huelga. Todos los residentes a largo plazo, e incluso los trabajadores con contratos temporales, rechazaron prestar cualquier clase de cooperación. No quieren hablar con un hombre uniformado o con un "colaborador". Los que prefieran comportarse de modo diferente, bien, serán traidores a los ojos de sus amigos.

»Esto está causando montones de problemas, como puedes suponer. El Capitán Dejerine apela a mí diariamente. Por un consenso tácito, soy el único primaverano que puede tener tratos con su mando y quedar limpio. Se reconoce que alguien tiene que hacerlo. Efectuó unos cuantos arrestos, pero tan pronto vio que se consideraba un honor, liberó a los prisioneros y retiró los cargos. No es estúpido, ya sabéis. Siento pena por él. Ha pedido patéticamente ser informado al momento de cualesquiera noticias que tenga sobre vosotros. No le he mencionado esta línea de comunicación. Entre nosotros, no creo que la comunidad esté actuando sabiamente. No tengo idea de a lo que puede conducir la resistencia. Quizás a la cancelación del proyecto de la Marina; o puede que nuestros fondos sean congelados; ¿quién lo sabe? Os mantendré informados. Mientras tanto, no os preocupéis por nosotros. Como se suele decir, la situación es desesperada pero no seria. A vuestra salud} Bueno, aquí está Rhoda.»