Seroda le despertó, a la luz de una lámpara, como le había ordenado. Los bárbaros de la costa se movían de nuevo. Sus galeras habían levado anclas y se encaminaban hacia el muelle pesquero. No habían intentado nada contra el gran buque que los seguía. Suponían que lo único que buscaba era una oportunidad para escapar.
—De acuerdo, vamos allá.
Seroda le dio un tazón de sopa y le ayudó a enfundarse en su traje de batalla. Pensó en Jill alegremente. Quién sabía, quizás sus amigos encontrasen una forma de ayudarle.
El asalto sobre la costa no traería sorpresas que los oficiales encargados no pudieran manejar. El lado del río era menos predecible, más interesante. Larreka fue allí. Desde una atalaya y sobre la puerta, observaba.
Caelestia había ya iluminado las colinas del oeste e iba rápidamente ascendiendo entre las estrellas. La visión de esto le hizo pensar en un escudo curiosamente decorado. Su luz se derramaba a través del aire caliente, cruzando la tierra estéril, tétrica hasta tocar el agua; entonces, súbitamente convertida en plata, formó un trémulo puente. Las naves bárbaras se movían negras bajo el resplandor. Cuando anclaron, los gritos de sus tripulaciones rompieron toda paz que pudiera haber en la noche.
El truco sería mantenerlos ocupados hasta que el buque incendiario llegara. Lo mismo que ellos esperaban hacer con la Legión, mientras sus compañeros atacaban por tierra el otro extremo de la ciudad. A través de los techos iluminados por la luna, Larreka oyó el fragor de aquel ataque.
Los arcos se tensaron, los proyectiles silbaron. Sólo los invasores que se detenían eran alcanzados. El resto avanzaba zigzagueando, difíciles de ver y apuntar entre las sombras. Muchos llevaban antorchas, las cuales tremolaban y lanzaban chispas a consecuencia de las carreras de sus portadores.
Tras ellos, navegando como un fantasma, llegaba el buque iluminado por las llamas. El estallido se produjo cuando el barco chocó contra el muelle. Los valennos, aunque estuvieran aterrorizados, no echaron a correr. Maniobraron sobre los trabajos de defensa al pie de la empalizada; vertieron aceite sobre la madera.
¿Me indujo Arnanak deliberadamente a pensar que esto era una diversión? ¡Caos, este es el ataque principal!
—¡Fuera! ¡Fuera! —Bramó Larreka—. ¡Salida! ¡Rechazadles! ¡Antes de que toda la muralla arda!
Bajó la rampa y se dirigió a la puerta; con la espada desenvainada, llevó a sus tropas hacia adelante.
El metal cantaba sobre el metal. Los bárbaros atacaban, valientes. Superados en número, los legionarios aguantaban tras los escudos y luchaban. Lograron introducir una cuña en las fuerzas enemigas que protegiera a algunos de ellos del fuego. Entonces las fuerzas de reserva llevaron a los enemigos hacia atrás, hacia los buques en llamas.
—¡Buenos chicos! —Gritó Larreka—. Vamos, ¡liquidadlos, en el nombre de la Zera!
Algo le golpeó. El dolor surgió de su ojo derecho. La oscuridad le siguió. Dejó caer la espada de Haelen y buscó a tientas la flecha en su cabeza.
—¿Ya? —Preguntó en voz alta. El asombro dio paso al estrépito y la confusión. Sus piernas flaquearon. Un soldado se arrodilló junto a él. Larreka no le prestó atención. A la luz roja de la luna y las llamas, llamó a la fuerza que le quedaba, antes de que se fuera completamente, para que le ayudase a soñar el pequeño sueño de muerte que quería.
XXI
Por sus gruesos muros, la habitación de la Torre de los Libros era casi fresca. La oblicua luz del sol entraba por las ventanas protegidas por las destellantes cuentas de cristal que formaban las cortinas, e iba a estrellarse contra el suelo de piedra. La luz hacía brillar a los multicolores entomoides de la melena de Jerassa. Su inglés era preciso hasta el extremo de la pedantería; pero ningún ishtariano podía ayudar en convertir el lenguaje en música.
—Aquí están los diagramas de varias embarcaciones propulsadas mediante el esfuerzo muscular que estaban en uso cuando los humanos llegaron. Todavía pueden encontrarse en algunas zonas. El problema es que mi raza puede ser individualmente más fuerte que la vuestra, pero también somos considerablemente más altos. Pocos remeros, o tripulantes de cualquier clase pueden acomodarse en un casco. ¿Cómo aplicar mejor la fuerza disponible? —Preguntó—. Esto muestra una estructura de apoyo y un sistema de caja que capacita tanto las patas delanteras como las manos para poder remar. Y éste muestra un molino para hacer girar ruedas de paletas o, en modelos posteriores, una hélice. Pero tales aparatos son ineficaces, y se rompen con facilidad cuando el buen acero no está presente para reforzarlos. Los valennos y habitantes de las islas del Mar Fiero combinan las velas a proa y popa con remos ordinarios, haciendo un buque altamente maniobrable aunque de desplazamiento limitado. Nosotros los de Beronnen del Sur, como ya habrá notado, favorecemos los aparejos cuadrados. Tienen el defecto de responder lentamente, ya que, a pesar de ciertos ingenios, las tripulaciones no pueden alcanzar el aparejo tan prestamente como los humanos.
»Ya que vuestros emisarios nos han enseñado a mejorar la metalurgia, los diseñadores han estado experimentando con propulsores accionados por molinos de viento. A su debido tiempo, naturalmente, esperamos construir motores, pero la base industrial para ello está ausente y ahora, dado el periastro, difícilmente estableceremos alguna durante siglos.
No añadió, Podríamos, si Primavera fuera de nuevo libre de ayudarnos a sobrevivir. No había ningún tono de reproche en la rica y soberbia voz. Pero Dejarine, de pie junto a él, se sobresaltó.
—Son unos dibujos estupendos —dijo, sinceramente—. Y… los cerebros, la determinación para llevar a cabo todo esto cuando Anu vuelve a retornar.
Todos se lo agradecieron.
—¿Por qué me habéis recibido? ¿Por qué vuestra gente sigue conservando la amistad hacia mis tropas, cuando mi propia raza en la ciudad no les habla?
—¿Qué podríamos ganar congelando nuestras relaciones con los extranjeros, salvo vallar la oportunidad de oír las interesantes cosas que pueden decirnos? La mayoría de nosotros se da cuenta de que no tienen elección sobre el propósito que les ha traído aquí. La comunidad primaverana espera así ejercer una influencia sobre sus últimos líderes, a través suyo, conservando las capacidades, y materiales, que necesita. Pero nosotros no tenemos nada.
—Ciertamente habéis ganado mi simpatía. Por vuestro talante y por las maravillas que perderíamos si vuestra civilización muriera.
Y también me lleva a preguntarme por la guerra en el espacio. ¿Vale la pena el coste y la agonía? ¿Se puede ganar? ¿Es… incluso… asunto de la Tierra?
—Pero tenemos nuestras órdenes —finalizó Dejerine.
—Yo pertenecí a la Legión —le recordó Jerassa.
El ishtariano estaba a punto de reanudar su disertación sobre la técnica y ciencia sehalana, cuando el transmisor de Dejerine zumbó. Sacó el pequeño aparato de su chaqueta y lo conectó.
—¿Sí? ¿Qué hay ahora?
—Aquí el teniente Majewski, señor. —El español le llegó, suave por el contraste—. Inteligencia Policial. Lamento molestarle en su día libre, pero es urgente.
—Ah, sí, estás asignado a seguir la pista de nuestros buenos ciudadanos locales. Empieza.
—Señor, usted recordará que ellos habían acumulado una gran cantidad de explosivos para sus proyectos. Nosotros los dejamos en el almacén bajo sello. Después de la fricción, decidí instalar una alarma de radio, desconocida para ellos, y lo hice bajo el pretexto de un inventario. Hoy sonó. Desgraciadamente, no teníamos a nadie cerca de la ciudad… Bueno, los ladrones debieron de asegurarse de eso. Cuando llegué allí con una escuadra desde la base, el trabajo ya estaba hecho. Muy profesionalmente. El sello no tenía trazas de haber sido roto. El interior parecía como de costumbre también, así que tuvimos que contarlo prácticamente todo hasta que encontramos que diez cartuchos de tordenita y cincuenta células detonadoras habían desaparecido.