Dejerine silbó.
—Sí, los técnicos especializados estaban trabajando —continuó Majewski—. Por la razón que fuera nadie permanecía en la ciudad. Habían recibido la señal de alarma a la vez que mi oficial. Pero el alcalde Hanshaw les había pedido que le ayudaran a buscar un volador que había llamado diciendo que una tormenta le estaba empujando hacia las Montañas Rocosas. Bueno, señor, las órdenes del destacamento son complacer cualquier petición razonable. Fueron los cuatro. Una caza de gansos salvajes. Lo sospecho pero no puedo probarlo.
—¡Eso es una locura! ¡Hanshaw no podría involucrarse con saboteadores…! ¿Sabe algo sobre el robo?
—Preguntó por qué habíamos vuelto al almacén. Pensé que era mejor consultarle antes, y contarle a Hanshaw una vaga historia acerca de condiciones inseguras. Alzó las cejas, pero no hizo ningún comentario.
—Bien hecho, Majewski. Intentaré que esto conste en tu expediente. Pro tempore, tú y tu grupo estaréis acuartelados y no haréis preguntas. Lo llevaré a mi modo.
Dejerine desconectó, murmuró una excusa a Jerassa, y salió. En el trayecto a Primavera, llamó a Hanshaw. Fue un alivio encontrar al alcalde en casa. Aunque fueran irreales, visiones apocalípticas habían entrado en el cerebro del terrestre.
—Aquí Dejerine. Tengo necesidad de verle.
—S-sí, Capitán, estaba esperándole. Mejor será que hablemos cara a cara, ¿eh?
Dejerine aparcó fuera de la casa. Entró en el refugio sombreado. Rígida, Olga Hanshaw lo condujo al cuarto de estar y cerró la puerta al salir. Su marido estaba en un sillón cerca de una grabadora. No se levantó, pero alzó una mano y sonrió ligeramente.
—Hola. Siéntese —dijo.
Dejerine le devolvió el saludo y se sentó frente a él.
—Tengo noticias terribles —dijo Dejerine, en inglés.
—¿Bien?
—Señor, permítame ser crudo. Es demasiado serio para andar con rodeos. Una parte del material explosivo ha sido robada, y existen razones para creer que usted puede estar complicado en el asunto.
—Yo no lo llamaría robo. Ese stock nos pertenece.
—¿Entonces admite su culpabilidad?
—Tampoco lo llamaría culpabilidad.
—Ese material fue requisado para su uso por la Marina. Señor, a pesar de sus desacuerdos, nunca me imaginé que pudiera estar envuelto en un asunto de traición.
—Oh, vamos. —Hanshaw expulsó una bocanada del humo azul de su cigarro—. Admito mi esperanza de que pudiéramos tomarlo de los barracones. Pero relájese. No estamos dando ayuda y comodidades a enemigos de la Tierra. Y usted no ha perdido ese lote que nos hemos re-apropiado.
—¿Dónde está?
—En lugar seguro, junto con unos cuantos técnicos y sus aparatos. No puedo decirle dónde. No quise saberlo, para el caso de que me interrogara. No tiene modo de arrestarlos hasta que hayan completado su misión. Y… Yuri, preveo que los dejará hacer su trabajo, y que inventará cualquier excusa que pueda.
—Explíquese. —Dejerine golpeó con los puños sus rodillas.
—Creo que debemos escuchar una conversación que tengo grabada y que sostuve hace un par de días. ¿No quería tener noticias de Valennen? Jill Conway y Ian Sparling, prisioneros en la retaguardia, y Port Rua bajo un asalto casi continuo por lo que parece el ejército mayor del continente.
Un viento silbante atravesó a Dejerine. Jill.
—Sí —dijo.
—Cuando Ian fue allí, logró pasar con un micro comunicador, y los soldados distribuyeron relés, al objeto de que pudiera conectar con Port Rua. Y por tanto con nosotros, si la situación lo requería.
—¡Nunca me lo dijo usted! —Dejerine se sintió herido.
—Bueno, es usted un hombre muy ocupado —gruñó Hanshaw.
Dejerine pensó en las calles que había recorrido como un fantasma, y en el trabajo en el desierto, lento como el caminar de una tortuga, y las horas perdidas haciendo informes eufemísticos para mantener la mano de la Federación fuera de Primavera.
—¿No creía que estuviera interesado? ¿Por qué? Los dos pueden haberme dado la espalda, pero todavía soy amigo suyo.
De nuevo Jill conducía por el valle, su largo pelo flotando en el viento por la velocidad. Y también la oía cuando hablaba sobre las maravillas del planeta que su apasionamiento convertía en milagros; y la veía en su casa, tocando y cantando para él bajo las estrellas.
—Si cree que ya me ha fastidiado bastante, podemos escuchar la grabación.
—Touché —concedió Hanshaw, y su expresión se hizo más amistosa—. Entienda, a causa del uso limitado por no gastar las baterías, no habían contactado con nosotros antes directamente. Habíamos oído a través de Port Rua que estaban bien de salud y de espíritu, bien tratados, en una especie de Estado en las tierras altas occidentales. Les di noticias de la huelga, ya que ésta podía afectarles en sus planes o acciones. Entonces, anteayer tuve una llamada directa de ellos.
Acercó su dedo al interruptor de conexión.
—En caso de que usted quiera visualizar —dijo Hanshaw—, nosotros conocemos algo de ese área por fotografías tomadas desde el aire y por las anotaciones ishtarianas. Las colinas y montañas que están detrás de ellas son de gran belleza dentro de su austeridad. Los bosques son más tupidos y de árboles más bajos, sin demasiada maleza, sus hojas rojas y amarillas se destacan contra un cielo sin nubes. Pero en algunos lugares se puede encontrar vegetación T, coloreada de azul; un par de variaciones, como el fénix son impresionantes. Hace calor allí, un calor seco, como de horno. Con menos vida salvaje que en estas inmediaciones y poca agua en los arroyos y manantiales, hay bastante silencio, Jill y Ian caminaron hasta estar fuera del ámbito de visión y oído de sus, digamos, carceleros. Los dos solos en aquel tranquilo y seco bosque.
—Gracias —dijo Dejerine—. Trataré de imaginarlo.
Ella, entre árboles enanos, con el sol haciendo brillar con destellos de plata y cobre su pelo, sus ojos vivos y amables, su sonrisa… al lado de un hombre que ha sido su único compañero durante tanto tiempo… Assez! Arrétons, imbécile!
El tono de ella le extrañó, no era claro como él lo conocía, sino duro y desigual.
—Hola, ¿eres tú, God? Jill Conway y Ian Sparling llamando desde Valennen.
—¿Eh? Sí, sí, soy yo. ¿Va algo mal? Jilclass="underline" Todo.
Sparling: No estamos personalmente en peligro. Hanshaw: ¿Dónde estáis? ¿Qué ha pasado? Sparling: Oh, en el mismo lugar, bajo las mismas condiciones. Supusimos que estarías en casa a estas horas. ¿Hay alguien contigo?
Hanshaw: Si lo que quieres decir es si estoy solo y no hay nadie más que pueda escucharos, la respuesta es sí. Jilclass="underline" ¿Qué hay de los monitores? No queremos que esta conversación salga de entre nosotros. Hanshaw: Creo que podéis estar seguros, si te refieres a la Marina. No escuchan las comunicaciones transplanetarias, y probablemente las locales tampoco, ya que la mayoría son en sehalano. Joe Seligman revisa mi aparato regularmente y registra mi casa en busca de grabadoras o micros, pero nunca los encuentra. El Capitán Dejerine es un caballero. Y debe saber que no estoy conspirando. Jilclass="underline" Pero lo estarás. Hanshaw: ¿Qué?
Jilclass="underline" Si te conozco bien, lo estarás después de que nos hayas oído.
Hanshaw: De acuerdo, vamos al grano. ¿Qué ha pasado? Jilclass="underline" Larreka… está… muerto. Asesinado. El… Hanshaw: Oh, n-no. ¿Cuándo? ¿Cómo? Sparling (tratando de hacerse oír contra los sofocados sollozos de fondo): La noticia te llegará cuando la Legión haga su próximo informe a la Base Madre. Pero nosotros, ansiosos de saber cómo iba el combate, llamamos a Port Rua esta mañana. El cayó la última noche, conduciendo una salida. La maniobra fue efectiva, pero él fue alcanzado por una flecha en la cabeza y… Bueno; la guarnición se mantiene, pero dudo que pueda resistir tanto como si él estuviera al mando todavía. Hanshaw: Pobre Meroa.