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—La única cosa que necesita hacer es no reaccionar excesivamente por el incidente del almacén. Explicar en su informe que está realizando las investigaciones pertinentes. A ellos eso les sonará a policía, estoy seguro. Creemos posible que nuestra expedición se realice dentro de unos cinco días. Después, cargaremos con las consecuencias.

La decisión no estalló sobre Dejerine. Se hizo patente como si fuera algo conocido con anterioridad, lanzado desde hacía mucho tiempo, y su consistencia le prestó una gran calma.

—No. No es necesario demorarlo —dijo.

—¿Qué quiere decir?

—Iré yo, en un avión naval. Es más efectivo, sin mencionar la seguridad de… de ella, en caso de repentino mal tiempo. Mañana a mediodía, cuando llamen, estaré aquí para comentar los detalles.

—¿Efectivo? Usted dice que no puede intervenir en esta lucha.

—Puedo llevar a cabo una operación de rescate, al objeto de mejorar las relaciones públicas de la Armada. No hay necesidad de que la señorita Conway o el señor Sparling estén presentes cuando sus bombarderos ataquen, ¿no es así?

Hanshaw miró a Dejerine atentamente antes de preguntar:

—¿Irá usted mismo, solo?

—Sí. Para mayor discreción.

—Ya veo. —El alcalde se levantó y extendió su mano—. ¡De acuerdo, Yuri! ¿Le apetece una cerveza?

XXII

La mañana antes de la cita, Sparling y Jill anunciaron que harían otra excursión nocturna. Innukrat los miró y les preguntó por qué.

—Ya sabes que mi trabajo es estudiar a los animales, y querría observar qué hacen en la oscuridad —contestó Jill.

—De acuerdo. Y… —la esposa de Arnanak suspiró—. Tus costumbres han cambiado últimamente. Yo desearía conocer a tu especie lo bastante bien como para adivinar por qué. Pero ya lo veo, lo oigo —su nariz se dilató—, lo huelo.

Jill se echó hacia atrás. Sparling saltó a la brecha:

—Tienes razón. La batalla de Port Rua debe estar celebrándose, o quizás haya acabado. Nuestros amigos están allí. ¿No teméis por los que amáis, ni porque os traigan malas noticias?

—¿Qué tenemos nosotros en común? —dijo Innukrat muy lentamente—. Bueno, salid si es vuestro deseo. Tengo mi trabajo aquí para impedirme que piense demasiado.

Les dio una generosa ración de alimento nativo y suplemento. Cuando estuvieron fuera, Jill confesó:

—Yo creía ser una fanática. En lugar de eso, me siento traidora.

—No —respondió Sparling—, nadie en la vida es más leal que tú. Pero no es posible mantenerse leal a la creación entera.

Dijo para sus adentros:

Como he descubierto, Rhoda, mañana debo enfrentarme a que tú no dejarás de amarme nunca. Y debo hacerlo con esposas en mis muñecas. ¿Es esta la razón por la que esperaba que mi loco plan funcionara? Tocó su cuchillo de caza que, tanto él como Jill, llevaban. ¿Por qué fue la primera idea que me vino, después que Dejerine nos lo dijo? ¿Sería que el asunto del bombardeo amateur era problema suficiente para hacer del amor una cosa sin importancia? ¡Detén estos pensamientos! Te hacen malgastar los últimos momentos que pasarás a solas con Jill.

Casi no hablaron durante la hora siguiente, ya que la subida hacia su objetivo era dura. Cuando se discutió acerca del sitio de encuentro, ambos nombraron el mismo; sus ojos se encontraron y rieron. Tenía todas las características requeridas, el distanciamiento de Ulu, la fácil localización, el seguro aterrizaje del volador. Existían otros lugares más a mano, pero así podían pasar una tarde agradable.

Los terrenos de los bosques de Valennen eran sofocantes, no por el calor sino por la aridez. Y la evolución en las Starklands, había dado a la vida-T más capacidad de supervivencia que a la ortho-vida. Junto al sector de bosque rojo y amarillo, había kilómetros de plantas azules de diferentes formas, correosas al tacto. Los arbustos crecían apartados; ampliamente espaciados, estaban los árboles. Pero donde la montaña formaba una enorme cresta, llamada por las gentes de Ulu, Grupa de Arnanak, en su homenaje, una concavidad en la parte sur quedaba en la sombra. Al pie de la concavidad nacía un arroyo. Cerca se elevaba el tronco de color bronce oscuro de un nix; cuyas raíces les prestaba protección adicional. El campo estaba cubierto de césped. Aquí y allí se veían flores de color naranja brillante. En la parte oeste había una gran llanura. Al final de esta, se veía el gris aterrador del Muro del Mundo.

Los humanos se agacharon en lados opuestos de la corriente, y bebieron y bebieron. Sparling notó la bendita frescura del agua, y su leve sabor a hierro, pero contemplaba principalmente la mejilla de Jill cercana a él, y su pelo rubio. Saciados, se sentaron en la sombra carmesí y oro. Había una curiosa ausencia de olor de tierra, pero no importaba; sus cuerpos transpiraban una fragancia freca conseguida por sus trabajos al aire libre.

—Sentémonos durante un rato y sudemos —dijo Jill.

—Soy más feliz de lo que puedo contar, viendo que no te has derrumbado. —Sparling pareció buscar las palabras adecuadas al decir esto.

—No quiero estarlo. Don, Larreka… Ninguno de ellos desearía verme hundida ahora… ni tú, Ian.

—Desearía tener, bueno, tu capacidad… no, tu valor para estar alegre.

Su sonrisa fue triste.

—¿Crees que es fácil? Es un combate, y no puedo ganar siempre. —Se inclinó para acariciar su pelo—. Ayudémonos el uno al otro a permanecer felices, amor, La cena del Capitán es esta noche, seguida de la juerga. Mañana llegaremos a puerto.

—¿Y entonces qué?

—¿Quién sabe? —se puso seria—. Las lágrimas aparecieron en sus ojos—. Tengo que pedirte una cosa, Ian. Una solemne promesa.

—¿Sí?

—Tu palabra de honor. Haga lo que haga, no intentarás detenerme.

—¿Qué? ¿Qué estás pensando? — ¿Suicidio? ¡Imposible!

Sus ojos estaban húmedos; sus dedos luchaban en su falda.

—No puedo decírtelo exactamente. Todo apunta hacia la redención. Pero… supongo que quiero ir a la Tierra a hablar en nombre de Ishtar. Puedo reclamar las pagas atrasadas, mi derecho a un pasaje. Tú no puedes, y dudo que puedas comprar un pasaje mientras dure la guerra. Podrías impedirlo, no obstante, pidiéndome que me quede y que sea tu amante.

—¿Crees que sería tan egoísta? ¿Haciéndote actuar contra tu conciencia? De hecho… cuando volvamos… Tendré mis obligaciones, y no deberías perder más tiempo con un hombre viejo que no puede darte nada real… —Suponiendo que yo esté allí.

Ella rodeó su cuello con el brazo. El besó la palma de su mano.

—Veremos estas cuestiones más adelante —dijo ella—, cuando sepamos qué es lo mejor. —Y rápidamente continuó—: Pero quiero tu palabra definitiva inmediatamente; tú promesa de que me dejarás escoger mi propio camino. Tenemos que solucionar esto. Yo debo pensar sobre estas cuestiones libremente.

El asintió:

—Sí, quizás había esperado que me pidieras esto. Libertad.

—Entonces, ¿tengo tu promesa? —preguntó ella.

—Sí, la tienes.

Ella le rodeó con ambos brazos.

—¡Gracias! Nunca te he amado como ahora. —Luchaba por no llorar.

El la consoló de la mejor manera que pudo. En un tiempo sorprendentemente corto, ella alegró sus ojos y tomó aliento.

—Empezaré en seguida a organizarme. Supongo que no interferirás en la tarea. —E inmediatamente—: ¡Oh, no, me imagino que cooperarás!

Más tarde, cuando Anu colgaba, inmensa, sobre las cumbres, hicieron un fuego y cocinaron la cena. Entonces aparecieron las estrellas y las lunas. Debían dormir un poco, y despertarse juntos otra vez.

El vehículo de rescate llegó a media mañana.

—¡Ahí viene! —gritó Jill.

La mirada de Sparling siguió su mano, que se agitaba en el aire. Una chispa brillante llegaba del sur, tomando la forma de una barracuda alada, tronando, girando en círculo sobre sus cabezas. Ellos se abrazaron apresuradamente y corrieron desde la roca y el árbol, hacia el calor y la luz, bajo el desnudo cielo donde podrían ser localizados.