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—Es un gran Boojum —dijo.

Un Huitzilopochtli. Seis ametralladoras, tres cañones, un proyector de energía y un par de misiles de un kilotón, reconoció Sparling. La cabeza le daba vueltas, pero se sentía inmerso en la excitación.

El microcom de su muñeca sonó. En seguida recibió la voz de Dejerine:

—Hola a los del suelo. ¿Todo listo?

—Listo —respondió Jill—. Ven a unirte a la fiesta.

La nave lo hizo. El corazón de Sparling retumbaba. ¿Estaba el oficial sólo a bordo, como había dicho? Sensores, computadores, efectores… demasiada maquinaria para unas solas manos. Parte de mí desea que él traiga compañía o… o cualquier cosa.

La nave se detuvo. Una puerta se abrió y exudó una escalerilla. Dejerine apareció en la cumbre, una delgada figura en uniforme de campaña. Saludó agitando la mano. Jill le saludó en la misma forma. El metal bajo sus botas, retumbaba.

Dejerine estrechó sus manos. Su apretón fue entusiasta, pero, ¿no parecía cansado, nervioso, incluso suspicaz?… No lleva armas. No lleva armas.

—Bienvenidos. No sé cómo decirles lo feliz que me siento de verlos de nuevo. —Su atención estaba centrada en Jill.

¿A dónde si no? Ella me dijo que le había atacado a fondo.

—¿Ha venido realmente por voluntad propia? —preguntó ella.

—Sí.

Sparling supo lo que era el gozo y la pena mezclados.

—Podemos iniciar el viaje de vuelta. Es un vuelo glorioso. Este planeta tiene más belleza de la que puedo captar.

¿Entonces por qué no nos dejaste salvarlo… hijo de puta… robot militar?… Contente, Sparling. Estás demasiado cerca de la histeria.

Entraron. La escotilla se cerró tras ellos. El aire acondicionado era dulce y aromático. En el cuerpo principal de la nave extendían hileras de instrumentos a cada lado del corredor. Dejerine se pasó el dedo por el sudoroso bigote.

—No puedo imaginar cómo han podido resistir en este horno.

Jill cantó sotto voce:

—Sadrac, Meshac, Abednego…

—He traído alimentos, bebida, medicinas y ropas frescas. Cuando estemos arriba, pondré el automático; pero ¿puedo hacer algo por vosotros antes de despegar?

¡Ahora!

Y ya no quedó tiempo para la duda, ni la marcha atrás. Sparling sacó su cuchillo, que tenía oculto.

—Sí. Puede prepararse para liberar a la Legión. ¡No se mueva! Esto es un secuestro.

Jill tosió, el color cetrino de Dejerine empalideció un poco, aunque se quedó inmóvil e inexpresivo, aparte de sus luminosos ojos oscuros.

—Mi idea particular —aclaró Sparling—. Nunca le dije nada a Jill. Pero cuando conocí las circunstancias, cuando pensé que nuestro débil y desordenado esfuerzo desde Primavera no funcionaría, y que lo único que podríamos conseguir sería una ayuda temporal mientras que este monstruo puede lograr que los guerreros huyan de él durante el resto de sus días, ¿lo ves?… Estoy dispuesto a rendirme a usted después, y soportar el juicio y acatar la sentencia. Pero, por favor, créame, Capitán, estoy preparado para reducirle e intentar ser mi propio piloto, si usted no obedece mis órdenes.

—¡Ian!… —La voz de ella se rompió como el cristal.

Dejerine saltó. Era joven y estaba bien entrenado, pero Sparling lo cazó, desvió, y le dio un golpe que le hizo caer al suelo.

—No intente eso de nuevo, hijo. Es usted bueno, pero me he pasado años en secciones donde aprendí la lucha… contra ishtarianos. Este cuchillo es más énfasis que amenaza.

Dejerine se levantó, tocó los puntos en que había sido golpeado, humedeció sus labios y habló lentamente:

—Si rehúso, y estoy bajo juramento de servicio de la Federación, puede considerarse prácticamente perdido. Ellos no permiten a nadie, que no tenga como mínimo el título de Maestro Piloto, que se ocupe de los controles de algo como esto. ¿Qué pasará entonces con Jill?

—La enviaré de vuelta a Ulu con una historia para justificar mi ausencia.

Ella se adelantó:

—¡Al infierno contigo, señor!

—Al infierno entonces —dijo Sparling. Después a Dejerine—. Repito, ella no ha conspirado, ha estado fuera del plan, su comportamiento ha sido siempre correcto.

—¡Idiota! —gritó ella—. ¿Por qué crees que te he forzado a que hicieras esa promesa? Quería estar libre para intentar prácticamente lo mismo.

Sparling no podía enfrentarse a ella, ya que tenía que vigilar a Dejerine, y ella estaba apartada de su campo de visión. Sólo podía mirarla con el rabillo del ojo, acalorada, respirando rápidamente, con sus azules ojos y sus dientes fulgurando.

—Tú estás delirando —le dijo.

—Así es ella —intervino Dejerine apresuradamente—. Un toque de sol. Yo no la comprendo, es tan incoherente. Sparling, doy por supuesto que es usted un hombre honrado, aunque esté en un error. Si hago lo que usted quiere, bajo presión, y se rinde a mí más tarde… volveremos aquí y rescataremos a Jill. Tendremos que dejarla, resguardada.

La chica sacó el cuchillo.

—No. —Su tono sonó espantosamente en los oídos de los dos hombres—. Yo no voy a someterme a sus decisiones respecto a mí. Yo te remito a tu juramento, Ian. Rómpelo, y tendrás que luchar conmigo. ¿Es ese tu deseo? Escucha, si estás solo con él, Yuri tiene una oportunidad de atacarte por sorpresa. Es un hombre del espacio, aguanta mejor que tú la aceleración. Puede noquearte con una picada o un giro y coger el cuchillo, y allí volverá a empezar el juego. Pero contra dos de nosotros, el asunto sería más arriesgado, ¿verdad, Yuri? Contra dos, no tiene elección. Tendrá que aguantar, aunque sólo sea para devolver sin daño esta máquina de muerte a la Federación.

No puedo disuadirla ahora, de todas formas lo intentará. Ha quemado su última línea de retirada. El conocimiento fue como un ahogo en la garganta de Sparling.

Dejerine parecía que hubiese recibido un mal golpe. Sus hombros parecían caídos, se mordía el labio. Finalmente, sin apartar su mirada de ella, habló con voz rasposa:

—Sí, su análisis es correcto. Volaré para ustedes.

Dio la vuelta y se dirigió a la cabina de mando. Su paso era envarado.

Sparling pensó: El supuso que yo podría hacer lo que dije. No Jill Eso ha sido una loca sorpresa también para mí. El vino aquí sin ninguna reserva.

La miró y pudo ver su expresión de tristeza. Ella se ha dado cuenta también.

XXIII

Arnanak sacó la espada. La luz flameó en la hoja. Gritó:

—¡Adelante!

Un poderoso sonido se alzó así que dos docenas de fuertes guerreros se colgaron en las barras de arrastre. Lentamente, rechinando, crujiendo, el puente se puso en movimiento. El polvo y las piedras surgían de sus ruedas. El Sol y el Merodeador brillaban sin piedad en un cielo tranquilo, sobre una tierra serena. A la derecha, el río brillaba como el bronce. Las fortificaciones parecían irreales a través de la calina.

El puente seguía avanzando. Arnanak lo seguía a distancia. Su tripulación necesitaba todo el coraje que él pudiera darles. El, y su escudo legionario, tendrían su oportunidad cuando estuvieran a tiro de arco.

Su orgullo creció. Era su idea, su obra. Los ingenieros de la Asociación nunca habían hecho nada parecido; sus enemigos nunca habían tenido ciudades tan bien fortificadas como Port Rua. Las tres enormes carretas dispuestas en hilera llevaban troncos enormes, lo suficientemente largos como para cruzar el foso. Una carga de piedras evitaba que se balanceara. Detrás, una mampara y un techo protegían a los que llevaban tal peso adelante. Era imparable, salvo que el más fuerte tiro de un trabuquete lo impactara directamente; y él había gastado vidas y sus restantes piezas de artillería en asegurarse de que no quedaba un solo bastión en pie en el lado norte.