Kimberly no respondió, pues estaba demasiado ocupada intentando esbozar una amarga sonrisa. Había oído aquellas palabras con anterioridad. También por parte de un hombre mayor, un mentor, un hombre al que solía considerar su amigo. Dos días más tarde, aquel hombre le había apuntado a la cabeza con un arma.
– Por favor, no dejes escapar ni una sola lágrima. No puedes llorar.
– Hablaremos de nuevo dentro de unos días -dijo Watson, rompiendo el silencio en el que se había sumido la sala-. Puedes irte.
Kimberly abandonó el despacho y se dirigió hacia el vestíbulo. Mientras pasaba por delante de los diferentes grupos de estudiantes vestidos de azul, advirtió que los susurros ya habían comenzado. ¿Estarían hablando de su hermana y su madre? ¿O acaso de su legendario padre? ¿O quizá de lo que había ocurrido en el bosque, del cadáver y el hecho de que, de todos los estudiantes, fuera ella quien lo hubiera encontrado? Los ojos le escocían y se apretó las sienes con las manos. No estaba dispuesta a ceder a la autocompasión.
Kimberly cruzó las puertas del vestíbulo y fue recibida por un sol abrasador, Al instante, perlas de sudor adornaron su frente y la camiseta se aferró a su piel.
No regresó a su cuarto, pues quería terminar de analizar la escena antes de que el NCIS hablara con ella. Suponía que transcurriría una hora antes de que alguien fuera en su búsqueda.
Y una hora era más que suficiente.
Kimberly echó a andar en línea recta hacia el bosque.
Capítulo 8
Quántico, Virginia
11:33
Temperatura: 31 grados
– ¿Hora de la muerte?
– Resulta difícil decirlo -respondió el médico forense, que iba vestido de blanco-. La temperatura corporal es de treinta y cinco grados, pero el hecho de que la temperatura en el exterior rondara los treinta y uno podría haber impedido que el cuerpo se enfriara. El rigor mortis empieza a aparecer en el rostro y el cuello. -El médico se interrumpió, giró el cuerpo levemente a la izquierda y presionó un dedo enguantado contra la piel, que palideció bajo su roce-. Todavía no presenta lividez. -Enderezó la espalda y, tras reflexionar unos instantes, examinó los ojos y orejas de la muchacha-. A pesar del calor, no hay larvas de moscarda azul… pero esos insectos prefieren poner sus huevos en la boca o en una herida abierta, así que en este caso han tenido menos oportunidades. -Pareció considerar los diferentes factores una vez más y entonces dio a conocer su veredicto-. Yo diría que la muerte se produjo entre hace cuatro y seis horas.
El otro hombre, probablemente un agente especial del NCIS, levantó la mirada de sus notas, sorprendido.
– ¿De verdad cree que es tan reciente?
– Es la mejor aproximación que puedo hacer. Hasta que le hagamos la autopsia, no sabremos nada con certeza.
– ¿Cuándo la harán?
– Mañana por la mañana.
El agente especial miró con seriedad al forense.
– ¿A las seis de la mañana? -preguntó, a modo de tanteo.
El agente le miró con más dureza.
– Esta tarde -aceptó entonces.
El agente especial esbozó una sonrisa mientras el médico forense dejaba escapar un profundo suspiro. Este iba a ser uno de aquellos casos…
El oficial encargado de la investigación volvió a centrar la atención en sus notas.
– ¿Causa probable de la muerte?
– Eso es más difícil. No hay evidencia de heridas causadas por arma blanca ni balas. Tampoco presenta hemorragias locales, de modo que el estrangulamiento queda descartado. La ausencia de sangre en los oídos indica que no sufrió traumatismo craneal y el cardenal que se está formando en la cadera izquierda sugiere que el golpe que lo causó tuvo lugar poco antes de la muerte. -El forense levantó una vez más la falda azul de flores, examinó la contusión y sacudió la cabeza-. Tendré que hacer algunos análisis de sangre para saber más.
El agente asintió. Un segundo hombre, vestido con pantalones de color caqui y camisa blanca de etiqueta, se acercó para tomar fotografías con una cámara digital, mientras diversos marines de rostros sombríos montaban guardia a lo largo de la escena del crimen, que había sido acordonada en amarillo. A pesar de la sombra que proporcionaban los árboles, era imposible escapar del calor y la humedad. Los agentes especiales del NCIS sudaban bajo sus camisas de manga larga y los rostros cincelados de los jóvenes guardias estaban bañados en sudor.
El segundo agente especial, un hombre más joven de cabello rapado y mandíbula cuadrada, observó el sendero flanqueado por árboles.
– No hay indicios de que fuera arrastrada -comentó.
Asintiendo, el médico forense se acercó a las sandalias negras de la víctima, le levantó un pie y observó el tacón de su zapato.
– No hay polvo ni restos de tierra. Seguramente la transportaron hasta aquí.
– Tuvo que hacerlo un tipo fuerte -dijo el fotógrafo.
El primer agente especial los miró a ambos.
– Nos encontramos en una base de los marines ocupada por estudiantes del FBI. Todos ellos son hombres fuertes. -Se volvió hacia la víctima-. ¿Qué le ocurre en la boca?
El médico forense acercó una mano a sus mejillas y le movió la cabeza de un lado a otro. De repente, retrocedió de un salto y apartó la mano.
– ¿Qué ocurre? -preguntó el agente de mayor edad.
– Yo no… Nada.
– ¿Nada? ¿Qué tipo de nada?
– Un efecto óptico -murmuró el forense, que no volvió a acercar la mano al rostro de la muchacha-. Parece hilo de coser -añadió-. Grueso, quizá del que se usa para tapizar. No es hilo de sutura y los puntos son demasiado rudimentarios para que los haya realizado un profesional. Las pequeñas motas de sangre indican que, probablemente, la mutilación fue realizada post mortem.
Una hoja verde había quedado atrapada en la enmarañada melena rubia de la mujer. El forense la apartó distraído y la hoja se alejó volando. Entonces examinó las manos de la víctima, que descansaban sobre su cabeza. Una estaba cerrada, así que extendió suavemente sus dedos y descubrió que, acurrucada en su palma, descansaba una roca dentada de color gris verdoso.
– Eh -dijo al agente especial más joven-, ¿le importaría fotografiar esto?
El tipo se acercó obediente y fotografió la prueba.
– ¿Qué es?
– No lo sé. Una roca de algún tipo. ¿Van a guardarla y etiquetarla?
– Así es. -El joven cogió una bolsa de pruebas, depositó la roca en su interior y rellenó obediente el formulario adjunto.
– No hay heridas defensivas evidentes. Oh, aquí hay algo. -El pulgar enguantado del forense levantó el brazo izquierdo de la joven para mostrar una zona roja e hinchada que había en su hombro-. Es una marca de aguja y está rodeada por un cardenal diminuto, de modo que posiblemente le inyectaron algo justo antes de morir.
– ¿Sobredosis? -preguntó el agente de mayor edad, con el ceño fruncido.
– De algún tipo, pero resulta extraño que se trate de una inyección intramuscular pues, por lo general, las drogas se administran por vía intravenosa. -El médico levantó de nuevo la falda de la joven, inspeccionó la cara interna de sus muslos y recorrió sus piernas con la mirada hasta llegar a los dedos de los pies. Finalmente inspeccionó la piel que separaba el dedo índice del pulgar-. No hay más marcas de pinchazos, de modo que no era una consumidora habitual.
– ¿Estaba en el lugar incorrecto en el momento inadecuado?
– Posiblemente.
El agente especial de mayor edad suspiró.
– Vamos a necesitar una identidad de inmediato. ¿Podría sacarle las huellas aquí?
– Preferiría esperar a la morgue, pues allí podremos examinar sus manos en busca de sangre y muestras de piel. Sin embargo, si el tiempo le apremia, puede echar un Vistazo a su bolso.