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Kimberly reflexionó unos instantes.

– ¿Cerca de algún campo de algodón del condado de Burke?

El agente sonrió y un destello blanco iluminó su rostro bronceado.

– Lo has captado enseguida. Esa es una de las reglas del juego: el primer cadáver de la nueva pareja aparece siempre cerca del segundo cadáver de la pareja anterior. Puede que le guste la continuidad o, quizá, solo pretende concedernos una nueva oportunidad para encontrar el segundo cadáver en caso de que aún no haya aparecido. -Se interrumpió un instante y la miró con ojos inquisitivos-. Y respecto a esta nueva pareja, ¿sabrías decir dónde apareció el segundo cadáver?

– ¿No fue en el condado de Burke?

– Supongo que bromeas.

– Bueno, el asesino no repite escenarios, de modo que doy por sentado que no apareció en la garganta ni en ningún campo de algodón. Se trata de un simple proceso de eliminación.

– Georgia cuenta con más de quince millones de hectáreas de montañas, bosques, costas, zonas pantanosas, huertas de melocotoneros, campos de tabaco y ciudades. Vas a tener que eliminar algo más.

Kimberly se encogió de hombros y se mordisqueó inconscientemente el labio inferior.

– Bueno, antes has dicho que era un juego. ¿Os deja pistas?

Mac le dedicó una deslumbrante sonrisa.

– Correcto. Esta es la segunda regla del juego: para poder competir, es necesario dejar pistas. Centrémonos de nuevo en la primera chica, la que fue hallada a las afueras de Atlanta. ¿Recuerdas que su cadáver apareció en una interestatal? No había signos de violencia ni de agresión sexual, y eso significa que tampoco había restos de sangre, semen ni ningún otro tipo de evidencia de los que suelen encontrarse en un caso de homicidio. Sin embargo, había algo interesante: el cuerpo estaba limpio. Muy limpio. Parecía que le habían lavado las piernas, los brazos y los zapatos. No pudimos encontrar muestras de cabellos ni fibras, pero tampoco manchas de cerveza derramada en sus zapatos ni restos de cacahuete en su cabello. Era como si la muchacha hubiera sido… esterilizada.

– ¿Por completo? -preguntó Kimberly con brusquedad-. En ese caso, ¿cómo podéis estar seguros de que no hubo agresión sexual?

Mac movió la cabeza hacia los lados.

– No habían lavado el conjunto de su cuerpo, solo las partes expuestas: el cabello, el rostro y las extremidades. ¿Sabes cuál es mi teoría? Creo que las lava con una esponja, como si borrara una pizarra, y que después empieza su trabajo.

– Oh, Dios -jadeó Kimberly, que ya no estaba segura de querer saber más.

– Utiliza a esas jóvenes como mapas -continuó Mac, con voz calmada-. Esa es la razón por la que existe la primera víctima. Esa es la razón por la que la abandona en una carretera transitada donde sea fácil encontrarla. Y puede que esa sea la razón por la que sufre una muerte rápida y relativamente indolora. Ella no le importa. Para el asesino solo es una herramienta» un mapa que señala dónde se encuentra el verdadero trofeo.

Kimberly había vuelto a inclinarse hacia delante. Su corazón latía con fuerza y sus neuronas habían cobrado vida. Empezaba a comprender hacia dónde conducía todo esto. Casi podía ver el oscuro y retorcido camino que se extendía ante ella.

– ¿Cuáles eran las pistas?

– Encontramos una pluma en el cabello de la primera joven, una flor aplastada bajo su cuerpo, restos de roca en un zapato y una tarjeta de visita en su cartera. El laboratorio criminalista siguió el protocolo y tomó muestras de todo. Y entonces…, nada.

– ¿Nada?

– Nada. ¿Has estado alguna vez en un laboratorio criminalista real, Kimberly? Y no me refiero a los del FBI, pues los Federales tienen dinero. Me refiero a los laboratorios que utilizamos el resto de los agentes.

Kimberly movió la cabeza hacia los lados.

– Disponemos de equipo, de una gran cantidad de equipo, pero solo podemos aprovechar las huellas dactilares y el ADN. El resto de pruebas resultan tan inútiles como un calcetín desparejado, pues carecemos de bases de datos. Recogemos muestras del terreno, pero no podemos introducirlas en ningún ordenador gigantesco que las escanee y nos anuncie su procedencia exacta con un pitido mágico, como ocurre en esas series de televisión sobre investigadores criminalistas. Tenemos que trabajar con presupuestos apretados…, y eso significa que no podemos hacer nada más que archivar las pruebas forenses para disponer de algo con lo que trabajar si algún día tenemos un sospechoso. Y si ese día llega, recogemos el polvo hallado en la escena del crimen y cruzamos los dedos para que coincida con el polvo del jardín del tipo malo. Eso es todo lo que podemos hacer.

– En otras palabras, lo que hicimos fue recoger las muestras de roca, la pluma y la flor, sabiendo que ninguno de esos objetos nos resultaría de utilidad, y se los enviamos a los verdaderos expertos con la esperanza de que pudieran extraer alguna información. Entonces esperamos nueve meses.

Kimberly cerró los ojos.

– Oh, no -jadeó.

– Nadie lo sabía -dijo él, con voz calmada-. Tienes que comprender que nadie imaginaba nada similar.

– Abandonó a la joven en la garganta, ¿verdad?

– Con un galón de agua y sus zapatos de tacón alto, cuando la temperatura rondaba los treinta y ocho grados.

– Pero si hubieran interpretado las pistas a tiempo…

– Querrás decir que si hubiéramos averiguado que la flor blanca era un trillium persistens, una extraña planta que solo crece en un área de mil trescientas hectáreas situada en el interior de la Garganta Tallulah… O que si nos hubiéramos dado cuenta de que la pluma pertenecía a un halcón peregrino, un ave que también anida en la garganta… O que si hubiéramos comprendido que la tierra que encontramos en sus zapatos coincidía con las muestras recogidas en las rocas de granito de los barrancos… O que si hubiéramos advertido que la tarjeta de visita que hallamos en su cartera pertenecía a un representante del servicio de atención al cliente de Georgia Power, la empresa que administra la garganta… Sí, si hubiéramos sabido todas esas cosas, es posible que hubiéramos logrado encontrarla a tiempo. Sin embargo, la mayoría de estos informes tardaron meses en llegar y, para entonces, la pobre Deanna Wilson ya estaba muerta y enterrada.

Kimberly agachó la cabeza y pensó en la pobre muchacha, perdida en medio de un bosque hostil y bajo un sol abrasador, intentando avanzar por aquel terreno irregular con tacones y un vestido de fiesta. Se preguntó sí habría bebido el agua con rapidez, convencida de que pronto la encontrarían… o si la habría racionado desde el principio, temiéndose lo peor.

– ¿Y la segunda pareja? -preguntó, con un hilo de voz.

Mac se encogió de hombros. Sus ojos eran oscuros y sombríos.

– Tampoco sabíamos lo que teníamos que hacer. En el mismo instante en que apareció el primer cadáver en las proximidades de la garganta, todos establecimos la misma conexión: pensamos que a nuestro asesino le gustaba secuestrar muchachas jóvenes y esconderlas en la garganta. Debido a las elevadas temperaturas, la Oficina del Sheriff del condado de Rabun hizo lo lógico y centró todos sus recursos en buscar a su amiga en el parque. Transcurrió una semana entera antes de que empezáramos a pensar que podría no estar allí, pero tampoco lo sabíamos con certeza.

– ¿Cuáles eran las pistas?

– Encontramos muestras de pelusa blanca en la camiseta roja de Josie Anders, barro seco en sus zapatos, cuatro semillas en la cartera y un número de teléfono garabateado en una servilleta de papel que guardaba doblada en el bolsillo delantero.