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– ¿La pelusa y las semillas tenían algo que ver con el algodón? -conjeturó Kimberly.

– Tras efectuar un análisis exhaustivo supimos que las semillas eran de algodón, que la pelusa provenía de la semilla de algodón, que el barro mostraba niveles elevados de materia orgánica y que el número de teléfono pertenecía a Lyle Burke, un electricista jubilado de sesenta y cinco años que vivía en Savannah y que nunca había oído hablar de esas muchachas y menos aún del Roxie's Bar, el último local donde fueron vistas con vida.

– El condado de Burke -dijo Kimberly.

Mac asintió.

– En el estado de Georgia, el algodón no es una pista demasiado justa, pues hay noventa y siete condados que se dedican a su cultivo. El hecho de que el asesino nos proporcionara el número de teléfono… Creo que, en cierto modo, consideró que debía dárnoslo para jugar con deportividad, pues ese número nos permitía centrar la búsqueda en un área de doscientas mil hectáreas. Si hubiéramos prestado atención… -Se encogió de hombros-. Sus puños se abrían y cerraban, indicando su frustración.

– ¿Cuándo empezaron a encajar las piezas en su sitio? -preguntó Kimberly.

– Dos meses después de que el cadáver de Kasey Cooper fuera hallado en el campo de algodón. En cuanto recibimos el último informe, establecimos las conexiones pertinentes: oh, tenemos cuatro muchachas que han desaparecido por parejas. En ambos casos, el cadáver de la primera ha aparecido de inmediato junto a una carretera principal. Y en ambos casos, la segunda no ha sido hallada hasta varios meses después, en un área remota y peligrosa. Y en el cuerpo de la primera hemos encontrado pruebas que indicaban la ubicación de la segunda. Oh, quizá si descifráramos más rápido esas pistas, podríamos encontrar a las chicas a tiempo. Oh, sí. Eso tiene sentido. -Mac dejó escapar el aliento. Parecía molesto, pero siguió hablando.

– Decidimos reunir a un grupo de expertos, pero no dimos a conocer esta información al público. Trabajamos entre bambalinas, buscando a los mejores profesionales de Georgia: biólogos, botánicos, geólogos, entomólogos… Les pedimos que pensaran en el asesino y nos dijeran lugares posibles donde podía atacar. Nuestro objetivo era prevenir nuevas muertes…, pero si no lo conseguíamos y volvía a matar, esos expertos podrían examinar las pistas y proporcionarnos respuestas en tiempo real.

– ¿Y qué ocurrió? -preguntó Kimberly.

– Llegó el año 2000 -respondió, con voz triste-. El año que pensábamos que nos habíamos vuelto más listos. Sin embargo, fue un absoluto desastre. Nuestro asesino secuestró a dos parejas más y murieron tres muchachas. -Mac consultó el reloj, sacudió la cabeza para desembarazarse de lo que iba a decir y, para sorpresa de Kimberly, la cogió de la mano-. Pero eso forma parte del pasado y esto es el presente. Si nuestro hombre es el Ecoasesino, no disponemos de demasiado tiempo. El reloj hace tictac. Y necesito que me ayudes.

Capítulo 10

Quántico, Virginia

14:03

Temperatura: 36 grados

El agente especial McCormack iba a conseguir que la echaran de la Academia del FBI. Kimberly reflexionó sobre ello mientras conducía por las sinuosas carreteras de Quántico, en dirección a la autopista principal. Después de hablar con Mac, se había duchado y se había puesto el uniforme adecuado: pantalones de uniforme y la camisa azul marino de la Academia del FBI. A continuación había guardado su pistola Crayola en la funda de la pretina de sus pantalones y había añadido las esposas al cinturón. Aunque contaba con el prestigio de ser una nueva agente, deseaba causar una buena impresión.

Podría haberle dicho que no. También reflexionó sobre ello mientras conducía. La verdad es que no conocía de nada a aquel tipo. Sí, era atractivo y tenía unos ojos azules preciosos, pero no sabía nada de él. Ni siquiera estaba segura de creer la historia que le había contado. Sí, estaba convencida de que el Ecoasesino había causado estragos en el estado de Georgia, pero aquello había ocurrido tres años atrás, a cientos de kilómetros de Virginia. ¿Por qué un chiflado de Georgia iba a asesinar de repente en Virginia? ¿Y por qué un chiflado de Georgia iba a dejar un cadáver en la puerta del FBI?

Aquello no tenía ningún sentido. Mac simplemente había visto lo que necesitaba ver. No era el primer policía obsesionado con un caso ni tampoco sería el último.

Pero nada de esto explicaba la razón por la que Kimberly había decidido saltarse las clases de la tarde, una infracción que podía quedar registrada en su expediente. Ni tampoco explicaba la razón por la que en estos momentos se dirigía hacia la oficina del médico forense del condado, a pesar de que su supervisor le había dicho de forma explícita que se mantuviera alejada del caso. Sabía que con este pequeño acto de insubordinación podía conseguir que la echaran de la Academia.

Y sin embargo, había aceptado en el mismo instante en que Mac se lo había pedido. Deseaba hablar con el médico forense. Deseaba estar presente en la autopsia de una pobre chica a la que nunca había conocido.

Deseaba… Deseaba saber lo ocurrido. Deseaba conocer el nombre de la joven y sus sueños ahora truncados. Deseaba saber si había sufrido o si había muerto con rapidez. Deseaba saber qué errores había cometido el asesino, para poder seguirle y conseguir que se hiciera justicia, pues aquella muchacha merecía algo mejor que ser abandonada en el bosque como si fuera basura.

En definitiva, Kimberly estaba proyectando. Como antigua estudiante de psicología, reconocía las señales. Y como hija y hermana de dos mujeres que habían sufrido una muerte violenta, sabía que no podría parar aunque lo intentara.

Había encontrado a la víctima y había estado a solas con ella en las oscuras sombras del bosque. Ahora no podía darle la espalda y alejarse.

Kimberly había seguido las indicaciones que le habían dado en la base de los marines. Había preguntado por el investigador del NCIS y le habían dicho que ya se había marchado pues deseaba estar presente en la autopsia de la víctima.

El hecho de que el agente especial Kaplan estuviera presente en la autopsia lee concedía una buena excusa para intentar participar en el proceso. Se había acercado a la morgue para hablar con él, pero ya que estaba aquí…

Lo malo era que un agente especial experimentado recelaría más que un médico forense extenuado sobre las intenciones de una nueva agente que intentaba colarse en su investigación.

Esta era la razón por la que Mac le había pedido ayuda. Sabía que Kaplan no iba a permitir que otro agente participara en el caso; en cambio, una simple estudiante… «Saca a relucir tus puntos débiles», le había aconsejado. «Nadie sospecha nunca de un insignificante novato».

Kimberly aparcó el coche delante de un vulgar edificio de cinco plantas y respiró hondo. Se preguntó si en alguna ocasión su padre se habría sentido tan nervioso como ella por un caso. ¿Alguna vez se había desviado del camino correcto? ¿Alguna vez lo había arriesgado todo para averiguar la verdad sobre la muerte de una joven en un mundo en el que asesinaban a tantas rubias?

Su frío y distante padre. Fue incapaz de imaginarle nervioso y, de alguna forma, esto la alentó. Enderezó los hombros y se puso en marcha.

Nada más entrar, el olor la abrumó. Era demasiado antiséptico, demasiado estéril. Era el olor de un lugar que, definitivamente, tenía cosas que ocultar. Se acercó a la zona de recepción, que estaba cercada por un cristal, realizó su petición y agradeció que la recepcionista la dejara pasar de inmediato.

Kimberly siguió un largo pasillo de paredes sombrías y suelos de linóleo hasta llegar a la parte posterior del edificio. Aquí y allá había camillas de metal dispuestas contra paredes de color hueso y puertas de acero gris que conducían a otros lugares, con controles de seguridad que pedían códigos de acceso que ella desconocía. Aquí el aire era más frío. Sus pasos resonaban con fuerza y los fluorescentes zumbaban sobre su cabeza.